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Francisco Pérez Abellán

Papá recaudador

El caso Nadia ha resultado un timo que tiene al periodismo como colaborador necesario. Y sin que la Fiscalía de Menores se entere de nada.

El caso Nadia ha resultado un timo que tiene al periodismo como colaborador necesario. Y sin que la Fiscalía de Menores se entere de nada.

Utilizar a los niños para lucrarse es algo antiguo que llegó a su límite con Pedro Luis de Gálvez, aquel periodista, matón en la guerra civil, que en los años treinta del siglo XX recorría el Madrid de cafetuchos y tabernas dando sablazos con un hijo muerto en una caja de cartón. A los que se resistían a financiarlo les decía que era para el entierro. Pero esto de ahora es la demostración de que el experimento de hacer periodismo sin periodistas no puede salir bien.

No ha pasado nada que un buen redactor jefe no hubiera podido evitar. Un exconvicto, supuesto papá de una niña enferma, hoy presunto estafador encarcelado por el juez, recorre los mentideros y platós de televisión concediendo entrevistas y lleva a la niña de corta edad, a la que enseña como prueba de que si no recauda una importante cantidad de dinero morirá sin remedio. Afirma que padece una enfermedad de las llamadas raras y precisa de intervenciones extravagantes e increíbles salvo para el periodismo de "no dejes que la realidad te estropee un buen reportaje". Su arma secreta es que oportunamente menciona que la niña tiene una muñeca a la que le ha puesto el nombre de la presentadora, pongamos Susana.

Al menos desde hace ocho años utiliza este cuento largo de estafador con portentosos resultados. De creer a la policía que lo investiga, ha conseguido recaudar casi un millón de euros. Por el camino nos enteramos de que este individuo que hace caja con la niña es amante de los buenos vinos, los teléfonos inteligentes, las tabletas electrónicas de marca y los relojes de colección. Le gustan las casas grandes y cambiar de coche. A llevar una vida trepidante le ayuda esa capacidad suya de acudir a las entrevistas y decir delante de la pequeña que tiene las células como una abuela de ochenta años y que si no se la opera de forma urgente morirá, mientras ella sonríe con tristeza. Uno de mis primeros reportajes como reportero fue la denuncia de que falsos pedigüeños alquilaban niños a los vecinos para exhibirlos en la calle mientras solicitaban caridad y aumentar así las dádivas. Yo iba para periodista de sucesos y no para informador de lo social. El buenismo zapateril de estos últimos los tiene ahora preocupados por si denunciar repercute en las asociaciones que piden ayuda para la investigación, pero todo el mundo sabe la diferencia entre solidaridad y delincuencia.

Es España todos los niños que sufren una enfermedad, por rara que sea, que tenga tratamiento reciben atención. Otra cosa es que eso se pueda mejorar y que los donativos ayuden. Pero aceptar como bueno que un fallo genético necesita "operaciones de tres agujeros en la nuca", sabios que se esconden en Afganistán y "resetear el cerebro" es pura ignorancia. Los periodistas de lo social no están exentos de comprobar las noticias. Y los que toman lo publicado para llevar personajes turbios a la televisión deben ser conscientes de que sin ellos la estafa no habría sido tan devastadora.

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