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Cristina Losada

Podemos y el gran escarmiento

"La gente" es útil como invocación, pero no es útil que haya demasiada gente dirigiendo.

Leo que Podemos ha aprobado una serie de propuestas en el congreso fundacional del partido, que llamaron asamblea. Discúlpenme que no entre en ellas. Serán fundacionales, pero no fundamentales. No explican el voto que obtuvo en las europeas ni explicarán tampoco el apoyo que pueda concitar en el futuro. La única propuesta, por así llamarla, que merece reflexión es la que el líder natural contrapuso a la de quienes pedían una dirección colegiada. Fue un pequeño y cuco chantaje en realidad: si la dirección es colegiada, él no estará. Dicho de otra forma, sólo accede a ser el líder en las condiciones que él mismo establece. No debe haber más que una cabeza visible y dirigente. En aras de la eficacia, claro está. "La gente" es útil como invocación, pero no es útil que haya demasiada gente dirigiendo.

Suele decirse que Podemos ha sabido recoger la indignación, pero eso significa muy poco. Como la misma indignación, por cierto. Es verdad que hoy, aunque esto no es de ahora, muchas veces basta exhibirse indignado para obtener graciosas concesiones de razón y estatura moral. Hay, por supuesto, filtros y no todos los indignados reciben su cuarto de hora de fama. Pero, a grandes rasgos, la indignación es la condición necesaria para elevarse a los altares de nuestro tiempo: los mediáticos. La característica de Podemos no es recoger la indignación, sino darle un horizonte de satisfacción. Y es un horizonte que se desdobla, como en los espejismos.

Porque son dos las satisfacciones que promete Podemos: dar un buen escarmiento a los políticos que han causado todo esto y, ya puestos, destruir su nido, el sistema (lo llaman "régimen"), que es como un edificio virtual sólo construido para su provecho. "No es la casta política la que hace funcionar este país, es la gente", dijo Pablo Iglesias en el congreso, de nuevo trazando una frontera infranqueable entre "los de arriba", perversos y culpables, y “los de abajo”, buenos e inocentes. Encontrar una cabeza de turco no es sólo un procedimiento probado para saciar el hambre, tan humana, de culpables. Ante todo es un procedimiento formidable para proclamar la inocencia del resto.

Llegado este punto, uno en España ha de echar el freno, tomar aire y decir que, naturalmente, cómo no, los políticos se han comportado de un modo abominable. Así, en general, que es como gusta. Todo el mundo grita indignado contra ellos o escribe indignado contra ellos o habla aún más indignado contra ellos. Pero ¿no se echa en falta algo? ¿No habrá que hacer alguna reflexión crítica sobre algún fallo en la otra parte contratante? ¿O va a resultar que todo lo hizo bien la gente salvo, ay, que se equivocó siempre y tenazmente y a la vista de la evidencia a la hora de elegir a sus representantes políticos?

En un artículo titulado "La culpa es nuestra", Benito Arruñada escribía que los españoles "lo queremos todo del Estado sin cooperar en su control y menos aún en su mantenimiento". Pues bien, las deficiencias que hicieron posible la inexistencia y la relajación de los controles han de seguir ahí por la sencilla razón de que es tabú hasta mentarlas. Seguirán ahí reforzadas por un discurso dominante según el cual hemos sido víctimas de un grupo aparte, de una casta descastada, de un puñado de golfos y mangantes que acabamos, ¡sorpresa!, de descubrir. Porque mientras hacían de las suyas nadie se enteraba. Pero nadie. Eran como esos criminales que el vecino describe como buenas personas, y ¡quién lo iba a decir! Así, con la misma ceguera que nos impidió enterarnos de nada, pasamos ahora al "se van a enterar". Y así llega Podemos con su promesa de gran escarmiento. No escarmentamos.

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