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Cristina Losada

'Relatokampf'

Lo que disgusta a muchos ciudadanos españoles es que su Gobierno sea incapaz de defender a España de las mentiras del separatismo catalán.

Lo que disgusta a muchos ciudadanos españoles es que su Gobierno sea incapaz de defender a España de las mentiras del separatismo catalán.
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el ministro de Exteriores, Alfonso Dastis | Moncloa

Con la detención y puesta en prisión provisional del prófugo Puigdemont en Alemania, el asunto catalán volvió a las páginas de la prensa internacional, y, cómo no, tuvo amplio eco en la prensa alemana. Yo, que algo la frecuento, me topé con piezas de opinión contrarias a que se entregara al expresidente a España. Alegaban que la causa contra él era puramente política y una de ellas, publicada en la Berliner Zeitung, veía tras el procesamiento del que finalmente lideró el golpe contra nuestro orden constitucional una suerte de "venganza ciega". El diario Die Welt publicó una encuesta en la que un 51 por ciento de los alemanes se mostraba en contra de la entrega del detenido. La encuesta fue difundida por varios periódicos españoles, entre ellos La Vanguardia y El Periódico, y los digitales de referencia del separatismo, aunque olvidaron precisar que era una encuesta online. Pude comprobar personalmente que, además, era tan vulnerable a acciones concertadas de activistas como lo suelen ser ese tipo de encuestas.

Cuento estos episodios, meras anécdotas, por una razón que va más allá de lo anecdótico. También más allá de lo que publique la prensa de cualquier país, que es libre de opinar lo que le parezca sobre España, sobre su Justicia, sobre Puigdemont y sobre lo que le dé la gana. Ahora bien, no desdeñemos el poder de la información ni, mucho menos, el de la desinformación. Desinformación tras desinformación, bulo tras bulo y mentira tras mentira no forman un espejismo que se disipa en cualquier momento ante la fuerza arrolladora de una verdad que termina por salir a la luz siempre, como creen la fatal inocencia y la arrogancia fatal. En cuál de esas fatalidades incurre el Gobierno de España, no lo sé. Pero parece evidente que ha afrontado la desinformación sobre el asunto catalán en la prensa extranjera con la misma actitud con la que asistió al tejido de la red de mentiras del proceso separatista: de brazos caídos.

Defender lo obvio es una triste necesidad. Lo obvio es que las falsedades decenas o miles de veces repetidas no se disipan solas prácticamente nunca. Lo obvio es que los climas de opinión ejercen influencia en las democracias y, en realidad, en todas partes. Pero resulta que mientras en algunas democracias del planeta se está considerando seriamente el daño que causan a la propia democracia liberal las falsas noticias y los bulos rebotados una y otra vez (por robots o por humanos, eso es casi lo de menos), aquí tenemos un Gobierno que vive, a esos efectos, en la era pre-internet o en las eras anteriores a la existencia de televisión y prensa. Por lo menos, en lo que atañe al proceso separatista catalán. En otras materias que son de menor importancia para España, pero de mayor importancia para el partido gubernamental, ya es otra historia.

Ante la inacción gubernamental frente a las tergiversaciones de prensa internacional relevante sobre el problema catalán, podemos alegar que nos da igual lo que digan los demás. Digan lo que digan, como cantaba Raphael. Nosotros a lo nuestro. Ya escampará. Lo que importa es lo que hagan los Gobiernos, no lo que digan los periódicos. O parapetarnos en ese argumento genial de "no hacer olas" y "no echar leña al fuego". Esto último se alegó desde Moncloa para no difundir vídeos del 1 de octubre que mostraban actitudes violentas de los protagonistas de la revolución de las sonrisas. Era mejor, dijeron, mantener un perfil bajo. Tan bajo fue, que el Gobierno desapareció prácticamente de la escena. Así, el separatismo pudo ocuparla por completo, y conseguir su mayor hit internacional con imágenes, en algunos casos falsas, que daban alas a su relato de la brutal violencia del Estado contra pacíficos e inocentes ciudadanos que sólo querían votar.

Bien. Puede lamentarse que en nuestro país nos importe demasiado lo que dicen de nosotros fuera. Pero no es exactamente el caso. Lo que disgusta a muchos ciudadanos españoles es que su Gobierno sea incapaz de defender a España y a su democracia de falsedades y tergiversaciones que llevan la marca de fábrica del separatismo catalán. No vemos con indiferencia la cascada de desinformación y bulos que nos deja como ciudadanos de un Estado donde los tribunales de Justicia se mueven por venganza, donde se les niega el derecho al voto a los catalanes y donde se mantiene oprimido y reprimido a todo un pueblo. Y no vemos con indiferencia que el Gobierno al que le ha correspondido afrontar el golpe separatista haya renunciado a esa defensa. Una renuncia que constituye, seguramente, un factor más de la desaprobación que reflejan las encuestas. Ah, la batalla del relato, esa Relatokampf, qué pereza le da.

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