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PANORÁMICAS

El amor en tiempos escépticos

Entre las candidatas a los Oscar (mejor guión adaptado) hay una joya escondida que encierra una finura conceptual y una exquisita sensibilidad herederas, a la vez, de la mejor tradición clásica hollywoodiense y el rupturismo de la Nouvelle Vague. Esta maquinaria de precisión cinematográfica, Antes del atardecer, plantea una situación vulgar en su cotidianidad: el reencuentro de dos amantes. Pero gracias a la espontaneidad de unos intérpretes en estado de gracia, y a un director atento a los detalles, dicha cotidianidad acaba transmutada en milagro.

Entre las candidatas a los Oscar (mejor guión adaptado) hay una joya escondida que encierra una finura conceptual y una exquisita sensibilidad herederas, a la vez, de la mejor tradición clásica hollywoodiense y el rupturismo de la Nouvelle Vague. Esta maquinaria de precisión cinematográfica, Antes del atardecer, plantea una situación vulgar en su cotidianidad: el reencuentro de dos amantes. Pero gracias a la espontaneidad de unos intérpretes en estado de gracia, y a un director atento a los detalles, dicha cotidianidad acaba transmutada en milagro.
Hace nueve años Richard Linklater filmó Antes del amanecer, la historia de Jesse (Ethan Hawke), un chico norteamericano, y Cèline (Julie Delpy), una chica francesa, que se conocen durante un viaje en tren y comparten una noche de vagabundeo en Viena. Las idas y venidas de los dos protagonistas entre charlas acerca de todo lo divino y lo humano, aunque evitando el peligro de caer en la banalidad o en la sentenciosidad, terminaban cuando el tren se ponía de nuevo en marcha, separándolos aún con la promesa de un encuentro en el mismo lugar seis meses después.
 
Ya Leo McCarey había planteado una situación parecida en Tú y yo, la obra maestra de la comedia romántica y melodramática en la que durante un crucero una cantante se enamora de un playboy; pero como ambos están comprometidos deciden ponerse a prueba y quedan citados seis meses después, en lo que es en una de las historias de amor truncado por antonomasia.
 
Antes del atardecer es la crónica del reencuentro, pero no con respecto a la cita convenida, que no se produjo, sino años después y en París. Jesse acude a una librería para presentar su libro, precisamente la novelización de aquel encuentro en Viena con la chica francesa. Ella vive en París y se ha enterado por la prensa del acto.  Tras el azoramiento de la vuelta a encontrarse, y con la premura que supone la inminente partida de él hacia Nueva York, donde le esperan su mujer e hijo, se disponen a dar un corto paseo. La anterior película funciona a modo de fuera de campo, por lo que no es necesario en absoluto haberla visto para disfrutar de esta segunda entrega.
 
Para rodar este viaje exploratorio a través de cafés (esos míticos cafés parisinos en los que se respira la solemnidad propia de un templo), parques en flor o un paseo fluvial por el Sena Linklater combina el virtuosismo de largos travellings frontales –que convierten a la cámara, y al espectador cómplice, en convidados de un ménage à trois hablado– con clásicos planos-contraplanos o panorámicas de los protagonistas con París al fondo, estableciendo así un ritmo adecuado a las charlas, los gestos y las miradas de estos dos deseos a flor de piel. 
 
Es la frescura de Rohmer la que se respira en este paseo entre bromas (es deliciosa la forma en que Jesse se burla sin acritud del antiamericanismo de Cèline), requiebros  y reflexiones acerca de la dificultad de la vida en pareja (Jesse se reconoce atrapado en una vida familiar que no le amarga pero tampoco le llena; Cèline tampoco ha encontrado la realización personal en su sucesión de noviazgos).
 
La película manifiesta su romanticismo lírico en la constatación de la fugacidad del amor fou, en la imposibilidad de una vida plenamente intensa. Trata de cómo seguir siendo románticos cuando hemos dejado de ser ingenuos. Las conversaciones siguen un orden aleatorio: Jesse y Cèline saltarán de una teoría de la pasión a una discusión política entre un optimista ilustrado y una catastrofista progresista; de las confidencias personales sobre el pequeño fracaso de un matrimonio apagado a una reflexión de Einstein sobre lo misterioso y sagrado del universo.
 
Sin caer jamás en el engolamiento, el sentimentalismo o la afectación, Antes del atardecer es una nueva refutación, y van unas cuantas, de que segundas partes nunca fueron buenas. Como en las sagas de El padrino o La guerra de las galaxias, incluso supera a la primera entrega en virtuosismo cinematográfico, y es por ello que me parece una película aún más valiosa, por díficil y arriesgada, que Antes del amanecer, en la que el idealismo juvenil aún no se encontraba lastrado por los fracasos y el peso de la realidad.  
 
Poco a poco, y mientras Jesse va posponiendo la ida al aeropuerto, se van acercando al apartamento de ella. La alegría de la compañía mutua les va asaltando de manera tenue pero sin pausa, hasta acabar en un clímax de belleza estática cuando ella le canta Waltz for a night. Un fundido en negro se cierne milimétrico, elegante y sugerente sobre una Céline que baila una canción de Nina Simone ante un Jesse que, al fin, se descompone en moléculas.
 
(Posdata. Como principio general, es conveniente asistir a las películas proyectadas en versión original. En este caso es más bien una necesidad, ya que el doblaje me ha recordado al célebre en el que Verónica Forqué doblaba a Shelley Duvall en El resplandor).
 
 
Antes del atardecer (Before Sunset). Director: Richard Linklater. Guión: R. Linklater, Kim Krizan, Julie Delpy, Ethan Hawke. Intérpretes: Julie Delpy, Ethan Hawke. Calificación: Imprescindible.
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