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Emilio Campmany

Interés nacional y tomates

Lo que tendríamos que hacer, en vez de llorar tanto, es cultivar verduras de calidad superior a las de los marroquíes, aunque tengan que ser, como es lógico, más caras. O dedicarnos a otros productos que los marroquíes no sepan plantar

El Parlamento europeo ha decidido abrir la puerta a la huerta marroquí. Aquí nos hemos puesto de los nervios y por una vez, y sin que sirva de precedente, han votado en contra todos los eurodiputados españoles, la mayoría de ellos violando la disciplina de sus respectivos grupos. O sea, que no somos capaces de ponernos de acuerdo sobre cuáles son los intereses de España cuando Rabat ocupa un islote de soberanía española o se amenaza ésta en Ceuta y Melilla, pero, amigo, si se trata del tomate, ahí damos todos un paso al frente como un solo hombre.

Los argumentos que hemos empleado para rechazar el acuerdo son de lo más peregrino. Por ejemplo, hemos dicho que los marroquíes no tienen los controles sanitarios que tenemos nosotros. Si eso es verdad, que los hagan los distribuidores de la Unión, que tienen la obligación de no introducir en el mercado los productos que no cumplan con las exigencias europeas. Hemos igualmente acusado a los marroquíes de no respetar los cupos impuestos. Pero, eso podemos vigilarlo nosotros, ya que es nuestra frontera la que cruzan con destino a Europa. Cuando el cupo esté completo, no se deja pasar un camión más y se acabó el problema.

Francamente, no entiendo por qué nos empeñamos en cerrar las fronteras a los productos agrícolas de Marruecos para proteger los nuestros si luego aquí, como no hay españoles para recogerlos,  tenemos que recurrir a inmigrantes marroquíes que tienen que venirse a hacer lo que podrían hacer en su país si les dejáramos exportar sus frutas y verduras. Y encima, muchas veces, les contratamos como ilegales, sin seguridad social ni nada para poder ser competitivos. Y el Estado a hacer la vista gorda para que podamos seguir siéndolo. No veo que haya en esta situación ningún interés nacional que proteger como no sea el de seguir teniendo un campo subvencionado, con labradores que cobran por apenas unas pocas peonadas al año y unos empresarios que sólo saben competir a base de subvenciones y de contratar inmigrantes muchas veces ilegales. Y luego, ninguno de esos eurodiputados, capaces de ponerse de acuerdo en asunto tan relevante como el del tomate, acierta a  explicarle a una española por qué su marido o su hijo ha entregado la vida en Afganistán.

Lo que tendríamos que hacer, en vez de llorar tanto, es cultivar verduras de calidad superior a la de los marroquíes, aunque tengan que ser, como es lógico, más caras. O dedicarnos a otros productos que los marroquíes no sepan plantar o no puedan conseguir que sean tan buenos y sabrosos. Pero, si lo único que sabemos hacer es tomates igual de mediocres que los marroquíes al doble de precio, a pesar de las subvenciones y de que son inmigrantes mal pagados quienes los recogen, tenemos lo que nos merecemos. Hay que cambiar de actitud, o el chip, si prefieren la expresión posmoderna, y ponerse a pensar y a trabajar.

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