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EDITORIAL

Peligrosa intolerancia religiosa en España

Con excusas como el laicismo e incluso la aconfesionalidad o una supuesta modernidad malentendida, parece que el hecho religioso deba ser erradicado.

Esta Semana Santa ha sido una nueva oportunidad para comprobar que una parte de la sociedad española se está deslizando por una pendiente de intolerancia que empieza a ser peligrosa.

Con excusas como el laicismo –e incluso la aconfesionalidad, rizando ya el rizo de la incongruencia- o una supuesta modernidad completamente malentendida, parece que el hecho religioso deba ser erradicado no ya de cualquier expresión pública, sino de cualquier expresión en público. La presión, que se manifiesta en numerosas formas dentro y fuera de las redes sociales, es cada día mayor y, de seguir creciendo, nos va a llevar más pronto que tarde a alguna desgracia que debamos lamentar.

Más allá de las virtudes o defectos del laicismo, hay que recordar que España no es constitucionalmente un Estado laico, bien al contrario la Carta Magna deja claro que "ninguna confesión tendrá carácter estatal", pero también ordena que "los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones".

La libertad religiosa queda así consagrada como uno de los derechos fundamentales de los españoles, pero ésta no implica que la religión deba desaparecer del todo ámbito que no sea el privado sino, al contrario, que todas las religiones podrán compartir el espacio público con normalidad y respeto.

Dentro de este marco legal hay que tener en cuenta –como la propia Constitución lo tiene- que el catolicismo es todavía la confesión abrumadoramente mayoritaria y, además, está indisolublemente unida a multitud de tradiciones como la propia Semana Santa, que no sólo merecen respeto como manifestaciones religiosas, sino que también son hechos culturales de gran relevancia y, hay que decirlo, en no pocos casos atractivos turísticos de alcance mundial.

La presencia de la religión católica es por tanto importantísima en nuestra calles y nuestras vidas, y es ahí donde tiene sentido, precisamente, la tolerancia: ser tolerante no es sólo estar abierto a cualquier culto lejano y minoritario, sino que la tolerancia hay que demostrarla de verdad soportando lo que no nos gusta pero nos afecta.

Por último, hay que decir que nadie se le escapa que en la mayor parte de los casos esta intolerancia no es sólo religiosa, sino que es parte de un programa político: el de aquellos que quieren eliminar todo aquello que no se avenga a formar parte de una sociedad "nueva", una España completamente distinta de lo que ha sido y es nuestro país. Un proyecto que pese a pasar por el colmo de lo moderno y la nueva política en realidad no es sino una reedición de los viejos totalitarismos que tanta miseria y tanto dolor han causado y que, casualmente, siempre tenían en la religión uno de sus primeros objetivos.

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