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Francisco Pérez Abellán

Periodismo ínfimo

Hay que elevar el listón. Yo me hice periodista para perseguir la verdad.

Hay que elevar el listón. Yo me hice periodista para perseguir la verdad. Era un tiempo en el que los periodistas escribían bien y contaban historias reales con hechuras de gran literatura no como ahora enredados en la sintaxis y bajo el autoritarismo del amo político. Si el jefe se enfada te quedas sin el pesebre: Falciani, Papeles de Panamá, petróleo que ensucia las ánades del periodismo. El periodista es un albatros sucio de chapapote tras el periodismo vendetta, el periodismo del Consorcio y el periodismo de dossier.

Ayer mismo leí la enésima tontada en un remedo en el que se decía que con el programa Big Data Sherlock Holmes se quedaría sin trabajo. Es cierto que no se informa de crímenes, más bien se desinforma. Holmes es la inteligencia deductiva y en todo caso siempre estará al mando del Data. El periódico protervo sale como si tuviera ébola, enteco como cuando antes se hacía una edición en agosto sabiendo que no la leería nadie porque el público lector estaba en la playa o transido de limonada.

Hay hojas volanderas que cumplen 40 años con los signos de una diva de Hollywood que no lleva bien la edad, tan delgadas y sin peso como Catherine Zeta Jones, después del tratamiento bipolar, y muy mal escritas. Revestidas con la máscara de bebé antiguo en la portada de Areilza, aquel presidente frustrado que tenía un segundo que se estampó contra una familia en la carretera. Es cierto lo que dice Cebrián que mira la paja en el ojo ajeno, aunque no se lo aplique: sin periodismo no hay democracia. Conmemoración con aires de entierro. Otro diario con gripe aviar no sale por amenaza del huevo del ERE mientras los colegas miran para otro lado a ver si les toca algo en la lotería de los partidos.

En el crimen, que es mi negociado, resulta que en Alemania desaparecen mujeres sin que nadie sea capaz de encontrarlas y la policía criminal no se entera de lo que sucede. En España también desaparecen mujeres y niños. Sin periodismo no hay democracia ni seguridad y ya casi no hay periodistas. Los periodistas no deben ser relaciones públicas ni adalides de la versión oficial. Más bien al contrario. Mientras, se dispara la segunda oportunidad para políticos fracasados, incapaces de llegar a un acuerdo o un consenso, incapaces de coaligarse para gobernar mientras sube la criminalidad. La pareja alemana de la casa de los horrores conquista a través de anuncios a víctimas que creían que podrían encontrar pareja, pero encontraban la esclavitud y la muerte. Pesado colorín del periódico cuarentón. El paripé de la política encubre el paripé periodístico. La APM se queda sin acuerdo médico después de décadas y sin rechistar. Aquí la costumbre no es ley. La FAPE protesta también sin levantar la voz contra los nuevos mandarines. Mientras, los enemigos de la información preparan un cinturón todavía más apretado. Hasta Solzhenitsyn se sentiría en el Gulag. A la vez las mujeres mueren y sus cadáveres son encontrados por casualidad.

En Sevilla, en el jardín de los Montpensier, parque de María Luisa, dice el fiscal que el crimen se resuelve gracias a Carmen "la del Pincho", la primera limpiadora CSI. Y los quioscos de prensa se ahogan como peces fuera del agua, los periodistas van al paro y sus empresas se juegan el dinero en negocios que desconocen. El periódico es como un sudario que el butanito García ve pasar sobre sus maestros de antaño porque ya no sirve ni para envolver el pescado. Cada día hay que ocultar un vicio nuevo y alabar a la oficialidad que ha logrado que nadie lea por todos los medios a su alcance. El lector desatendido, vulnerable ante el periodismo ínfimo, fabrica con el diario un barquito de papel que flota en el profundo albañal.

En España

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