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PANORÁMICAS

Bolt, el perro tridimensional

Mientras esperamos que Francis Coppola haga de una maldita vez su anunciada adaptación de En la carretera y se acabe la maldición que pesa sobre las versiones cinematográficas de Don Quijote, podemos aprovechar esta Navidad para limar posibles aristas familiares yendo a ver juntos, padres e hijos, abuelos y nietos, Bolt, la última película de Disney. A ser posible, en tres dimensiones.

Mientras esperamos que Francis Coppola haga de una maldita vez su anunciada adaptación de En la carretera y se acabe la maldición que pesa sobre las versiones cinematográficas de Don Quijote, podemos aprovechar esta Navidad para limar posibles aristas familiares yendo a ver juntos, padres e hijos, abuelos y nietos, Bolt, la última película de Disney. A ser posible, en tres dimensiones.
Bolt es una aventura on the road a través de los Estados Unidos en la que un perro engañado por la ficción descubrirá que la realidad es más dura, difícil y dolorosa que la peor de las pesadillas. Pero que los buenos amigos reales son más consistentes, rocosos y eternos que los más espectaculares efectos especiales. Como ven, Cervantes y Kerouac de una tacada.
 
Vuelve la moda tridimensional, y en esta ocasión para quedarse. John Lasseter es el tipo que ha renovado de arriba abajo la animación norteamericana. No fue un capricho de Disney invertir 7.400 millones de dólares en comprar su productora, Pixar (Cars, Ratatouille, Wall-E ). Lasseter ha cambiado de paradigma compositivo, pasando de los tradicionales lápices de colores a los ordenadores. Y ha dejado de considerar a los niños como bestezuelas ignorantes y sentimentales para tomarse en serio a la generación que se mueve por Google y Tuenti como el capitán Ahab por el lomo de una ballena. Además, es tan fan de las imágenes estereoscópicas que incluso tiene en ese formato las fotografías de su boda. Dado que entiende la dinámica de la animación en 3D, no ha caído en la demagogia de los trucos y los efectos tramposos, sino que ha integrado la tecnología de manera armoniosa dentro de la alta definición, con lo que al final terminas olvidando que llevas puestas unas gafas especiales. Pero cuando termina la película, la adicción ya se ha apoderado de ti. Afortunadamente, en los próximos tiempos va a haber estupefaciente tridimensional en abundancia para satisfacer el mono, incluyendo la reposición de Toy Story 2 y, naturalmente, la nueva Toy Story 3.
 
Bolt es un presunto superperro con presuntos poderes sobrenaturales que combate al lado de su presunta amiga Penny contra el presuntamente malvado Dr. Calico y su ejército armado hasta los dientes de tecnológicos gadgets. Pero en realidad no es más que la versión canina del protagonista de El show de Truman, la película en que Jim Carrey interpretaba a un tipo cuya vida era una farsa televisiva, con la peculiaridad de que ignoraba el engaño y pensaba que sus amigos, padres, jefes, etc., eran reales, cuando no eran más que actores en una especie de Gran Hermano elefantiásico. Pero si la película de Peter Weir terminaba justo en el momento en el que Truman escapaba de su vida virtual para introducirse en el mundo real, la película de Disney cuenta precisamente el brutal encontronazo del perro con el principio de realidad, cuando se escapa del plató para acudir en socorro de Penny y descubrir, de forma frustrante, cómo la televisión es realmente el opio de la época contemporánea.
 
No serán sólo los hechos –ya no puede doblar barrotes, o, por mucho que fije la mirada, sus ojos no despiden rayos láser– los que desmientan su creencia en su poderío, sino también Mittens, una gata escéptica, desengañada y deslenguada que lo acompaña como escudera, susurrándole al oído que es mortal. Pero estamos en territorio Disney, y cuando por influencia de la gatuna versión de Sancho Panza está a punto de desembocar en la resignada ironía cervantina, irrumpe como un vendaval optimista un hámster obeso y adicto a la televisión, Rhino, que ha sacado como conclusión de sus series televisivas preferidas que el héroe nunca se rinde. De esta manera, Bolt concreta el programa de mínimos de Lasseter:
Creo que se necesita hacer muy bien tres cosas para conseguir una buena película, sobre todo si se trata de un largometraje de animación. Contar una historia convincente que mantenga intrigada a la gente. Poblar la historia de personajes atractivos y memorables. Aquí la palabra clave es atractivos, ya que hasta los chicos malos pueden resultar atractivos. Y después debes colocar esa historia y esos personajes memorables en un mundo creíble, que no tiene por qué ser necesariamente realista, sino sólo creíble para la historia que estás contando.
Tras un arranque que hará palidecer de envidia a James Bond y morirse de celos al Tom Cruise de Misión Imposible, la trama transita por los diversos encuentros del perro valiente con una galería inolvidable de personajes perfectamente definidos, tanto en la parte técnica como humana, desde unas palomas dicharacheras hasta los típicos humanos disneyanos que combinan, en diferentes proporciones, la idiocia con la maldad.
 
Candidata a los Globos de Oro, la cinta  del perrito valiente no tiene nada que hacer contra Wall-E, la del robot enamorado. Pero, junto a la también candidata Kung Fu Panda, representa la culminación de la reinvención de la animación norteamericana tras el desafío del anime japonés, con Hayao Miyazaki a la cabeza. Disney hasta las cachas –risas, acción y lágrimas–, Bolt es también una criatura Pixar por la brillantez de la animación, la reflexión escondida en los pliegues y una carga de crítica subversión. Como diría Harold Bloom, una película para niños inteligentes y adultos que no han dejado de serlo.
 
 
BOLT. Dirección: Chris Williams, Byron Howard. Guión: Chris Williams, Dan Fogelman. Voces originales: John Travolta, Miley Cyrus, Susie Essman, Malcon McDowell. Calificación: Redonda (7/10).
 
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