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VUESTRO SEXO, HIJOS MÍOS

Cupido y sus puñeteras flechas

Amados míos: Hubo épocas –la mía, por ejemplo– en que el amor era la estrella que iluminaba la modesta existencia de una jovencita y, si las cosas no se torcían, la encaminaba directamente al himeneo.


	Amados míos: Hubo épocas –la mía, por ejemplo– en que el amor era la estrella que iluminaba la modesta existencia de una jovencita y, si las cosas no se torcían, la encaminaba directamente al himeneo.

Una vieja señora me enseñó un juego que había aprendido en su juventud y que había que practicar el primer viernes de cada mes. A la hora de irse a la cama tenía que rezar esta oración:

Por ser primer viernes de mes

a San Nicolás le pido

que me deje ver en sueños

al que ha de ser mi marido.

Luego había que tirar una zapatilla al aire y, antes de que tocara el suelo, encamarse y apagar la luz. Era más divertido si había varias chicas. Se supone que esa noche, cuando, después de mucha risita, te quedabas dormida, soñabas con aquel ser mítico que, sin conocerle, ya te hacía feliz. Mi prima Fe Morales –que ahora padece mucho de varices– soñó que un cerdo le mordía la oreja y se tragaba un pendiente. Lo tomamos a risa, pero a su debido tiempo se casó con un oficial castrador que resultó ser, efectivamente, un cerdo y un chorizo. ¿De qué sirvió el aviso de San Nicolás? A veces el amor es ciego. Es lo malo que tiene.

Actualmente, el amor ha perdido gran parte de su poderío y glamour. Lo ves en las series de la tele. Se nota la química entre los protagonistas, saltan chispas cuando se miran, todos vivimos pendientes de darles nuestra bendición, pero ellos se resisten y dicen tonterías como que ya lo intenté una vez y salió mal, no acierto a vivir sin libertad, no quiero hacerte daño, y otras memeces por el estilo. Y se pasan la vida intentando huir de esa fuerza fascinante que, al contrario que el sexo por las bravas, ya no es moderna.

Yo creo que las chicas echan de menos el romanticismo y el amor. Al día siguiente de lo del Mundial, todas las mujeres, viejas y jóvenes, querían un beso como el de Iker Casillas. Y dijo la panadera que ese beso valía más que cien polvos. Dijo bien, porque, para las mujeres, el amor es más importante que el sexo. De hecho, toleran la frustración sexual mucho mejor que los hombres, pero son muy intolerantes con la falta de amor. Se dice que los hombres dan amor a cambio de sexo y las mujeres dan sexo a cambio de amor. Y, sin embargo, los hombres, cuando están distraídos y bajan la guardia, sufren flechazos que son como impactos de misiles.

No se debe confundir el amor con la atracción sexual; aunque con frecuencia se dan los dos fenómenos al mismo tiempo, el enamoramiento es una fuerza más poderosa que el sexo. Es más, el amor está considerado el más poderoso de todos los sentimientos, capaz de superar cualquier necesidad o instinto, incluido el de supervivencia.

¿Pero podemos, entonces, asegurar que el amor es un instinto y la monogamia no? Bueno, desde luego, el amor no es un invento francés ni es una cursilada, aunque a menudo nos haga cometer más de una. Los seres humanos están preparados para aprender culturalmente las relaciones que son genéticamente ventajosas, de modo que, si concedemos que el enamoramiento en una pareja tiene ventajas genéticas, debemos orientarnos hacia la hipótesis de que estamos ante una adaptación evolutiva e investigar su origen como tal.

Con certeza, el amor tiene mucho que ver con la fidelidad que se profesan las parejas en las especies monógamas. Fijaos bien: la regla general para el reino animal es que no hay monogamia en las especies en que las hembras pueden criar a sus hijos por sí mismas con la misma eficacia con que lo harían con ayuda de los machos. Si el 92 por ciento de las más de 8.600 especies de aves clasificadas son monógamas, se debe a que las crías recién nacidas necesitan el aporte de una gran cantidad de comida en poco tiempo; suelen nacer varios hermanos juntos, así que la ayuda del macho en la ceba es esencial. Las aves monógamas manifiestan una visible y constante satisfacción cuando se hallan junto a su pareja, muy parecida a la que sienten los humanos enamorados.

Pero entre los mamíferos la monogamia es casi una rareza, porque las hembras lograron solucionar el problema del hambre infantil sin la ayuda del macho: fabricando leche. En ese periodo de lactancia, pocos machos mamíferos tienen alguna tarea importante que realizar alrededor de las hembras y sus crías. Es más, pueden ser peligrosos debido a esa manía que tienen de cargarse a las crías de otros. Por lo tanto, ¿para qué establecer vínculos duraderos de pareja?

Aun así, hay mamíferos que conocen el enamoramiento. El castor, fiel hasta su muerte, muestra una atracción hacia su pareja que no está relacionada con una cópula inmediata. El ratón de campo también parece arrobado con su ratona, que probablemente le necesita desesperadamente para que la ayude con su enorme cantidad de crías. También se forman parejas y se encuentran buenos padres entre los primates. Los tamarinos y los titís transportan a las crías, y se ha descubierto que sus niveles de prolactina aumentan después de cuidar de sus hijos. Una de las explicaciones del papel del macho en estas dos especies es que las hembras suelen dar a luz gemelos y la madre no puede criarlos ella sola. Pero entre los primates más próximos a nosotros, como ya sabéis, ofrecer la exclusiva sexual y ser un buen padre es un fenómeno rarísimo

Las hembras humanas fabrican leche, pero aun así, las crías necesitan padre. Enamorarse es bueno para nuestra especie porque el amor tiene la ventaja de que, mientras dura, nos vuelve subjetivos con respecto a nuestra pareja y pliega nuestra voluntad de tal manera, que casi borra la falta de complementariedad de los sexos y tiende una encantadora trampa para dejar a la pareja comprometida en la crianza de los hijos.

Es seguro que existe un vínculo entre el enamoramiento y nuestra biología. Jankowiak y Fischer estudiaron en 1992 un total de 166 culturas etnográficas contemporáneas, muchas de las cuales vivían de espaldas al enamoramiento porque seguían modelos de emparejamiento que no tienen en consideración los sentimientos. Como el amor no es una experiencia mística sino que está asociado con una serie de indicadores psicológicos, físicos y de comportamiento muy específicos, los investigadores elaboraron cuestionarios para medir respuestas como la pérdida de apetito, el olvido del propio interés, la dependencia emocional del objeto amoroso, el pensamiento obsesivo, la euforia, la atención exclusiva y, vamos, toda esa gilipollez que te invade cuando te enamoras: "Eso es amor, quien lo vivió lo sabe", dijo el poeta... jopé, ahora no me acuerdo cuál. Bueno, pues ninguna sociedad, entre las estudiadas por estos señores, ignoraba tales sentimientos.

Queridos: Veo que la homilía se ha alargado lo suyo, así que seguiré la próxima semana. Mientras tanto, sed buenos y amaos.

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