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Francisco Pérez Abellán

La banda que tocaba el órgano

Habilidad de curtidas lagartonas que aciertan a la primera donde más pecado había.

La guardia civil ha detenido a una banda que robaba en Valdemoro tocando los órganos sexuales, dándole a esto los medios de comunicación mucho bombo para el natural escarmiento cuando eso mismo es algo que hacen los políticos corruptos sin que se acabe de capturar nunca a toda la banda. Debería penarse doble robar tocando en salva sea la parte.

Los detenidos, delincuentes rumanos, son igual que los delincuentes españoles, ni más ni menos desesperados, que buscaban en los besos y abrazos o los tocamientos en la zona genital la distracción o pérdida de concentración suficiente para birlar la cartera. Los miembros especializados eran dos mujeres que a veces se acercaban preguntando inocentemente por una dirección enrevesada. Y pasaban al ofrecimiento de carantoñas, cucamonas e insinuaciones. Hoy todos los de la banda tienen cárcel preventiva.

Esto era tan sorprendente que a la salida del banco o en un indolente paseo en busca de la relaxing cup of café con leche de los madriles, mientras piensas si te haces un máster en el Instituto Aznar para la buena gobernanza, que falta nos hace, se te acerca una pícara que pronuncia con raíz latina, la mano puesta para coger un manojo o sostener el cambio en alto, a la vez que miras con estupor su rostro con sonrisa insinuante salpicada de chispas en los ojos y… te echa mano a los genitales.

Totalmente en paralelo, en la poli de Rajoy se tiran de los ídem el ex de Asuntos Internos y el comisario de Ciencias Ocultas cuando Lázaro resucita por la salvaguarda del beaterio de Santa María Egipciaca.

En París y Dinamarca se muere por la libertad de expresión y aquí parece que no, pero al final se intenta con la misma gallardía, siempre con un tiento en las vergüenzas. Como decía Benito Pérez Galdós en Fortunata y Jacinta, ahora que está de moda: " … la inseguridad, única cosa que es constante entre nosotros".

Mientras te asustas por lo inesperado, las mujeres te alivian de los dineros y salen corriendo vigiladas de cerca por sus parejas a la que no les importa que intimen con los transeúntes si resuelven el tránsito del bolo alimenticio. Habilidad de curtidas lagartonas que aciertan a la primera donde más pecado había.

Rumanía parece una bruma imperfecta que nubla el sentido con un agresivo modo de hurtar jamás antes ensayado en la delincuencia común y que probablemente se ha copiado de la política donde resulta habitual. Madrid se abre en canaletas de caricias procaces y ladronas, o como diría Quevedo, joder hasta por el robo me conocen.

Se investigan más de quince hurtos de esta naturaleza con la variante de besos y abrazos para las señoras por parte de las desconocidas mientras se llevan la cadena del colgante o la pulsera. Lo más inesperado es que entre las víctimas se encuentran octogenarios y he aquí donde resulta inverosímil. Un octogenario es un señor prudente que tiene los dos pies en la tierra y un cansino caminar que revisa el mundo como el que relee el Quijote, evocando glorias pasadas de las que hace colección. ¿Es posible que con su experiencia los octogenarios se despisten con zalamerías? ¿En qué lugar de Europa han descubierto estos buitres que gente de impulsos atenuados pierde el sentido si se le busca el punto G?

A mi modo de ver se trata de una moda de rapacería romántica en la que las parejas de las descuideras soportan con paciencia que las señoras dediquen sus mayores entusiasmos a alterar a los viandantes hasta que pierden la cabeza con la libido reanimada. Lo peor es el precio del rato furtivo. Por eso una vez comprobado que son estos los que repartían besos y abrazos, toques al descuido, sorpresas de huevo de pascua y huevo kínder, van a ser condenados por robo con violencia sexual. La violencia era sobre todo cuando salían a escape tratando con descuido la llave del delito.

En España

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