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EDITORIAL

Ni principios, ni encuestas ni ambición

Los dirigentes 'populares' andan obsesionados en marcar distancias con Vox, con Ayuso… y buena parte de su mejor pasado.

Lo primero que hay que decir de las encuestas es que, obviamente, no son una verdad escrita en mármol, pero sí son herramientas útiles para entender lo que está pasando y, sobre todo tomadas en cuenta en su conjunto y analizadas correctamente, proporcionan información muy valiosa sobre lo que percibe la opinión pública y hacia dónde se mueve una sociedad.

También es cierto que un partido no debe moverse en función de los resultados que vayan arrojando los sondeos, la política es o debe ser mucho más que eso y deben prevalecer la defensa de los principios, la libertad y el Estado de Derecho.

Nada de esto parece decisivo en el PP de Pablo Casado, donde la defensa de la libertad y de la ley queda continuamente opacada por el tacticismo del momento –cuando no sepultada por pactos infames como los que han tenido por víctimas al Tribunal Constitucional y al de Cuentas–, y tampoco parece que en Génova, 13 sean capaces de interpretar los mensajes que insistentemente les transmiten no ya las encuestas, sino los resultados electorales.

De ser así habrían entendido hace ya tiempo que la línea que han de seguir es la de Isabel Díaz Ayuso, de enfrentamiento frontal con la izquierda liberticida y acercamiento en lo que sea posible –y lo es sin duda en los asuntos esenciales– a un Vox sin cuya colaboración es prácticamente imposible que el PP gobierne en la mayoría de ayuntamientos y comunidades y acceda al Gobierno central.

En lugar de eso, los dirigentes populares andan obsesionados en marcar distancias con Vox, con Ayuso… y buena parte de su mejor pasado, pese a que el mensaje de las urnas y los sondeos siempre ha sido el opuesto: desde la moción de censura de Abascal, en la que Casado reventó las relaciones entre ambos partidos para fortalecer electoralmente a los que quería perjudicar, hasta la lamentable campaña de las elecciones catalanas que hundió al PP en el Parlament y las encuestas posteriores, pasando por el arrollador triunfo de Ayuso y cómo éste catapultó al PP a nivel nacional, para terminar en la forma patética en la que esa ventaja se ha dilapidado en una más que absurda batalla interna.

Los errores de Casado y Egea se han venido traduciendo en fracasos propios y éxitos ajenos; pero siguen negando la evidencia: cuando las encuestas les dicen que la batalla contra Ayuso no sólo es inmoral sino suicida; y cuando los sondeos dejan muy claro que compadrear con Pedro Sánchez y pelear con Santiago Abascal no hace sino beneficiar a Vox, ellos hablan de ofrecer al PSOE una gran coalición. De locos.

Es lícito que un partido actúe de espaldas a las encuestas, pero es suicida que ni atienda a los sondeos ni luche por los principios. Exactamente eso está haciendo el PP de un Pablo Casado que ya no parece tener ni lo que desde tiempo inmemorial es la principal motivación de todos los políticos del mundo: la ambición de alcanzar el poder.

El problema no es que Casado desista de su legítima ambición de gobernar; el drama es que eso sirva para que Sánchez siga haciéndolo de la mano de comunistas, separatistas y filoterroristas.

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