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Cristina Losada

Un selfie con la ETA

¿Qué les gusta de Otegi? Se lo pregunto a las personas que, en la Diada, se acercaron sonrientes a hacerse selfies con el que fue dirigente de la ETA y no ha condenado sus crímenes.

¿Qué les gusta de Otegi? Se lo pregunto a las personas que, en la Diada, se acercaron sonrientes a hacerse selfies con el que fue dirigente de la ETA y no ha condenado sus crímenes.
Una de las muchas imágenes publicadas en Twitter | @ArnaldoOtegi

¿Qué les gusta de Otegi? Se lo pregunto a las personas que, en la manifestación separatista de la Diada, se acercaron sonrientes a hacerse selfies con el que fue dirigente de la ETA y no ha condenado los crímenes de la organización terrorista. Es más, está ahí, como secretario general de Sortu, y por tanto estaba allí, en la manifa separatista, precisamente por eso: por no ser un terrorista arrepentido. No sería el jefe de los herederos de ETA si hubiera rechazado o declarado repulsivo ese legado criminal. De ahí que pregunte a los encandilados con ese invitado de honor de la performance separatista qué encuentran de admirable en él. ¿Que fuera de ETA durante los años en que asesinó a mansalva? ¿Que no haya formulado condena ni declarado arrepentimiento ni ayudado a esclarecer los más de 300 asesinatos que siguen pendientes de justicia?

No se puede circunscribir la admiración que allí se vio por Otegi sólo a los que, por su edad, tendrían la excusa de la ignorancia. Los había que peinaban canas entre los que fueron a darle la mano y a pedirle selfies. Es posible, sí, que haya gente encantada de retratarse con cualquiera que tenga notoriedad, sin importar cuál sea la causa de la fama, y que esa fascinación con el famoso les lleve a perder el culo por fotografiarse hasta con un asesino en serie que haya salido en la tele. No descarto un papanatismo así en este caso. La duda que tengo es si el embeleso con Otegi es por su historial entre los pistoleros de ETA o por el blanqueo de ese historial que vienen haciendo él mismo, los suyos y sus auxiliares. Un blanqueo que llega al punto de presentar a Otegi como el hombre providencial que detuvo la máquina de matar. Ya puestos, no es que lo blanqueen, es que lo santifican.

Lo de los selfies es para un estudio psicológico, pero la invitación, por parte de los organizadores, ha de entenderse como un acto político. Fue un signo de amistad y complicidad políticas con los herederos de la organización terrorista. No sé si lo hicieron aposta, pero lo parece: ha coincidido con el 30 aniversario del atentado de Hipercor, la mayor masacre de la historia de ETA. Veintiséis muertos y cuarenta y seis heridos. Fue el 19 de junio de 1987, en Barcelona. Metieron en el aparcamiento un coche con 27 kilos de amonal y 200 litros de líquidos incendiarios. La sentencia de la Audiencia Nacional expone así lo sucedido:

Una bola de fuego abrasó a las personas que encontró a su paso, a la vez que produjo una ingente cantidad de gases tóxicos que ocasionó la asfixia de las personas que se encontraban en su radio de acción. Varias personas resultaron atrozmente quemadas y mutiladas, sin posibilidad alguna de escapar ante la oscuridad producida por el humo negro y los materiales incendiarios adheridos a su cuerpo, puesto que la composición del explosivo hizo que los productos incendiarios se adhirieran a los cuerpos sin posibilidad alguna de desprenderse de ellos ni apagarlos, ya que su autocombustión se ocasionó sin necesidad de utilizar el oxígeno ambiente.

Por entonces, Otegi llevaba unos diez años en la organización terrorista. Porque Otegi es de los que entraron en ETA cuando prácticamente había acabado la dictadura franquista. Es de los que desarrollaron su carrera criminal en contra de la democracia. Y la gran mayoría de los atentados y asesinatos de ETA fueron durante la democracia.

Este año, en el aniversario de la masacre de Hipercor, Otegi puso un tuit diciendo que compartía "el dolor de las víctimas" y que "nunca debió ocurrir". Tal vez preparaba de esa manera su desembarco en la manifestación de la Diada. Nótese que puso: "Nunca debió ocurrir". No puso, por ejemplo: "Nunca teníamos que haber puesto aquel coche-bomba ni ningún otro".

Nunca debió ocurrir. No hay sujeto. No hay responsable. Tampoco hay nada nuevo en las aparentes condolencias de Otegi. Después del atentado de Hipercor, la ETA difundió un comunicado diciendo que había cometido "un grave error" y Herri Batasuna lo secundó con otro en el que lamentaba "el costo en vidas humanas y heridos que ha supuesto este trágico accidente". Accidente. Hablaban de accidente porque la llamada de aviso, que dio una hora equivocada para la explosión, no condujo al desalojo del supermercado, por lo que responsabilizaban a la dirección del establecimiento y a la Policía.

La conmoción por la masacre obligó a ETA, y a su brazo político, a aquella inédita y leve autocrítica. Tan leve, que seis meses después perpetró otra matanza. Puso un coche bomba que mató a once personas, seis de ellas menores, en el acuartelamiento de la Guardia Civil en Zaragoza. Huelga decir que ni la banda ni su brazo lamentaron el coste en vidas humanas de aquel atentado, como tampoco de los que acabaron con la vida de muchos militares, policías y guardias civiles, incluidos familiares, de los que tuvieron la mala suerte de pasar por allí, y de tantos otros.

Con ese tino que algunos tienen para seleccionar invitados, TV3 aprovechó la presencia en Barcelona de un representante significado de esa historia de terror para entrevistarlo. Los del programa dijeron en las redes sociales que se lo habían pasado muy bien con Otegi. Un tipo simpático, con el que echarse unas risas y hacerse selfies. Al retratarse tan risueños con él, los separatistas catalanes han quedado retratados. El retrato no es favorecedor.

Cuando aquel comunicado de Batasuna sobre el "accidente" de Hipercor, La Vanguardia puso en un editorial: "El comunicado que todos hemos tenido que leer desborda la indignación para causar aún algo más profundo: asco". Agua pasada. Hoy, Otegi puede pasearse como una estrella del rock por Barcelona, el lugar de aquella matanza y de otras. Ni siquiera el hecho de que el terrorismo, en su forma yihadista, acabara de pasar su guadaña por la ciudad llevó a sus anfitriones y admiradores a preguntarle por su pasado. Un pasado, esa es la cuestión, que sigue formando parte de su presente.

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