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Enrique Navarro

El estado de nuestras fuerzas armadas

Hoy disponemos de equipos que han costado miles de millones que simplemente no se pueden operar porque no hay para gasolina.

Hoy disponemos de equipos que han costado miles de millones que simplemente no se pueden operar porque no hay para gasolina.
Ejército de tierra, de misión en Irak | Flickr Ejército de Tierra

Desde 2008, el Ministerio de Defensa se ha visto afectado por el mayor recorte de recursos de todas las políticas públicas del estado español, afectando dicho descenso fundamentalmente a las inversiones, operación, entrenamiento y sostenimiento, las cuatro claves junto al recurso humano sobre las que se cimientan la operatividad de unas fuerzas armadas. Esta circunstancia ha conducido a tener una estructura de gasto en la que más del 75% se destina a pagar sueldos, cuando la media de los países europeos se encuentra entre el 50% y el 60%.

Simultáneamente, nuestras fuerzas armadas se han visto involucradas en numerosas y complejas operaciones en el exterior que transmiten una imagen cierta de capacidad y de idoneidad para cumplir con dichas misiones. ¿Pero tenemos las fuerzas armadas que necesita España? ¿Los recortes han afectado seriamente a nuestra capacidad militar, a la seguridad y a nuestra participación en las organizaciones supranacionales? ¿Qué reformas requieren nuestras fuerzas armadas para adaptarse a las necesidades de las próximas décadas? ¿Mantienen nuestras fuerzas la tradicional superioridad estratégica regional? Y por último, ¿qué nivel de ambición queremos para nuestro país en la esfera internacional? Todas estas cuestiones serán las que abordemos en nuestro próximo programa de Asuntos Exteriores.

Todas las políticas públicas tienen una base que determina su grado de prioridad, así como su capacidad de cumplir con los objetivos que tiene asignados, se llama Presupuestos. Desde 2008, las inversiones en defensa no sólo se han reducido; sino que literalmente han dejado de existir. Los pagos pendientes de los grandes programas iniciados hace más de veinte años ahogan cualquier posibilidad de allegar nuevos recursos a la Defensa, que bastante tiene con pagar unos excesos de gastos no soportados por la capacidad real del presupuesto que limitan la renovación del material, así como la adaptación del mismo a las nuevas tecnologías. Debemos abordar nuevas amenazas como la ciberseguridad que es capaz de producir de forma absolutamente invulnerable y sin necesidad de declarar a un enemigo, más daño en un día que cualquier ataque militar, y no existen los recursos para construir una alternativa de seguridad eficiente. En los próximos años muchas de las plataformas que constituyen el eje vertebral de nuestra seguridad deberán ser reemplazadas, y no ha sido posible hasta ahora ni siquiera definir si serán reemplazadas o definitivamente vamos a un proceso de jibarización de nuestro esquema de seguridad militar.

Las inversiones en mantenimiento se reducen a medida que nuevas plataformas, mucho más costosas, se van incorporando a nuestro inventario. Hoy en día dedicamos a mantenimiento la misma cantidad que hace veinticinco años, cuando la era digital apenas había llegado a nuestros equipos. Hoy disponemos de costosos equipos que han supuesto un desembolso en las arcas públicas de miles de millones que simplemente no se pueden operar porque no hay para gasolina; o para un mantenimiento preventivo adecuado. Hoy uno de los principales esfuerzos del ministerio es ver dónde podemos colocar los excedentes de equipos recién adquiridos que no vamos a poder utilizar por insuficiencia de recursos o bien porque se sobredimensionaron en su momento las necesidades.

Vivimos en una especie de espejismo, ya que cuando observamos las operaciones que tan brillantemente realizan nuestras Fuerzas Armadas en Líbano, Irak o en el Mediterráneo por decir tres escenarios, tenemos la impresión que detrás de esa capacidad existe todo un mecanismo de seguridad sólido que nos permite mantener nuestras ambiciones y preservar la capacidad de cumplir con las altas misiones constitucionales asignadas a los ejércitos. Pero es un espejismo; hoy el presupuesto de defensa, de casi seis mil millones de Euros, que en términos constantes se remonta a los presupuestos de la dictadura, que no fue precisamente muy generosa con las fuerzas armadas, por aquello que no hay peor cuña que la de la propia madera, se destina a tener desplegados 2.500 hombres en diversos escenarios internacionales que, al tener sus fuentes de financiación extraordinarias, pueden realizar con gran éxito unas misiones que son un espejismo.

La mayoría de las unidades militares viven en una situación de inanición, sin apenas recursos para poder ofrecer a nuestros militares profesionales una vida militar que incluya la formación y los medios para estar dispuestos para abordar cualquier reto que se presente a la seguridad nacional. Nuestro esquema de seguridad se basa en disponer de unos equipos preservados y unos militares cobrando su sueldo y realizando tareas básicas de formación militar, en la esperanza de que en caso de necesidad seremos capaces de poner toda esta maquinaria en marcha en un plazo razonable y con perspectivas de éxito. No nos equivoquemos, esto es una quimera. En primer lugar, harían falta recursos ingentes para conseguir este objetivo; pero más allá de este condicionante, sin una estructura y maquinaria en marcha, es absolutamente inviable pensar que podríamos poner en condiciones de combate a 70.000 efectivos en menos de un año. Con la rapidez que implican las tecnologías y los nuevos medios, para entonces si tenemos suerte, habrá desaparecido la amenaza o estaremos ya derrotados.

