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Francisco Pérez Abellán

Azote de ricos

Un grupo de secuestradores que se dedicaba a desvalijar empresarios ha sido detenido en una operación conjunta de las Policías española y francesa.

Un grupo de dieciséis secuestradores que se dedicaba a desvalijar empresarios acomodados ha sido detenido en una operación conjunta de las Policías española y francesa. Los criminales se dedicaban a atraer a los incautos con la falsa oferta de un buen negocio y, una vez en el lugar elegido, los retenían hasta que pagaban un fuerte rescate. En esta historia, aparentemente sencilla, desempeñan un papel importante las mujeres hermosas, los relojes de lujo y los coches de alta gama.

El grupo estaba liderado por un gángster de origen argelino que se había fugado en el 2012 de la cárcel francesa de Avignon, esa ciudad que se llama, pero en francés, como el cuadro de Picasso. Al poco de escapar, preparó el secuestro de los primeros seis empresarios acaudalados, a los que tendió una trampa a través de una distinguida pelandusca que se encargó de engatusarlos en Marruecos. Para lograr que se desplazaran a París, con fuertes cantidades de dinero en metálico, la chica les prometió que se harían con un productivo negocio informático. Con ese pretexto, los concentró en un hotel de la capital francesa. Una vez allí, los miembros de la banda les amenazaron y secuestraron. Pidieron un millón de euros por su rescate.

Como es sabido, los ricos también lloran. Y estos no fueron ninguna excepción. La ferocidad de los miembros de la banda les hizo aflojar la mosca con celeridad, y al poco estaban libres, luego de hacer millonarios a sus captores. Afortunadamente, la Policía, que a la hora de proteger no hace distingos, puso en marcha un dispositivo que habría de vengar a 21 secuestrados, capturar a los componentes del clan y confiscar dinero en metálico, joyas, seis pistolas y tres espadas japonesas, katanas, como las de Kill Bill, motos, turismos y chalecos antibalas.

Por cierto, que el argelino dio antes un segundo golpe. Esta vez sobre quince importantes hombres de negocios, en Luxemburgo. Se hizo pasar por el secretario de un príncipe del petróleo que quería hacer una abundante compra de joyas y relojes suizos. Los empresarios se congregaron con valijas llenas de mercancía en un establecimiento hotelero, donde la banda les retuvo con pistolas y con chalecos que supuestamente habían trucado para convertirlos en bombas. En realidad, el truco consistía en que no habían sido transformados y solo eran vulgares chalecos. Pero los secuestrados no se atrevieron a moverse. Mientras temblaban como una hoja, los pistoleros les quitaron un millón trecientos mil euros en relojes y joyas, así como otro millón más en dinero contante y sonante.

Los empresarios no dejaron de sudar hasta que les retiraron los supuestos chalecos explosivos.

El argelino, con mucho más de tres millones de euros, se fugó a España, a gastarse el fortunón en la Costa del Sol, ignorante de que la Policía española echa unas redes finísimas, capaces de capturar peces de oro en su propia madriguera. De manera que en plena Málaga, en un simple control policial en la vía pública, los agentes descubrieron que un pollo sospechoso iba provisto de documentación falsa. Tenía pinta de árabe rico, cargado de petrodólares, una punta hortera y algo feroche, pero de ese disfraz lo único auténtico era aquel peluco de oro que colgaba de su muñeca como la torre de Pisa de la última grieta.

No obstante, el tipo, muy advertido de la eficacia policial, mientras les dejaba sus documentos pulcramente falsificados, se dio el piro en su buga con más caballos que Ben Hur.

Un reloj de superlujazo se distingue porque brilla al sol como los ojos de Michelle Pfeiffer, y en la oscuridad de la discoteca ilumina el ambiente con destellos más potentes que los de las bolas acristaladas del techo. Un relojazo así no hay quien lo quite de la mirada indagadora de uno de la mafia o de uno de la pasma. Cualquiera de los dos le echará el guante para comprobar la calidad del propietario.

Los relojes y otras joyas robadas en Luxemburgo estaban en la Costa del Sol, para que les diera el aire. Los subordinados de la banda poco podían sospechar que el falso rico habría de caer en otro control policial callejero, como el que tropieza por segunda vez en la misma piedra. El secuestrador jefe, con su peluco de oro en la muñeca, como una tenaza dorada, se dejó detener en un control rutinario. Pero esta vez no pudo meterle látigo a los caballos. Los legítimos propietarios de joyas y dinero ya han aprendido la lección.

En España

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