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Enrique Navarro

Galanes y gañanes

Ningún líder de la historia llegó en momentos de tranquilidad, así que de momento vivamos con lo que tenemos

Ningún líder de la historia llegó en momentos de tranquilidad, así que de momento vivamos con lo que tenemos
Albert Rivera, Elsa Artadi, Pedro Sánchez y Cristina Cifuentes | Archivo

Desde que murieron los grandes líderes políticos que construyeron el mundo que hoy conocemos de las ruinas físicas y morales de la Segunda Guerra Mundial, del totalitarismo y del Holocausto, Europa, y no digamos España, continúan como un pollo sin cabeza, desorientados y a la vez desorientando a los ciudadanos que reciben propuestas políticas que poco o nada tienen que ver con su realidad y con sus necesidades.

El mundo que trajo la democracia a Europa acabará siendo finiquitado por el propio sistema democrático sobre el que se fundó el tremendo cambio económico y social de las últimas décadas. La democracia de los medios, de las redes, del oportunismo y del corto plazo, está ahogando la libertad política y económica y, sobre todo, nos conduce a un abismo que todavía no podemos ni aventurar.

Aquellos líderes tenían claro a dónde querían llevarnos y porqué. Apenas tenían apego a los cargos y sólo les guiaba el bien común. ¿A que les parece lejano? No es hora de hacer un largo listado de los arquitectos de la libertad y la democracia en Occidente, pero cualquiera de aquéllos se me antoja en otra galaxia respecto de nuestra realidad actual.

La actual democracia occidental se debate ente galanes y gañanes. Pero no se engañen ni se hagan ilusiones, existen numerosos casos en los que coinciden ambos atributos, los galañanes. El galañán es el político nacido al pairo de la caída del muro de Berlín, gestores grises que no necesitaban liderar ni amedrentar a sus ciudadanos con la amenaza nuclear; en el fondo buenistas, que creyeron que nada malo podía ocurrir y a los que el desarrollo económico de internet y del dinero fácil, les sirvió de motor de propulsión.

La época de los gañanes parece que toca a su fin, o al menos se toma un respiro. Esos políticos burdos, mal educados, que buscan tocar las fibras más sensibles de las personas aprovechando la oportunidad que produce una desgracia. Esto que llamamos populismo de izquierda o de derecha tradicional, tiene sus días contados, superados por los galanes; la nueva moda de la política europea. Quizás Trump sea el último gañan de un periodo que estamos llamados a superar. Pronto aparecerán en Estados Unidos, galanes dispuestos a vender una política amable; a fin de cuentas, ellos inventaron al primer presidente galán de la historia, JFK, encumbrado a los altares cuando apenas hizo algo más que bellos discursos.

Renzi, Macron, Trudeau, Rivera, Sánchez y el primer ministro austriaco, -les ahorro el nombre pues no lo conocerán- representan una nueva clase política basada en el reino de la imagen y de las palabras atractivas pero vacías de contenido. Capaces de decir una cosa, la contraria y además convencer a todos de que en ambos casos tenían razón. Una nueva política que pretende superar el modelo político de los galañanes, que nos ha conducido en los últimos treinta años.

Pero Europa y España no pueden fundarse sobre la ausencia de principios políticos, ideológicos o morales. Los galanes no pueden engañar a los votantes prometiendo que todo es posible, porque en economía y en política casi nada es posible ni factible. Prometer el paraíso en la Tierra sólo puede tener dos causas: conseguir el gobierno a cualquier precio o ser un inconsciente; por lo menos tengo la tranquilidad de que casi todos se agrupan en el primer caso. Que los policías van a Cataluña, a equiparar sueldos; que los pensionistas salen a la calle pues a subir pensiones; que los terroristas son inmigrantes pues a cerrar fronteras; ésta es la política que estamos creando y que no nos puede conducir a ningún buen puerto. El arte de la política consiste en adivinar cómo decir a la gente las cosas que no quiere oír y no alabarle el oído constantemente con todo aquello que sólo desea escuchar.

Esta pérdida de rumbo en la que contienden gañanes, galanes y galañanes, convierten cada elección en una incertidumbre que nuestra economía no puede soportar y de la que se aprovechan los que quieren debilitarnos, haciendo descansar sobre los ciudadanos una responsabilidad basada en informaciones tergiversadas e insuficientes que terminan en la frivolidad. El Brexit es un claro ejemplo de cómo estos cambios pueden conducirnos al caos económico y político.

En estos años estamos viviendo en una nueva burbuja económica de la mano de la revolución digital como lo fue antes internet, la eficiencia energética, o la electrónica. Grandes momentos de cambio que crearon a su vez grandes burbujas, y a la que siguieron profundas crisis de ajuste en las que se han quedado en el camino derechos y activos.

