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Cristina Losada

Los refugiados no deben depender de Hacienda

A esos pocos miles de refugiados que acogerá España debería dárseles, y cuanto antes, la oportunidad de buscarse la vida por sus propios medios.

A esos pocos miles de refugiados que acogerá España debería dárseles, y cuanto antes, la oportunidad de buscarse la vida por sus propios medios.
EFE

El ministro Margallo cree que la decisión sobre el número de refugiados que acoja España ha de depender de los recursos públicos disponibles para atenderlos, o sea, de lo que diga Hacienda. "Cualquier compromiso debe ir acompañado de recursos para proporcionar una vida digna", declaró. De inmediato, obviamente, eso es así. Los refugiados tendrán que recibir asistencia. Pero más allá del corto plazo es un error ver a los refugiados como un problema asistencial: como personas a las que el Estado habrá de prestar ayuda de forma indefinida porque no serán capaces de tener sus propios medios de subsistencia o no se les permitirá siquiera que los tengan.

En cuanto uno dice hoy en España que a los refugiados deberá dárseles la oportunidad de trabajar, ya sabe qué va a oír a continuación, aunque hablemos de una cantidad tan reducida como quince mil personas. Será algo de este tenor: "Tenemos millones de parados, ¡cómo van a encontrar esos refugiados el trabajo que no encuentran los de aquí!". A simple vista parece un razonamiento sólido e incontestable, pero no es ninguna de las dos cosas.

El trabajo no es un pastel que se reparte entre los trabajadores potenciales existentes, y del que uno sólo consigue un trocito si hay otro que lo pierde, y viceversa. El trabajo, como la economía en su conjunto, no es un juego de suma cero: unos no ganan porque otros pierden ni unos pierden porque otros ganan. No es así, por más que le cueste mucho entenderlo a una izquierda recelosa o abiertamente contraria a la economía de mercado, y a otros que no tienen esos recelos pero ven la economía y el mercado del trabajo como algo básicamente estático.

Permítaseme un inciso para contar una pequeña historia de la que fui testigo. A principios de los años 90, y era cuando la tasa de paro superaba el 20 por ciento, un joven matrimonio chino abrió una frutería en un barrio céntrico de Madrid donde yo vivía. La opinión pública del entorno sentenció rápidamente que aquel negocio iba a palmar. Muy cerca estaba la tienda de ultramarinos de toda la vida, ¿qué iban a ofrecer los nuevos que no tuviéramos ya?

Pues lo ofrecieron. La frutería estaba abierta todo el día y hasta bien entrada la noche, mientras que la vieja tienda tenía horarios dignos del "vuelva usted mañana" de Larra. Al cabo de un año, la pareja china no sólo seguía allí con su frutería, sino que además había montado todo un súper en un local próximo. Nadie apostó un duro por ellos al principio, pero encontraron un nicho de mercado y prosperaron. La oportunidad que unos no ven, la ven otros.

A esos pocos miles de refugiados que acogerá España debería dárseles, y cuanto antes, la oportunidad de buscarse la vida por sus propios medios, en lugar de condenarlos a vivir de la asistencia estatal. Es posible que los ayuntamientos de izquierdas que, subidos a la ola emotiva, se han ofrecido a acogerlos prefirieran llegado el caso mantenerlos cautivos de sus ayudas, y mostrarlos cada tanto como trofeos, como pruebas de su humanitarismo y su solidaridad. Pero no es eso lo que quiere la mayoría de las personas que huyen de un país, acosadas por la guerra y la penuria. Como dice Ian Goldin, autor de Exceptional People: How Migration Shaped Our World and Will Define Our Future, "las personas no buscan dependencia, sino una vida propia". Puede que fracasen en el intento, pero deben tener, al menos, la oportunidad.

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