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EDITORIAL

Unos resultados catastróficos para España

El resultado es dramático: si en 2017 el constitucionalismo era un tercio del parlamento catalán, ahora se queda en un sexto.

Lo primero que hay que aclarar es que estas elecciones no se deberían haber celebrado y, si han tenido lugar, ha sido por la manipulación oportunista de uno de los candidatos, Salvador Illa, que fue el que como ministro decidió que se celebrasen con un evidente riesgo sanitario.

Dicho lo anterior y ante el dramático resultado, con un constitucionalismo barrido de la escena pese al buen desempeño de Vox, una de las grandes dudas que deja el recuento electoral es si el resultado del PSC se podría extrapolar al resto de España. ¿Validará la sociedad española la gestión de Illa y sus más de 100.000 muertos como ha hecho la catalana? De lo que no hay ninguna duda es que votando a Illa, a los golpistas presos, a los golpistas huidos y a la CUP, Cataluña ha vuelto a demostrar la terrible enfermedad moral que aqueja a una región en la que los comportamientos más deleznables encuentran siempre su asiento moral.

Más allá del espejismo del resultado de Illa, que difícilmente tendrá una traducción real en el reparto del poder en Cataluña, estas elecciones suponen un nuevo triunfo del separatismo: los que lo volverían a hacer vuelven a crecer en conjunto y superan holgadamente los 70 diputados que tuvieron en las elecciones de 2017. El suflé del que tantos hablan en la política madrileña sigue sin desinflarse y en la práctica hay muy poca diferencia en que sea JxCat o ERC el que lidere ese bloque.

En el lado constitucionalista, en el que por supuesto no podemos incluir ni al PSC ni a los representantes de Podemos en Cataluña, el descalabro es mayúsculo. Por supuesto Vox ha obtenido un buen resultado: entrar en el parlamento catalán con 11 escaños y superar no sólo al PP sino a la suma de PP y Ciudadanos es sin duda algo que los de Santiago Abascal pueden celebrar.

Pero el resultado es dramático para España: si en 2017 el constitucionalismo tenía menos de un tercio de los representantes del parlamento catalán, ahora se queda en un sexto. Dramático. La gran debacle de Ciudadanos puede ser lo más llamativo, pero no es tan sorprendente: el partido de Inés Arrimadas no ha dejado de cosechar fracasos desde las elecciones de noviembre de 2020 y esto sólo es una etapa más en el camino.

El desastroso resultado del PP requiere más análisis, ya que se produce después de una operación política de calado que se inició con la destitución de Cayetana Álvarez de Toledo y se culminó con el brutal discurso contra Abascal en la moción de censura.

Desde entonces, los populares se han preocupado mucho más por separarse de Vox que por atacar al PSOE y el resultado es el que hemos visto esta noche: el voto constitucionalista, el de aquellos que son conscientes de la situación excepcional que viven Cataluña y con ella España se ha agrupado alrededor de la candidatura que lideraba Ignacio Garriga.

Es un revés descomunal pero no para un Alejando Fernández que se ha visto desarmado por la propia campaña desastrosa de su partido, sino para la dirección del PP que ha desarrollado una estrategia para dinamitar cualquier posible unidad en la derecha que ahora vemos que no solo era abiertamente inmoral, sino profundamente equivocada.

Sólo hay una cosa buena que podría salir de una noche electoral tan nefasta como la de este domingo: que las tres fuerzas que ocupan el espacio del centro derecha en España se den cuenta, por fin, de que si mantienen las ridículas batallas entre ellos y renuncian a la unidad de acción contra el gobierno socialcomunista y sus aliados separatistas sólo lograrán prolongar indefinidamente la estancia en el poder de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Y eso es algo que ni España como nación ni nuestro sistema democrático pueden permitirse.

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