En estos años, nuestra economía disfruta de un sostenido crecimiento basado en fundamentos de los que recelamos los europeos. El petróleo está barato gracias al fracking en Estados Unidos. Somos más competitivos a base de competir con los salarios de China; y la digitalización de nuestra economía que será cada vez más independiente de los gobiernos, implicará, una simplificación de las relaciones entre los agentes económicos, que a corto plazo dañará el empleo mientras que los ajustes al nuevo modelo se producen, como siempre ha ocurrido. Pero la historia nos enseña que una nueva crisis de ajuste llegará a nuestras economías que tendrán unos fundamentos mucho más débiles: deuda inasumible, envejecimiento demográfico y una ambición de bienestar sin límites y una economía que se ha acostumbrado a que el dinero es gratis.

La próxima crisis terminará con las pensiones tal como las conocemos; acabará con el intervencionismo en la economía por los gobiernos, incapaces de controlar una economía que será autónoma, y manejada por los grupos de interés, grandes empresas y sobre todo por los ciudadanos. No hay más que ver el fantástico comportamiento de nuestra economía cada vez que no hay gobierno o presupuestos para percatarse del cambio. También finiquitará el sistema laboral proteccionista; y no porque no sea bueno sino porque la política y la sociedad se manejarán en pocos años como una cadena de bloques sin posibilidad de intervenir en los procesos de decisiones políticas y económicas. Adam Smith hablaba de la "mano invisible"; la economía a la que vamos no tendrá ni mano; si el resultado será más o menos justo, está por ver. No estamos para frivolidades ante los retos que se nos avecinan.

Durante décadas la opinión pública la marcaban los editoriales de El País o La Vanguardia y un puñado de articulistas deslumbrantes, que eran ansiados por los políticos para afianzar su poder. Hoy las redes generan miles de veces más información y crean decisiones y opiniones al margen de los telediarios y los periódicos impresos sobre los que han fundado el éxito de gobiernos y oposiciones durante décadas. Para ganarse a los medios bastaban los galañanes; para atraerse a la opinión publica de manera directa resultan mucho más directos los gañanes y los galanes.

Los galanes, son esta nueva raza de político de maneras amables, que como buenos jugadores de mus esconden sus cartas y apenas se tiran con un órdago en cuanto la partida se tensa para no perder protagonismo. Es muy posible que así no se pueda gobernar un país, pero es muy factible que sea suficiente para alcanzar el gobierno ante la incapacidad de los galañanes para ofrecer un programa creíble ahogados en sus propias indecisiones y en la corrupción que se ha generado a su alrededor, de la que han sido una externalidad positiva, razón por la cual nunca se tomaron en serio luchar contra ella. En nuestro país somos sufridores directos de estos fenómenos.

Nuestro nuevo escenario político se aboca a una contienda de galanes: Rivera, Pedro Sánchez, Artadi y quizás Cifuentes. Las encuestas muestran claramente que los gañanes están perdiendo fuelle y comienzan a ser desplazados por sus propios galanes. El galán Sánchez se aferra al doble lenguaje del socialismo tradicional y la economía liberal; no se confundan esto es imposible; ya lo intentó la socialdemocracia y tuvo que acabar renunciando al socialismo para mantener el progreso económico y social que permitiera la subsistencia del estado de bienestar. Artadi será presidenta por aburrimiento del sistema político catalán y gobernará siendo independentista, autonomista, europeísta y españolista, todo en el mismo saco, que hasta eso es posible en la Cataluña actual.

Rivera ha comprendido que tiene un gran activo, representar a la derecha sin la rémora del franquismo. El giro al liberalismo político y económico del partido naranja está más en línea con las necesidades y ambiciones del mundo actual que está derivando hacia el centro derecha de una forma evidente, ante la endeblez del modelo de la izquierda, perdida en discursos que enaltecen a sus militantes pero que ignora la realidad del mundo actual.

Los galanes nos urgen a elecciones para precipitar la caída del galañán, como si éste les fuera a facilitar el camino. Sánchez requiere ya su escaño para no desaparecer por inanición; Rivera necesita sus 90 diputados para ser presidente del gobierno, y se empeña en hacer saltar por los aires la alianza del PP con el PNV, que por esta misma razón se ha convertido, aunque no lo puedan decir muy alto, en el principal aliado del PP, con tal de mantener el cupo vasco ante un nuevo escenario político donde gane quien gane, el centralismo tendrá un peso mayor en el Congreso de la mano de Ciudadanos, y que va a ser una losa sobre sus aliados de coalición de gobierno. Para que lleguen los líderes habrá que esperar a que la crisis nos aboque a la racionalidad; ningún líder de la historia llegó en momentos de tranquilidad, así que de momento vivamos con lo que tenemos.

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