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Eduardo Goligorsky

Eutanasia a cámara lenta

Mi caso está resuelto, cosa que agradezco, pero la reivindicación de la muerte digna en un lapso humanamente razonable sigue en pie.

Inicié hace cinco meses los trámites para acogerme a la Ley de Eutanasia. Así de claro. Sintetizo los motivos, no para inspirar compasión, sino para describir la situación real. A los 90 años no me he repuesto, ni me repondré, del golpe que significó la pérdida, hace más de 6 años, de quien fue mi compañera durante 60 años. Hace tres años que estoy confinado en mi casa por problemas dolorosos de movilidad y dependo de la ayuda de una abnegada cuidadora. He perdido la visión del ojo derecho y está disminuyendo la del izquierdo. Con el consiguiente efecto de angustia para quien concentra su actividad en la lectura y la escritura. Pero basta de lamentaciones. Hablemos de la Ley de Eutanasia.

Carrera de obstáculos

Escribí numerosos artículos periodísticos en La Vanguardia y Libertad Digital pidiendo la promulgación de esta ley cuando todavía era una quimera. Soy socio de la Asociación Derecho a Morir Dignamente desde los tiempos pioneros del pensador Salvador Pániker y firmé ante notario uno de los primeros testamentos vitales que se depositaron en la Seguridad Social.

Interpreté la aprobación de la Ley de Eutanasia como un triunfo de las libertades individuales en el marco de los derechos humanos. Y a mi juicio lo es, pero la aplicación práctica de la ley puede transformarse en una carrera de obstáculos que convierte la muerte digna en una meta difícil de alcanzar.

Los protocolos

Vayamos por partes. La médica de cabecera que recibió mi pedido de eutanasia y puso en marcha los trámites merece mi agradecimiento y admiración por el rigor profesional y la sensibilidad humana con que actúa. Pero es precisamente ese rigor profesional el que la obliga a ceñirse estrictamente a los protocolos. Y aquí es, a juzgar por mi experiencia, donde los autores de la ley han instalado los obstáculos.

Es lógico y loable que los protocolos contengan cláusulas que garantizan: a) que las causas aducidas para solicitar la eutanasia tengan aval médico; b) que el solicitante está en pleno uso de sus facultades mentales o lo estaba cuando designó un apoderado para que lo sustituyera si las perdía; c) que el solicitante no actúa bajo presión o coacción de personas interesadas en su defunción. Estas precauciones, elevadas al máximo, desmontan los argumentos de quienes denuncian que la eutanasia es "una coartada para matar viejos".

Un campo minado

A partir de aquí entramos en un campo minado. Paradójicamente, este máximo de precauciones, materializado en la repetición de solicitudes y cuestionarios a lo largo del tiempo, se transforma en una prolongación legalizada del sufrimiento que la ley prometía interrumpir. Súmese a ello una entrevista psiquiátrica que puede ser intrusiva para personas adultas que, o ya han pasado por ese trance a lo largo de su vida y no desean dedicarle más tiempo en esta emergencia, o han rechazado razonadamente este tipo de tratamientos por considerarlos incompatibles con su forma de pensar.

En mi caso, lo que necesito y pido no es el diagnóstico y curación de una hipotética enfermedad maníaco depresiva –insisto, a los 90 años– sino ayuda médica para cortar de raíz mis sufrimientos con una muerte digna. Lamentablemente, topé en este trance con un segundo profesional que en lugar de valorar los motivos evidentes de mi solicitud dedicó la mayor parte de la única y breve entrevista a indagar en mi pasado desde la infancia, ciñéndose más a los controvertidos ritos del psicoanálisis que al rigor científico de la psiquiatría. Su veredicto fue negativo, lo cual me obligó a iniciar un trámite de apelación. Y a prolongar mi sufrimiento.

Finalmente, todo el proceso se somete a la aprobación de un tribunal independiente que, en mi caso, acaba de dar su bienvenida aprobación.

La reivindicación sigue en pie

Hay circunstancias en que estos protocolos parecen más diseñados para combatir la ola de suicidios (3.941 en el 2020), estirando los trámites a cámara lenta, que para garantizar la muerte digna de quienes padecen graves dolencias físicas y psíquicas, abreviando drásticamente sus sufrimientos.

Mi caso está resuelto, cosa que agradezco, pero la reivindicación de la muerte digna en un lapso humanamente razonable sigue en pie.


Nota de la Redacción: a Eduardo Goligorsky se le ha practicado la eutanasia en su domicilio barcelonés en la mañana de este jueves. Libertad Digital, que tuvo el honor de contarle entre sus colaboradores desde el año 2010, quiere transmitir a sus familiares y amigos sus más sentidas condolencias.

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