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Francisco Pérez Abellán

Magnicidio en León

Algo que se repite en todos los magnicidios estudiados: la Policía no está nunca. Y no por culpa de la Policía.

El asesinato de la presidenta del PP y de la Diputación de León fue un magnicidio, tal y como lo describe el diccionario de la Real Academia. Acabo de regresar de León de solazarme con su catedral única y maravillosa, con el cáliz de doña Urraca, con el mausoleo de los reyes, por no hablar del picadillo y de la pizza de cecina. Allí me dicen que uno de los primeros comentarios cuando mataron a Carrasco fue: "Isabel ya descansa en paz y muchos de su partido también".

Yo fui por invitación del gran editor leonés Joaquín Alegre a presentar el fabuloso libro del escritor Javier Tomé Crónica del crimen, donde apunta las bases para entender el asesinato de la política más poderosa y la historia criminal leonesa con una prosa fluida y de muy buena factura, en una tierra de grandes escritores, como Julio Llamazares, Luis Mateo Díez y el propio Tomé, que articulan un castellano rico, pulido y sobrio.

En León dicen que se teme un gran escándalo cuando comience el juicio de la Carrasco porque han de revelarse datos inéditos que conmoverán la provincia y aun toda España. Yo desconfío, porque si hubiera tal no sería posible guardarlo hasta que empiece la vista oral. A cambio diagnostico sin miedo que Isabel Carrasco fue víctima de un magnicidio de manual, como los de Prim, Cánovas, Canalejas, Dato, Carrero Blanco…, y de investigación precaria, como la del intento de asesinato de José María Aznar y la del accidente de helicóptero que estuvo a punto de acabar con las vidas de Mariano Rajoy y Esperanza Aguirre.

Personalmente, he hecho de detective de la historia investigando el magnicidio de Prim y el regicidio frustrado de Alfonso XIII, que llevó a cabo Mateo Morral. Y dos de dos: todo lo que se dijo sobre lo que había pasado es mentira, fue falseado y ocultado, sólo se resolvió únicamente en el siglo XXI, cuando un puñado de investigadores independientes echamos mano de documentos judiciales perdidos y deteriorados durante décadas en los subterráneos de los edificios judiciales.

Ni Prim murió de las heridas de la calle del Turco ni el señorito Mateo Morral se suicidó, sino que fue suicidado, como en Muerte accidental de un anarquista. De forma tal que parece imposible creerse que Cánovas fuera muerto impunemente por un individuo siniestro que logró hospedarse en el mismo balneario de Santa Águeda con una pistola cargada, pese al dispositivo de seguridad donde el presidente tomaba las aguas y acabó tomando las balas, ni que Canalejas fuera desprovisto de sus tres guardaespaldas en la librería San Martín, en la Puerta del Sol, donde Pardiñas le disparó y luego se suicidó, antes de que llegaran los vigilantes. ¿Y qué decir de Dato? Que se encamina en su coche por la Puerta de Alcalá a su casa y allí mismo tres presuntos anarquistas, muy jóvenes, le tirotean a placer a bordo de una moto con sidecar, que costó 5.000 del ala, y que por fuerza fue costeada por alguien, como si la policía no existiera ni estuviera encargada de la seguridad. Algo que se repite en todos los magnicidios estudiados: la Policía no está nunca. Y no por culpa de la Policía. Lo que siempre deja muy mal al ministro de Gobernación.

En el caso de Isabel Carrasco, la asesina confesa y su hija prepararon el homicidio durante mucho tiempo, zumbando tras los pasos de la presidenta sin llamar la atención. En su misterioso crimen hay personajes cercanos que deberían haber encendido la alarma: el marido de la asesina, inspector de policía en Astorga, condecorado por su lucha contra la droga, que no percibe que su esposa prepara un atentado con munición -de la que parte es suya-, ni parece coscarse de que su mujer y su hija cultivan marihuana. También hay una agente municipal a la que le cuelan el arma del crimen y reacciona como si la policía fuera tonta.

Isabel fue más víctima de la falta de protección que de las balas. Murió por efecto de un fallo catastrófico de seguridad que no ha tenido consecuencias para los que fallaron. Y comparte algo más con todos los grandes magnicidios: estaba seriamente amenazada con anterioridad.

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