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Frenesí islamista

En todos los casos lo que subyace es una puja por imponer el radicalismo en el mundo islámico, con las consecuencias políticas que eso pretende tener.

No es un nuevo 11-S pero resuena poderosamente en los acontecimientos de Libia y las frenéticas protestas desde Marruecos hasta Bangladesh, con dos muertos en Túnez, tres en Sudán, dos en Líbano y dos en Yemen, a viernes 14. Entonces se trató de una oleada de celebración de un acto archicriminal, ahora lo es de indignación contra una muy diminuta ofensa al Profeta, como antes lo habían sido las caricaturas danesas y más atrás Los Versos Satánicos de Salman Rushdie. Y lo que vendrá después. Mientras Occidente esté organizado sobre la base de la libertad de expresión, seguirán apareciendo muestras de cualquier tipo que el Islam o cualquier otra religión considerará ofensivas, pero que más valdrá aguantarse y no darles publicidad.

Ahora, como en el caso de las caricaturas, la publicidad intencionada de algo que podía perfectamente haber pasado desapercibido, ha sido la chispa que ha prendido la yesca y en todos los casos lo que subyace es una puja por imponer el radicalismo en el mundo islámico, con las consecuencias políticas de larguísimo y fantástico alcance que eso pretende tener: la unificación de toda la umma o comunidad de creyentes organizados en un Califato y a partir de ahí su imposición al resto del mundo. No es la primera vez que en el último siglo surge una ideología con tales aspiraciones. El comunismo y el nazismo no se quedaban más cortos en sus propósitos.

Dentro de ese contexto general, en algunos casos el frenesí más o menos teledirigido forma parte de una muy específica lucha por el poder. Desde luego desde la oposición en Libia y en buena medida desde el poder en Egipto. Poco sabemos de los detalles del desarrollo de los acontecimientos en Bengasi, pero al menos una parte de los mismos estaba perfectamente planificada, con gentes equipadas con armamento de grueso calibre, lo que no tiene nada de particular dado el gran número de milicias que han sobrevivido a la guerra, algunas de signo yihadista, nada contentas con los resultados de las elecciones de junio, que no las han elevado al poder. El estado, en todo caso, es extremadamente débil.

En Egipto ahora, como a comienzos del 2006 con las caricaturas danesas, fueron las prédicas del Gran Mufti, la misma persona en ambos casos, las que pusieron en movimiento a los fanáticos. Entonces Mubarak estaba por la labor, tratando de demostrar a Washington lo peligroso que era dejar que aquella gente ganase unas elecciones libres. En esta ocasión, Mursi se ha decidido a jugar con fuego, para mostrarle a sus más radicales aliados salafistas que no flaquea en su odio a Estados Unidos, esperando que la presión ablande a Washington en vez de endurecerlo. No sólo ausencia de represalias, sino más ayuda, para no empeorar las cosas y no debilitar a quien constituye un mal menor y supuestamente una expresión de la voluntad democrática de los egipcios. Azuzado por unas prematuras y poco oportunas declaraciones de Romney, Obama ha tirado también desde su extremo de la cuerda, con palabras inusualmente duras. El caso es que el problema no tiene solución a la vista.

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