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EDITORIAL

Los liberales españoles, huérfanos

La perspectiva de un Gobierno de coalición entre PSOE e IU resulta aterradora.

Los resultados de la encuesta que este viernes publicaba El Periódico de Cataluña no deberían sorprender a nadie. El desplome de PP (118-122 escaños) y PSOE (104-107), con un voto conjunto inferior al 55%, quizás parezca algo exagerado. Pero resulta creíble en el actual clima de descomposición política, falta de liderazgo, nula credibilidad y profunda crisis económica que padece España.

Habrá quien piense que populares y socialistas se merecen el castigo del electorado. Y es cierto. El problema es que las alternativas que se dibujan en el horizonte no son nada halagüeñas.

Por un lado, es difícil imaginar que un PP sin mayoría absoluta sería más firme en la defensa de sus convicciones de lo que lo ha sido en el último año y medio. Precisamente, lo peor del Gobierno de Mariano Rajoy ha sido su falta de firmeza. Incluso aunque no necesita los votos de la oposición, el Ejecutivo ha estado siempre dispuesto a la componenda, aparentemente más preocupado por lo que puedan pensar los medios de comunicación más cercanos a la izquierda que sus propios votantes. En los últimos días hemos tenido la última prueba, cuando ha dejado a los pies de los caballos a uno de sus mejores ministros, un José Ignacio Wert que está luchando denodadamente por cambiar un sistema educativo fracasado y rehén del más rancio izquierdismo. Con este panorama, es preocupante imaginarse hasta dónde podrían llegar las concesiones de un Rajoy en minoría.

En el lado socialista, las perspectivas son mucho peores. Tras la etapa del zapaterismo y la debacle electoral, lo lógico era pensar que Alfredo Pérez Rubalcaba intentaría cambiar de rumbo, dejando a un lado el discurso del buenismo y la demagogia anticapitalista. Tiene numerosos ejemplos a su alcance. Desde la Tercera Vía de Tony Blair a los partidos laboristas escandinavos, la izquierda del norte de Europa ha demostrado que es posible ofrecer un discurso socialdemócrata moderno, coherente y sensato, que no suponga una vuelta a las fracasadas recetas del intervencionismo. Sin embargo, el camino escogido ha sido justo el contrario. La respuesta al desplome en la intención de voto está siendo más radicalismo. No parece que echarse en brazos de Izquierda Unida y expropiar pisos sea la fórmula para recuperar a ese electorado urbano que hace años que abandonó al PSOE.

La debacle de los grandes partidos tiene dos grandes beneficiarios, IU y UPyD, que empiezan a atisbar unos resultados históricos. Ya se habla, incluso, de medio centenar de diputados para la formación comunista y de más de treinta para la magenta.

En este sentido, la perspectiva de un Gobierno de coalición entre PSOE e IU resulta aterradora. La demagogia, la falta de contacto con la realidad y las evidentes carencias de los líderes de ambas formaciones son la fórmula perfecta para el desastre. La leve recuperación de la economía española en los últimos meses no resistiría un Ejecutivo como el que preside la Junta de Andalucía desde hace un año. Y la sensación, viendo actuar a Alfredo Pérez Rubalcaba, es que los comunistas serían su primera alternativa para llegar a La Moncloa. Es triste, pero la ruina ideológica que creíamos enterrada bajo los escombros del Muro de Berlín tiene opciones de ser fuerza de Gobierno en España en 2015.

Ante este panorama, la única buena noticia de las encuestas reside en el buen comportamiento de UPyD. El partido de Rosa Díez mantiene un discurso casi impecable, al menos en el terreno político. En un momento de máxima emergencia nacional, con el separatismo catalán crecido ante la falta de respuesta del Gobierno, son los diputados magenta los que más y mejor están defendiendo los principios básicos que aseguran la convivencia. De hecho, es una pena que en el terreno económico UPyD no muestre la misma solvencia y se esté escorando peligrosamente hacia el populismo de izquierdas.

Así las cosas, los liberales españoles se ven huérfanos. Tras la salida de Esperanza Aguirre de la primera línea, ninguna de las opciones a su alcance cumple las expectativas. Además, su influencia ideológica en el partido del Gobierno parece claramente menguante. No es una cuestión banal. A menos libertad, menos España. Y a menos España, menos libertad. Siempre ha sido así en los últimos dos siglos. No lo olvidemos: las encuestas son sólo el reflejo de una realidad que nos asalta cada día en las portadas de los periódicos.

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