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VUESTRO SEXO, HIJOS MÍOS

Tiran más dos tetas que dos carretas

Queridos mamíferos copulantes: Como todo mamón sabe, la ubre humana consta de un pezón y una estructura hemisférica de grasa que lo rodea. El problema con la teta es que los intereses contrapuestos de hombres y niños entran en colisión sobre el terreno de juego.

Queridos mamíferos copulantes: Como todo mamón sabe, la ubre humana consta de un pezón y una estructura hemisférica de grasa que lo rodea. El problema con la teta es que los intereses contrapuestos de hombres y niños entran en colisión sobre el terreno de juego.
Si el nene supiera hablar, diría "Teta mala"; porque, desde el punto de vista del lactante, su diseño es una chapuza. Hasta los dos años los bebés humanos son capaces de respirar mientras tragan. Después de los dos años la laringe emigra hacia su posición definitiva, y a partir de ese momento tragar y respirar al mismo tiempo es imposible. Pero para respirar mientras mama el lactante necesita tener la nariz libre, y eso es complicado si se tiene pegado a la cara un almohadón asesino en el que hay que bucear para agarrar el pezón. El bebé se gana los garbanzos lácteos a base de sostener una batalla continua contra la teta invasora.

Ninguna otra hembra relaciona el sexo con las mamas ni sufre tanto dando de mamar a su recién nacido, porque la lactancia humana no es una experiencia tan idílica como suele suponerse, y la causa es que el pecho de la mujer ha evolucionado como señuelo sexual más que como glándula mamaria. El pecho sexy y los pezones hipersensibles pasan factura cuando se tiene un bebé. Lo peor es el principio, porque los canales lácteos están muy cerrados y el bebé precisa recurrir a la fuerza para extraer el calostro. Cuando la boquita del recién nacido hace el vacío para que la leche brote, el dolor es parecido al que produciría una pinza de la ropa apretando el pezón. A veces el niño se agota sin haber mamado lo suficiente y a la madre se le agrietan los pezones. Menudo dramón.

Es extraordinario que una hembra de mamífero tenga que aprender a amamantar; pero eso es lo que ocurre con las mujeres. Tradicionalmente, enseñar a las primíparas a dar el pecho era un asunto que se resolvía entre comadres. Pero en los tiempos remotos de mi juventud el mujerío estaba muy desautorizado y los pediatras –entonces todos eran varones– medicalizaban la teta y daban clases magistrales de cómo amamantar correctamente. Si no salía bien a la primera, enseguida te ponían una inyección para dejarte seca, una venda apretada y, ¡hala!, a la farmacia a comprar leche, por inútil.

El diseño ideal de una mama funcional, desde el punto de vista de un lactante –no de su padre–, es el de un seno apenas desarrollado, con un pezón largo que se introduce profundamente en la boquita del bebé y queda aprisionado entre la lengua y el paladar, para estimular al rorro a succionar haciendo el vacío. Las hembras primates no tienen relieve en el pecho, y sus pezones son delgados y largos; el bebé se lo encuentra todo hecho. Los biberones tienen ese diseño, y en algunas tribus las mujeres estiran sus pechos a propósito para hacerlos más adecuados. Las mujeres de algunos pueblos mejicanos llevaban el niño a la espalda, y estiraban tanto la teta, que ésta daba la vuelta hacia atrás, por encima del hombro, para alcanzar la boquita del bebé. Las tetas largas son horrorosas pero operativas.

La hipertrofia de las mamas, que es una señal honesta de buena alimentación de las mujeres, también constituye una señal engañosa que simula una gran producción de leche, cuando, realmente, la cantidad de leche que produce una mujer no está relacionada directamente con la grasa que rodea las glándulas mamarias. La leche es fabricada por el tejido glandular, y la grasa que necesita se puede traer desde otros almacenes corporales, donde no estorba en el momento de la lactancia.

En teoría, las mujeres podrían seguir secretando leche indefinidamente, incluso después de la menopausia. La leche era un tesoro en sociedades tradicionales, y para no perderla las mujeres se ponían al pecho bebés o cachorritos de animales. Así, si una hija moría de parto o una parienta enfermaba, el bebé podía salir adelante. Sin ir más lejos, la Biblia dice que la suegra de Rut, llamada Noemí, amamantó al hijo de su nuera.

Las tetas no serían tan atrayentes si no estuvieran juntas. El canalillo que las separa es un valor añadido, y además resulta muy práctico. Es como el cajón de un secreter de esos que las mujeres usaban antes para guardar las llaves, el relicario con un trozo de bigote del novio, el dinero para pagar al médico, el pañuelo y todo eso.

Tener dos tetas está muy bien, pero una de cada doscientas mujeres tiene más de dos. Este es un fenómeno llamado polimastia. Aunque estas mamas supernumerarias rara vez son funcionales, hay varios casos documentados de mujeres dotadas de varios pares y secretadotes de leche. Quizá la más famosa fue Julia, la madre del emperador Alejandro Severo, que tenía varios pechos y atendía por el nombre de Julia Mamaea.

Algunos expertos han atribuido a los pezones de las mujeres, tan grandes y coloreados, un valor de señalización igual que la mancha que tienen algunas especies de aves en el pico para que sus crías la piquen en busca de comida. Pero en nuestra especie eso es inútil para los bebés, que no los pueden ver porque nacen ciegos.

Hay quien cree que los pezones oscuros y los grandes pechos han evolucionado así porque son como enormes ojos aterradores, muy útiles para desalentar a los depredadores de un posible ataque, como ocurre con los ocelos que muchas mariposas exhiben en las alas o los redondeles de los costados de algunos peces. Yo no sé dónde tienen la cabeza los sabios algunas veces. Si lo anterior era una chorrada, esto es un dislate. Si las fieras tuvieran miedo de las tetas, los hombres las tendrían como botijos.

Algunos hombres confiesan que, cuando la teta obra en su poder, no saben qué hacer con ella, y que resulta un poco sosa. Ellos siempre quieren ir al grano y abreviar, pero cuando se van a hacer las cochinadas las tetas no tienen nada de maternales y hay que tenerlas siempre muy trabajadas. Responden bien a los estímulos sexuales y se hinchan hasta un 25 por ciento, los pezones se ponen erectos, y cuando la excitación es grande se da un fenómeno, llamado rubor sexual, que consiste en que el pecho se llena de manchas rojas. Esto le sucede a un 75 por ciento de las mujeres y a un 25 por ciento de los hombres. Por cierto, sobre las tetillas masculinas disertaré en breve.
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