Como señalaba antes, el presupuesto es un arma extraordinaria, y no sólo por asignar recursos; sino sobre todo porque envía mensajes inequívocos a la población de cuáles son los pilares de nuestro sistema político. Podemos estar enviando tropas y unidades a muchos lugares inhóspitos a realizar operaciones complejas, pero si el presupuesto no recibe la prioridad, todo ese esfuerzo queda en un segundo plano. Solo basta ver cómo crecen los presupuestos de defensa de Argelia y Marruecos, nuestros vecinos del sur, que llevan quince años incrementando tres veces más que el nuestro, para darnos cuenta que no sólo estamos perdiendo la superioridad estratégica regional, sino que cada vez nos importa menos esta realidad.

Lo que resulta evidente es que el actual modelo de Fuerzas Armadas no es posible a medio plazo sin un incremento sustancial de los recursos. Cada vez que los responsables políticos acuden a las reuniones de la Alianza Atlántica y hacen declaraciones de que por fin van a cumplir los objetivos de gasto que ellos mismos se han marcado de alcanzar el 2% del PIB, lo que observamos al regreso, es que no solo no hay incremento, sino menos recursos, y el todo el ejercicio consiste en demostrar que gastamos más de lo que realmente hacemos para que no nos tiren de las orejas.

Pero quizás lo que debemos plantearnos es nuestro modelo de seguridad en un mundo mucho más global y con estructuras militares plurinacionales, y nada como los momentos de hundimiento del sistema para realizar una profunda reflexión. Continuamos con un modelo de fuerzas armadas que se basa en aglutinar todas las capacidades en un solo país, cuando deberíamos centrarnos, los españoles y los demás europeos en transformar este modelo de fuerzas armadas hacia unas capacidades militares internacionales. No es un reto fácil cuando existen tantas diferencias en las políticas nacionales respeto a los asuntos de la seguridad con diferentes niveles de ambición, pero es la única alternativa creíble a un modelo tradicional que hace aguas. Si tenemos en cuenta que en casi todas las misiones en el exterior existe un consenso casi generalizado entre las cuatro grandes potencias continentales, no hay razón para no avanzar en una línea de mayor consolidación.

El actual modelo de fueras armadas sobre una base de 120.000 efectivos militares entre mandos y tropa y marinería requiere duplicar el presupuesto de defensa, para alcanzar los ratios medios de nuestros socios europeos en entrenamiento, formación, horas de vuelo, maniobras. Necesitamos un presupuesto de inversiones neto en torno a los tres mil millones de euros anuales frente a los menos de 800 millones actuales y sólo para mantenimiento dedicar por encima de los 1.500 millones de euros. Todo esto no para incrementar capacidades sino para mantener un esquema mínimo fiable.

n el plano del personal hay dos asignaturas pendientes que no han sido resueltas de forma satisfactoria hasta ahora. Los sueldos siguen siendo insuficientes para atraer a personal capacitado y con aptitudes. Los salarios de nuestros militares distan mucho del de otros servidores públicos y no sólo en materia de seguridad, como policías. Se compensa con menos obligaciones, pero eso afecta de manera muy significativa a su nivel de preparación y motivación. Para poder exigir, debe realizarse un esfuerzo económico por parte del Gobierno para que el servicio se preste de una manera exigente y con las máximas garantías. Esto mismo ocurre con los oficiales y suboficiales cuya única aspiración salarial es poder recibir ingresos adicionales por participar en operaciones internacionales y compensar una situación salarial anómala para sus capacidades y dedicación.

El segundo problema es la propia caracterización de la vida militar, necesariamente corta en el caso de la tropa y marinería. En otras profesiones como la minería, la seguridad social y el gobierno han arbitrado medidas correctoras para evitar el perjuicio que supone una vida profesional tan corta. Sin embargo, nosotros les quitamos a los jóvenes los mejores años de su vida, y los devolvemos al mercado con una formación y experiencia poco requerida en el sector civil a los 45 años. Este modelo debe cambiar de manera que, o bien se ofrezca una vida laboral completa con otro tipo de actividades en las administraciones públicas, o se otorgue un complemento salarial hasta la edad de jubilación que le compense del perjuicio producido. Si realmente queremos tener a los mejores hombres, lo que es lógico para tan altas misiones, debemos realizar un esfuerzo mucho mayor y ser más generosos con quienes han realizado tan altos compromisos con su país.

En definitiva, no tenemos ni las fuerzas armadas que requiere nuestros países, ni tenemos los recursos adecuados para que cumplan correctamente sus misiones, ni nuestra sociedad parece dispuesta a realizar un esfuerzo significativo para solventar estos problemas, por lo que un cambio de modelo es necesario si no queremos renunciar a nuestras ambiciones de seguridad, a la solidaridad con nuestros aliados y mantener un alto grado de confianza en su capacidad. Sin duda las personas que conforman las fuerzas armadas son su principal activo y la garantía de que un cambio es posible y que sabrán estar a la altura que su país les exige. Lo demás ya es una cuestión de voluntad política que siempre parece que para la defensa nunca encuentra su espacio. Que nunca nos tengamos que arrepentir de esta desidia.

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