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Gabriela Calderón

Consecuencias no deseadas de la prohibición

Una de las principales razones por las que la prohibición no logra lo que se propone es que la demanda de drogas es inelástica.

Recientemente el papa Francisco rechazó la liberalización del consumo de drogas. Seguramente el Papa, como muchos otros católicos y demás personas que consideran nocivas e inmorales las drogas, sostiene tal postura porque considera que la prohibición es la forma más efectiva de reducir el consumo de las mismas, volver más escasa su oferta y disminuir los daños colaterales que ocasionan. Pero la guerra no logra ninguno de esos propósitos y resulta contraproducente.

Una de las principales razones por las que la prohibición no logra lo que se propone es que la demanda de drogas es inelástica. Un incremento en el precio debido a los esfuerzos adicionales que los vendedores tienen que realizar para no ser capturados no reduce la demanda en una proporción equivalente. Por eso vemos que, a pesar del esfuerzo continuo a escala internacional por erradicarlas, "el volumen de consumo mundial de drogas ilícitas se mantuvo estable durante cinco años hasta finales de 2010", según informa la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito (Unodc) en su reporte de 2012.

Algunos pensarán que el consumo se habría disparado si se hubiese despenalizado o legalizado el consumo; pero tampoco es cierto que eso haya sucedido en países donde se ha liberalizado la política de drogas. De hecho, varios estudios muestran que la prevalencia del consumo de marihuana en los Países Bajos –que legalizaron hace más de dos décadas el consumo y la venta de cannabis en cafés regulados por el Estado, si bien mantienen criminalizada su distribución y producción– es similar a la de EEUU, incluso es más baja si solo se compara la prevalencia del consumo entre adolescentes. En Portugal hace más de diez años Portugal que se despenalizó el consumo de todas las drogas, pero tampoo ahí se ha cumplido la profecía de que se dispararía el consumo. Un estudio de Glenn Greenwald concluye que, en numerosas categorías, el consumo de drogas ha disminuido en términos absolutos, incluso en grupos demográficos importantes como el conformado por los adolescentes de entre 15 y 19 años.

Finalmente, hay una gran diferencia entre despenalizar o legalizar algo y promoverlo. Afortunadamente, en casi todos los países del mundo se ha legalizado el adulterio, se ha quitado al Estado de un ámbito tan íntimo de la vida de los individuos. Esto no significa que esas sociedades promuevan el adulterio, simplemente que en ellas no le corresponde al Estado normar esa conducta: para eso están las familias, el culto o iglesia a la cual uno desee adherirse, las tradiciones de cada sociedad, etc. La Iglesia Católica tiene todo el derecho de sancionarlo moralmente desde su tribuna, así como también lo tiene cada individuo; pero de ahí a pedir que el Estado lo criminalice hay un largo trecho, del cual alegremente la Iglesia hace varios siglos se ha venido apartando.

De igual forma, la Iglesia podría continuar desalentando el consumo de las drogas en sociedades que tengan una política más liberal hacia ellas. Respaldar la legalización no es promover el consumo de las drogas, sino simplemente apoyar el fin de una guerra que ha ocasionado la muerte en el fuego cruzado de decenas de miles de personas en América Latina y que está corrompiendo instituciones tan importantes del Estado como la Policía y los tribunales de justicia.


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