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EDITORIAL

La matanza de Vistalegre

Vistalegre II no es más que el reflejo posmoderno de las viejas purgas estalinistas, en las que el líder supremo hacía desaparecer todo rastro de quien se atreviera a discutirle el poder.

El desarrollo del congreso de Podemos y las intervenciones de su principal protagonista, Pablo Iglesias, no han desentonado ni un ápice respecto a lo que ha venido ocurriendo en los últimos meses en el seno del movimiento ultraizquierdista, en los que se ha puesto de manifiesto que todas las apelaciones a la discusión de modelos organizativos o a la participación de las bases no son más un pobre ardid para tratar de esconder una lucha encarnizada por el poder.

En efecto, el espectáculo brindado durante estas últimas semanas por los líderes del partido antisistema ha puesto de manifiesto que el debate de ideas era un pretexto -rápidamente olvidado- y que de lo que se trata es de alzarse con el control de la organización, anulando para siempre al enemigo interno.

Vistalegre II no es más que el reflejo posmoderno de las viejas purgas estalinistas, en las que el líder supremo hacía desaparecer todo rastro de quien se atreviera a discutirle el poder. En eso están Iglesias y Errejón, los dos principales candidatos a liderar la organización populista de extrema izquierda, con el aditamento poco significativo de otros aspirantes menores dispuestos a convertir a Podemos en un híbrido forjado entre la nostalgia de la Unión Soviética y el ejemplo actual de las dictaduras marxistas bananeras.

En realidad no hay ninguna diferencia sustancial entre el proyecto político de Iglesias o Errejón. Forjados en la misma tradición totalitaria, ambos aspiran a convertir a Podemos en una fuerza revolucionaria que acabe con nuestro sistema de libertades; solo difieren en el método. Así pues, sea cual sea el resultado de esta lucha fratricida, mientras esta fuerza ultraizquierdista siga concitando apoyo popular seguirá siendo una amenaza para la convivencia y la prosperidad de todos.

Iglesias y Errejón se lo juegan todo en este congreso puesto que, políticamente, solo uno de ellos saldrá vivo este fin de semana. Podemos, que se presentó ante la opinión pública más ingenua como un nuevo modelo de partido, ajeno a los vicios orgánicos de la casta, se revela así como una organización monolítica donde lo único que importa es quién detenta el poder. Llegaron diciendo que eran la nueva política y lo cierto es que sus ideas y la forma de imponerlas a sangre y fuego son el reflejo perfecto del comunismo más ajado. Puesto que ni el PP ni los principales medios de comunicación están dispuestos a combatirlo, lo mejor que puede ocurrirnos a los españoles es que sus líderes se aniquilen en la batalla campal en que se ha convertido el congreso podemita de este fin de semana.

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