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Cayetano González

La debilidad de Rajoy

Rajoy acabará, políticamente hablando, incluso peor que Zapatero.

Sabedor de que desde hace tiempo es cuestionado fuera y dentro de su partido, de que su popularidad está bajo mínimos, de que las encuestas pintan mal para su formación de cara a las elecciones municipales y autonómicas del próximo 24 de mayo, el presidente del Gobierno y del PP ha aprovechado su presencia en los desayunos de Europa Press para decir alto y claro: "Yo quiero ser el candidato en las próximas elecciones generales y confíen en mí, les irá bien". Se puede entender la primera parte de su aseveración, pero la segunda, ¿a cuento de qué ese ejercicio de adanismo y de gustarse tanto a sí mismo?

Cuando, tras obtener una holgada mayoría absoluta hace menos de cuatro años, presidir un partido que gobierna en once comunidades autónomas y en la mayoría de los ayuntamientos, uno tiene que autoproclamarse candidato a siete meses vista, eso sólo puede interpretarse como una muestra de enorme debilidad y de gran inseguridad. Hace bien Rajoy en desconfiar hasta de su propia sombra, porque como vengan mal dadas en las autonómicas y municipales lo que se ha vivido en el PP en las últimas semanas será una broma comparado con lo que podría suceder.

Tengo escrito hace tiempo que Rajoy acabará, políticamente hablando, incluso peor que Zapatero. Serán los suyos los que le empujarán –algunos y algunas ya lo están haciendo con todo descaro– a irse a su casa; los ciudadanos no le echarán nada de menos; pasará a la historia, junto a su predecesor en La Moncloa, como un presidente gris y anodino; los de su partido no querrán saber nada de él y si no tienen más remedio que invitarle en un futuro a algún cónclave o reunión lo harán, pero no dejarán que tome la palabra. Insisto, bastaría con que el político gallego repasase lo que le ha sucedido a Zapatero desde que abandonó, en diciembre de 2011, la Presidencia del Gobierno para saber exactamente lo que le espera.

Rajoy está políticamente muerto, acabado, con un partido a la deriva, en un proceso de descomposición acelerado, y sólo la ceguera política producida por la soberbia de quien ocupa el poder y el tener a su alrededor un círculo de pelotas y aduladores que sólo le dicen lo que quiere oír le impiden ver esa realidad. En el último año, el actual inquilino de La Moncloa y presidente del PP se ha llevado dos sonoros batacazos electorales: en las europeas y en las andaluzas. El tercero tendrá lugar el próximo 24 de mayo, aunque su grado de intensidad sólo podrá ser conocido cuando se abran las urnas y se empiecen a contar los votos. Pero las cosas no pintan bien para los populares.

Mientras tanto, el espectáculo que está dando el Gobierno y el partido que lo apoya sólo pone de manifiesto lo poco que manda y es respetado quien preside ambos. Que se pueda decir con total tranquilidad, porque es verdad, que la vicepresidenta del Gobierno y la secretaria general del PP se llevan a matar; que se hable de dos grupos dentro del Ejecutivo: los ministros sorayos y los fieles a Rajoy; que se señale al fuego amigo como el responsable de que salgan a la luz no sólo las andanzas fiscales de Rodrigo Rato, sino la retransmisión en directo de su registro y detención, es algo que únicamente se puede entender en esa clave de que al frente de la nave el capitán está desaparecido, recluido en su camarote, y que la tripulación ha optado por el sálvese quien pueda.

¿Alguien se imagina qué hubiese pasado en la etapa en que Aznar fue presidente del Gobierno y del PP si cualquiera de las cosas enumeradas anteriormente hubiese llegado a apuntarse tímidamente en el horizonte? La diferencia es que en esa etapa había liderazgo político, ideológico y moral, tanto al frente del Ejecutivo como del partido. Lo de ahora, ¿cómo podría llamarse sin ofender demasiado a su máximo responsable?

Rajoy es muy libre de proclamarse candidato de su partido cuantas veces quiera, a pesar del desastre que se avecina. Tan libre es de hacerlo como lo son sus votantes de enseñarle en las urnas el camino de salida. Aplicando su propio consejo, el político gallego debería tomar nota de lo que digan las urnas: confíe en ellas, señor Rajoy; le irá bien.

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