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EDITORIAL

Violencia antijudía y silencio occidental

El silencio de Occidente legitima los ataques y fortalece la imagen de los dirigentes palestinos, principales responsables de esa oleada de terror.

La actual oleada de violencia palestina contra civiles israelíes ha adquirido tal intensidad que ya ha empezado a ser conocida como la tercera Intifada, la de los apuñalamientos. Numerosos palestinos, jóvenes en su mayoría, están apuñalando israelíes, lanzándoles cócteles molotov y atropellándolos lanzando sus coches contra ellos a toda velocidad, tratando de causar el mayor número de víctimas posible.

Las autoridades israelíes tratan de proteger a sus ciudadanos haciendo frente a un fenómeno sin precedentes en la ya larga historia de violencia contra los judíos: por primera vez, los autores de estos asesinatos no pertenecen a células de organizaciones terroristas procedentes de Gaza o la Margen Occidental. Se trata de jóvenes aparentemente desvinculados de estos grupos, con residencia en Israel y, en muchos casos también, nacionalidad israelí.

La actual oleada de asesinatos de judíos en Israel comenzó a mediados de septiembre, en vísperas del Año Nuevo de la religión judía, cuando la policía israelí dispersó a un grupo de terroristas palestinos atrincherados en la Mezquita de Al Aqsa, con intenciones de atacar a los judíos cuando acudieran a orar a la explanada, lugar sagrado también para los judíos porque allí estuvo ubicado el Templo de Salomón.

El incidente fue inmediatamente utilizado por las autoridades palestinas, medios de comunicación y clérigos musulmanes, para incitar al asesinato de judíos con una retórica que convierte el crimen contra ciudadanos indefensos en un acto heroico que todos los palestinos deberían imitar. El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, ha colaborado también de forma activa aplaudiendo el asesinato de civiles israelíes, en lugar de hacer un llamamiento a la calma para detener una espiral de violencia de final impredecible. Cuando las máximas autoridades de un pueblo incitan a sus miembros a asesinar a toda costa a sus vecinos, tachados de enemigos mortales, es inevitable que ocurran estos fenómenos de violencia colectiva, especialmente en una sociedad tan fanatizada como la palestina tras décadas de adoctrinamiento desde la más tierna infancia en el odio al judío.

Como siempre que los judíos son víctimas de una agresión, el silencio cómplice es la consigna compartida por las instituciones internacionales. En el caso de que se haga algún llamamiento, los gobiernos y medios occidentales guardan una exquisita neutralidad, como si las víctimas tuvieran también parte de culpa por haber sido asesinadas. En España, la izquierda se limita a hacer gala de su tradicional antisemitismo, atribuyendo a los israelíes la responsabilidad de esta oleada de violencia, mientras el resto de fuerzas políticas ni siquiera se han pronunciado para no verse identificadas con la defensa del pueblo israelí. Con su actitud legitiman los ataques contra civiles israelíes y fortalecen la imagen exterior de los dirigentes palestinos, principales responsables de esa oleada de terror.

El ministro de Exteriores, tan locuaz en asuntos que no le competen como la operación secesionista en Cataluña, tiene la ocasión de dignificar su cargo haciendo algo más que un llamamiento equidistante a las partes, como si los agresores y sus víctimas pudieran moralmente ser tratados en régimen de igualdad.

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