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Eduardo Goligorsky

Un deber de solidaridad

Es la hora de la solidaridad entre conciudadanos y compatriotas. Los que quedarán fuera serán los caducos sembradores de odios. Nadie los echará de menos.

Es la hora de la solidaridad entre conciudadanos y compatriotas. Los que quedarán fuera serán los caducos sembradores de odios. Nadie los echará de menos.

Los ciudadanos españoles, incluidos los catalanes que comparten esta condición, tienen un perentorio deber de solidaridad con los cientos de miles –no millones– de compatriotas que, seducidos por un puñado de demagogos, se dejaron arrastrar a la aventura secesionista. No es hora de abrumar con recriminaciones a las víctimas del engaño, que ya bastante castigo tienen después de haber comprobado que los falsos mesías se burlaron de ellos al describirles como la soñada Ítaca lo que no era más que una ínsula Barataria aislada del mundo circundante. La cruda realidad les ha revelado que esos falsos mesías tenían plena conciencia de que sus promesas estaban viciadas de nulidad desde el vamos, y que si insistían en reclutar prosélitos para la empresa imposible era porque sentían un cruel desprecio por lo que para ellos no era más que la plebe obediente.

Pescadores de almas cándidas

Solidaridad y compasión es lo que debemos tributar a esos conciudadanos que cayeron en las redes de la campaña masiva de lavado de cerebro organizada desde la cúpula del poder local. Es difícil evadirse de los engranajes de las máquinas totalitarias de propaganda, hábilmente gobernadas por expertos en las técnicas de seducción. Sobre todo cuando estos expertos son creyentes incondicionales o escribas bien remunerados. Que de todo hay en la viña del secesionismo. Lo único cierto es que a la hora del desengaño debemos ser indulgentes y solidarios con quienes salen de la trampa, y debemos ayudarlos a reincorporase a la sociedad normal. Zygmunt Bauman explica los entresijos de este proceso de captación de inocentes (LV, 8/9):

El poder es ejercido por medio de la seducción, de la tentación. Y es simplemente menos costoso. Y más aceptable. Implica la cooperación del sujeto. Si le coaccionas no puedes contar con su cooperación, pero si le seduces está listo para darte sus servicios. Volvemos a algo que Étienne de la Boétie, según Montaigne, presentó como la servidumbre voluntaria: estamos dispuestos a complacer, queremos ser seducidos, tentados. Es lo que intentan hacer los gobiernos inteligentes: atraer a la gente a la sumisión.

La única objeción que cabe hacer a este análisis es que, en nuestro caso, no se trata de un gobierno inteligente sino de una camarilla endogámica, para la cual los candidatos a la sumisión sólo componen un rebaño vulnerable, de quita y pon en el marco de sus planes autoritarios.

En su última pirueta dialéctica, la de la tercera vía, el secesionista simpático Josep Antoni Duran Lleida, fogueado en estos tejemanejes, no se priva de exhibir el cebo favorito de los pescadores de almas cándidas (LV, 23/9):

Soy consciente de que hoy estamos descaradamente en una confrontación de sentimientos (…) Los sentimientos son muy importantes. No sólo no se pueden ignorar, sino que los tienes que tener muy presentes.

A continuación, el previsor líder de Unió, reacio a dejarse barrer por el desbarajuste que han montado sus socios, toma distancia de estos ensayando lo que en alguien menos sinuoso que él se podría interpretar como una reconciliación con la racionalidad:

El futuro de Catalunya no se puede decidir por el éxito de una o cien manifestaciones, sino por la fuerza de las urnas y los votos. (…) Nunca criticaré los sentimientos de la ciudadanía, pero me desesperan -para no calificarlo de otra manera- los políticos que no saben hacer nada más que alimentarlos primero y aprovecharse después.

Con muchas deudas

Volvamos al deber de solidaridad que tenemos con aquellos compatriotas que se dejaron gobernar por los sentimientos y se sumaron a las columnas del hombre-masa. La inopia en que los ha dejado sumidos la espantada de los falsos mesías tiene puntos en común con la desazón que padecen las víctimas de la crisis bancaria. Muchos clientes de los bancos creyeron en la palabra de sus asesores de toda la vida, e invirtieron en preferentes o contrataron hipotecas basura. Los perdió la confianza. Gobernantes, políticos y medios de comunicación alimentaron esa confianza, que se apoderó de gran parte de la sociedad.

Ahora hemos asistido, y todavía estamos asistiendo, a un fenómeno muy parecido: todo el aparato del poder local y todos los medios de comunicación afines a dicho poder se han confabulado para sacralizar la opción secesionista y para convertir a quienes no la comparten en parias.

