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El KO de Merkel

Pese a lo que se piensa, la alternativa a la energía nuclear no son las renovables. La alternativa real es el gas; y lo que es peor, el gas ruso. Cuando se trató de elegir lo mejor para ella o para Alemania, Merkel se inclinó por lo primero.

Como todos recordamos con amargura, el 20 de agosto de 2008, un avión MD-82 operado por la compañía española Spanair se estrelló en una de las pistas de la T4 de Barajas con 172 personas a bordo. El balance, 154 fallecidos y 18 heridos. A pesar de esto, la industria aeronáutica constituye uno de los medios de transporte más seguros en nuestro país: lo era antes del accidente de Barajas, y no dejó de serlo después de éste. De hecho, si alguna conclusión ha de sacarse de tan fatídico suceso, es la mejora en la seguridad del transporte aéreo.

La industria nuclear, de un modo análogo, hace gala de los más altos estándares de calidad y seguridad de toda la industria energética. Era así antes del accidente de Fukushima Dai-ichi y seguirá siendo así después de éste. Sin embargo, las reacciones desde las más altas esferas políticas al accidente de Fukushima no se hicieron esperar. Desafortunadas declaraciones, como las del comisario europeo de Energía Günther Oettinger, hicieron tambalear los mercados de media Europa. Y eso a pesar de revelarse exageradas, fuera de lugar, amarillistas y, sobre todo, falsas. Tres semanas después de iniciarse el accidente aún no ha llegado la apocalíptica catástrofe que el comisario pronosticaba, aquélla que iba a poner en riesgo la vida de todas las personas en el archipiélago japonés. Pero lo que es más importante, tres semanas después aún no ha llegado la dimisión del señor Oettinger. Ni se le ha pedido en serio.

De líderes políticos vamos bien escasos en Europa. Las crisis internacionales ponen a prueba las posturas de nuestros dirigentes, su carisma y su liderazgo. Pues bien: esta crisis puso a Merkel contra las cuerdas, y acto seguido la noqueó. Tras haber levantado la moratoria nuclear impuesta por los verdes a los socialdemócratas años atrás, fue la primera en subirse al carro populista de cerrar las centrales nucleares alemanas durante unos meses. Pero enseñó demasiado el plumero. La crisis de Fukushima la pilló en plena campaña electoral y pensó que una medida a la desesperada captaría parte del electorado indeciso. Craso error de la canciller: tal vez pensase que lo mejor para ella fuera intentar salvar los muebles. Pero lo mejor para Alemania, sin duda, era mantener las centrales nucleares abiertas.

Antes de Fukushima, Alemania era el timón de Europa, liderando con decisión su recuperación económica. Ahora Merkel ha perdido su plaza histórica en Baden-Wurttemberg, sus socios liberales están en franca descomposición, y la compañía eléctrica RWE ha denunciado al Gobierno alemán porque su decisión populista, caprichosa y electoralista, costará a las empresas implicadas más de 1.000 millones de euros en tres meses por lucro cesante.

Pese a lo que se piensa, la alternativa a la energía nuclear no son las energías renovables. La alternativa real a la energía nuclear es el gas; y lo que es peor, el gas ruso. Cuando se trató de elegir lo mejor para ella o para Alemania, Merkel se inclinó por lo primero, hipotecando el crecimiento económico de los suyos. Ese es el peligro europeo hoy: ignorar que no hay futuro sin energía nuclear. De líderes políticos, en Europa, vamos escasitos. Ahora también en Alemania.

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