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Cristina Losada

Personas y partidos

Los partidos, nuevos y viejos, incorporan a independientes para mostrar que no están tan lejos de la sociedad como parece.

Los partidos, nuevos y viejos, incorporan a independientes para mostrar que no están tan lejos de la sociedad como parece.
Marcos de Quinto, candidato de Ciudadanos. | EFE

No es la primera vez que pasa, pero el fichaje de independientes para encabezar o aderezar las listas ya no es excepción, sino regla. La mayor propensión ha coincidido con la crisis de confianza en los partidos, visible desde la confluencia de la gran recesión y las revelaciones de corrupción, y con el declive de los partidos de masas. Conscientes de esos cambios o intuyéndolos, los partidos, nuevos y viejos, incorporan a independientes para mostrar que no están tan lejos de la sociedad como parece -que no sólo pisan la moqueta de los despachos- y para humanizarse. Sí, humanizarse. Hay que compensar la visión, no tan alejada de la realidad, de los partidos como maquinarias despiadadas, con la integración de candidatos ajenos a ellas. Los partidos, impersonales, necesitan personas.

No basta con el peso personal de sus principales líderes, que ha ido en aumento, aunque siempre fuera muy relevante. Nuestro sistema parlamentario, donde el presidente del Gobierno no es elegido directamente por el voto del ciudadano, sino en el parlamento, igual que el sistema electoral, refuerzan a los partidos por encima de sus líderes cambiantes. Pero no hay duda de que ha importado y mucho quién los encabece. No dio lo mismo que al PSOE lo lideraran Felipe González o Joaquín Almunia, por poner un ejemplo fácil. Ni fue tampoco indiferente que el liderazgo del PP lo tuvieran Aznar o Rajoy. Claro que también vimos que un líder tan apreciado como Adolfo Suárez, no logró sobrevivir políticamente a la desaparición de su partido, UCD.

Prueba de que la persona del líder centra, de forma creciente, el foco de atención es que ahora se pide mucho más el voto personalizado al candidato a presidente. Y eso que no tenemos un sistema presidencialista. Si antes mandaban más las siglas, ahora manda el candidato. Pero no es suficiente con la personalización en la cúpula. Los partidos necesitan personas-personas: gente sin experiencia en la política partidaria, pero con cualidades y capacidades de otro tipo y en otros campos. Son los independientes, en fin, una especie variada, ya que cada uno es diferente, pero que suele recibir una respuesta común en las filas partidarias, sobre todo en las más consolidadas. En dos palabras: no gustan. En otras dos: levantan ampollas. No abiertamente, pero, de hecho, sí. Ni siquiera su confirmación en primarias, donde la hay, los libra de ser objeto del resquemor de los "de dentro".

Una veterana del PP, Celia Villalobos, lo manifestó el otro día con extrema claridad. Ha dejado la política, en coincidencia con su segura exclusión de las listas, pero preguntada sobre los fichajes de Casado dijo que en estos tiempos (¿no en otros?) hacía falta "serenidad" y "gente bien preparada", y también: "Cuando viene un problema, y vienen duros (...) los independientes tienden a ser eso, muy independientes. Por lo tanto, cuidado". Ella lo dice, otros lo piensan. Aunque el rechazo que les provocan los independientes no es por su posible independencia de criterio. Viene de que su incorporación conduce a desplazar a quienes, por pertenecer al partido, se consideran con más derechos a la hora de las listas, que es la auténtica hora de la verdad.

Aún así, aceptando tomar el rábano por las hojas, hay que decir que lo bueno de los independientes es que lo sean, y que lo mejor sería que siguieran siéndolo. Unos cuantos diputados con criterio independiente vendrían de maravilla para compensar la uniformidad del ejército de culiparlantes que ocupa los escaños. La disciplina de partido es necesaria, pero llevada al extremo es arrasadora. En ese extremo, acabamos en los partidos de clones, donde las personalidades son anuladas, a excepción, tal vez, de los máximos líderes. Los fichajes de independientes llevan esta paradoja: se los incorpora para aportar individualidad, pero toda la maquinaria del partido, por su propia naturaleza, tiende a quitársela. Mientras el sistema electoral sea el que es, no saldremos de ese bucle.

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