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Francisco Pérez Abellán

Sin venganza

Los hechos sucedieron en 1985 y el asesino merecía cada minuto de condena.

Yo no creo la versión del asesino. Lo que dice Enrique, condenado a 40 años por matar a Anabel, de cuatro, tras intentar violarla y arrojarla a un pozo, todavía viva, donde murió ahogada por el fango, no me merece credibilidad. El asesino fue condenado pero solo cumplió dieciocho de encierro. Y me pregunto por qué miente así la aritmética penitenciaria.

Los hechos sucedieron en 1985 y el asesino merecía cada minuto de condena, sin que nada hiciera, aportara o modificara su cruel comportamiento, por lo que no se entiende que lo de los cuarenta fuera sólo la forma de taparle la boca a la sociedad boquiabierta y hacer pensar a todos que estaba listo, cuando pronto volvería a enredar con la misma familia.

Ocurrió en Granada. El protagonista es el carnicero de Huétor Santillán, Juan José Fernández, que tiene toda mi credibilidad y mi respeto. Empezando, porque si hubiera querido trinchar al asesino, con su experiencia con los cuchillos le habría dado la muerte del cordero. Algo tan falso como los otros dos cuentos que refiere: un intento de atropello y un golpe con la punta de un látigo. Lejos de tanto fallo de falsa venganza, la realidad es que es un hombre envejecido, medio ciego, que iba al médico cuando se encontró con el asesino, al que la Justicia ya ha dado por castigado para que los redentores de esquina se sientan satisfechos de su bondad sin tener que aguantarlo.

Dice Enrique, que es primo de la mujer de Juan José, es decir. la madre de la víctima, que se le echó encima gritando que era por su niña. Enseguida ha habido un coro de exaltados que han tomado la cosa como venganza, lo esperable ante un ser tan odioso, pero resulta que el abogado de Juan José lo niega y expone otras teoría que yo me creo, sin discutir, porque a quien no hago ni caso es a Enrique, hoy un mendigo que se arrastra por las calles empujado por sus adicciones, buscando seguir su loca vida.

Dice el letrado que fue Enrique quien se cruzó en el camino de Juan José, una vez más, tal vez porque quería dinero. Juan José, un hombre que nunca se ha recuperado del asesinato de su pequeña Anabel, quedó envuelto en un forcejeo con arma blanca, con la que Enrique resultó herido. Incluso se afirma que hay un testigo que dice que el delincuente se infligió cortes en las manos para simular una defensa. Yo creo que Juan José fue otra vez la víctima.

No entiendo cómo el asesino no está obligado a una medida cautelar que le impida acercarse a cualquier miembro de la familia a trescientos o tres mil metros de distancia. No entiendo cómo Enrique deambula siendo un peligro para la estabilidad emocional de aquellos a los que mató en vida. Aunque es posible que todavía encuentre quien le crea y jueces compasivos con leyes que dicen una cosa y aplican otra más blanda. A pesar de que no se trata solo de la tragedia de unos padres destrozados, sino de que toda la sociedad ha perdido a la niña Anabel a manos de un mentiroso que sigue con sus mentiras.

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