En el caso de la independencia, como en el de las transacciones bancarias, también hay un detalle que los responsables de la operación ocultan a los profanos: la letra pequeña. Letra pequeña que, en el caso de la independencia, no lo es tanto. Más bien es una cláusula escrita con mayúsculas que debería estar a la vista de todos. Pero que los secesionistas cínicos ocultan o tergiversan sin ningún pudor. El artículo 49 del Tratado de la Unión Europea estipula que todo nuevo Estado deberá iniciar desde cero los trámites para ingresar en la UE, y que por tanto una Cataluña independiente quedaría sola como un hongo. Sin España, sin UE, sin OTAN, sin ONU. Sin euro. Pero con fronteras, con muchas fronteras. Y con muchas deudas que no se cancelarán con la dación en pago. Josep Ramoneda acaba de escribir (El País Semanal, 8/10) que para él "la línea roja es ocultar la verdad para no desmoralizar a los nuestros". ¿Confesará ahora estas verdades o seguirá ocultándolas y yéndose por la tangente aunque ello lo convierta en cómplice de los suyos en el desmantelamiento de Cataluña?

Esta realidad es la que ha provocado la espantada de la cúpula secesionista y la que dejará huérfanos a sus seguidores. Súbitamente, los gemelos Artur Mas y Oriol Junqueras proclaman su afecto por España, esa misma España que un descerebrado e innombrable conseller de Cultura (¡de Cultura!) de la Generalitat calificó de "anomalía histórica" sin que lo destituyesen de manera fulminante; esa misma España que según decretará un próximo cónclave oficial de regimentados agitadores maniqueístas estuvo "300 años contra Cataluña"; esa misma España que difaman los lenguaraces del intrigante Diplocat financiados por todos los españoles.

Los cabecillas del secesionismo corren en círculos como pollos decapitados sin saber dónde meter los contradictorios proyectos con que hipnotizaron a la minoría del 36,5 % del censo que votó el Estatut y que más tarde se congregó en manifestaciones que siguieron representando a la "minoría más activa y organizada" (Francesc-Marc Álvaro dixit, LV, 6/5).

Su propio veneno

Para enredar mejor a los incautos, los secesionistas no vacilan en disfrazar a esta minoría de mayoría. Políticos y escribas del régimen machacan a la opinión pública en discursos, artículos periodísticos y tertulias con el latiguillo de la mayoría, sobre todo en relación con el Estatut del 36,5% y con las manifestaciones a las que atribuyen un hacinamiento contranatura. Movidos por la soberbia, pretenden hablar, además, en nombre de Cataluña, como si el territorio les hubiera otorgado un poder notarial brotado del suelo, o en nombre de los catalanes, como si todos los individuos se hubieran fusionado en un hombre-masa parlante. Harto de abusos, Francesc de Carreras protestó (LV, 17/8):

El señor [Jordi] Pujol no tiene ningún derecho, y eso sí que va contra toda lógica, a hablar en nombre de Catalunya, es decir, de todos los catalanes. Por favor, hable en su nombre, señor Pujol, y deje de hablar en el mío.

Antonio Robles le propina el mismo varapalo a Artur Mas: "No en nombre de Cataluña" (Libertad Digital, 26/9). E incluso un nacionalista con arranques de ecuanimidad, Antoni Puigverd, se pronuncia "Contra la sinécdoque", o sea el uso de una parte de algo para representar el todo (LV, 13/9) y advierte:

Esta es, en efecto, la tentación del soberanismo: identificar el país entero con la gente de la Vía. Fue un éxito, pero las encuestas y las elecciones ofrecen otros datos: todavía es altísimo, sin ir más lejos, el porcentaje de catalanes con doble sentimiento de pertenencia.

Los falsos mesías del secesionismo se dieron el lujo de hacer saltar por los aires la tradicional cohesión de la sociedad catalana: fomentaron choques entre familiares, amigos, vecinos, empresarios, trabajadores, sacerdotes, feligreses, intelectuales, maestros, discípulos. Se jactaron de haber enfrentado a Pere Navarro con su padre. Intentan ensanchar distancias entre los españoles residentes en Cataluña y los parientes que dejaron en otras comarcas. Practican la ingeniería social típica de los regímenes totalitarios cuando adoctrinan a los niños sin respetar la opinión de los padres.

Ahora están probando una ración de su propio veneno. El veneno del enfrentamiento cainita. La certidumbre de que el choque no se producirá con el tren español sino contra la frontera de la Unión Europea, y de que una Cataluña independiente deberá comprar el euro en las casas de cambio, los ha metido en un callejón sin salida donde afloran todas sus rivalidades y sus desmesurados apetitos de poder. Los que hasta ahora eran sus crédulos seguidores se han quedado sin brújula. Es la hora de cicatrizar heridas, olvidar agravios y restablecer vínculos. Es la hora de la solidaridad entre conciudadanos y compatriotas. Los que quedarán fuera, disfrutando de su dorado retiro en alguna Ítaca ampurdanesa o caribeña, serán los caducos sembradores de odios y discordias. Nadie los echará de menos.

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