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Cayetano González

La galbana de Rajoy

El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define 'galbana' como "pereza, desidia o poca gana de hacer algo"

Tras casi un año de presidente en funciones, Rajoy ha conseguido su objetivo principal, que no era otro que seguir en la Moncloa. Pero, a partir de ahí, sus primeros pasos tras conseguir la investidura no es que hayan estado imbuidos precisamente ni del sentido de urgencia al que tanto invocaba en los meses anteriores ni de ilusión y ganas de hacer cosas en la nueva etapa política que se ha abierto en España.

Para empezar, Rajoy tardó cinco días en hacer público los nombres de sus ministros. Algunos pensamos que ese tiempo que se tomaba podía ser un síntoma de que iba a llevar a cabo un cambio profundo tanto en la organización de los ministerios como en sus titulares. Nos equivocamos de plano en ambos extremos. Aparte de quitar Administraciones Públicas a Montoro para dárselo a Soraya, pocos cambios reseñables en la organización interna ha habido. Y en cuanto a los ministros, mucha continuidad –con la excepción del lenguaraz Margallo, del abrasado Fernández Díaz y de Morenés– y las incorporaciones de Cospedal, Zoido, De la Serna y Nadal. Para todo eso tardó Rajoy cinco días. Núñez Feijóo no dejó pasar ni veinticuatro horas desde su toma de posesión para hacer público los nombres de sus conselleiros.

El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define galbana como "pereza, desidia o poca gana de hacer algo". Eso es lo que parece que ha transmitido Rajoy a sus ministros, porque –salvo Montoro en Hacienda y De Guindos en Economía– se están tomando su tiempo para designar a sus altos cargos. En el Consejo de Ministros de la pasada semana sólo se nombró a seis secretarios de Estado y a dos subsecretarios. Algunos pueden pensar que si hemos estado un año con un Gobierno en funciones y no ha pasado nada grave, tampoco es urgente que el nuevo Ejecutivo se tome las cosas con celeridad.

Hay otras cuestiones en las que Rajoy sigue emitiendo señales preocupantes. Aunque haya dicho que es consciente de la nueva situación política, en la que su Gobierno sólo tiene el apoyo de los 137 diputados del PP, da la impresión de que no acaba de aceptar que ya no tiene una mayoría absoluta para gobernar, y si quiere sacar adelante sus iniciativas legislativas, empezando por los Presupuestos Generales del Estado del año que viene, va a necesitar pactar, negociar y hablar mucho con el resto de los grupos de la Cámara.

La potestad constitucional que tiene el presidente del Gobierno de disolver las Cortes y convocar elecciones generales –en el verano o en el otoño próximos– no puede ser utilizada ni como arma arrojadiza ni como un chantaje al resto de los grupos parlamentarios. Eso es no haber entendido nada de lo que ha pasado y sigue pasando, no sólo en España sino en el mundo, por mucho que las expectativas electorales para el partido de Rajoy sean a día de hoy infinitamente mejores que para sus rivales más directos.

La recuperación económica y el desafío secesionista en Cataluña, que sigue muy vivo, no son compatibles con un Ejecutivo inestable, que no se sabe muy bien cuánto puede durar. Y siendo verdad, como dice Rajoy, que hay que dejar al Gobierno gobernar, también lo es que el presidente debe aplicarse a fondo en la tarea de liderar el país, el Gobierno y una sociedad que está muy cansada de una clase política que en los últimos tiempos, y concretamente en el último año, no ha sabido estar a la altura de las circunstancias. Si Rajoy no se ve capaz de liderar todo eso, lo coherente sería que, efectivamente, convocara elecciones y diera un paso atrás, renunciando a ser candidato de su partido. Ya sé que quedan siete semanas para que lleguen los Reyes Magos.

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