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GEES

La escolarización del odio

La irresponsabilidad histórica de los dirigentes del PP es enorme. Por omisión, el Partido Popular está conduciendo alegremente a sus hijos hacia el odio a los principios que representa. O que representaba.

La sociedad civil española está sufriendo la mayor ofensiva ideológica en muchísimo tiempo. Una ofensiva cultural, ideológica, política e institucional con un calado y un alcance históricos y de consecuencias imprevisibles. La polémica de si esta ofensiva es una cortina de humo o no, no tiene en verdad mucho sentido: En cualquier caso, asistimos a una ofensiva pedagógica cuyas consecuencias se extenderán en el futuro, afectando a próximas generaciones y probablemente alterando el equilibrio electoral español.

La punta de lanza de esta ofensiva es Educación para la Ciudadanía: el proyecto de adoctrinamiento de los niños españoles en los valores de Zapatero, Aído, Zerolo o Peces Barba. Un proyecto de alcance histórico cuyo ejemplo más cercano lo encontramos hoy en Cataluña y el País Vasco. Allí –para no crispar y no provocar–, se dejó a los nacionalistas educar a nuestros hijos. Pues bien, los frutos de lo cedido en los años ochenta los estamos recogiendo ahora: Una generación de niños a semialfabetizar, con escasos conocimientos de matemáticas, literatura o física. Pero eso sí, drogados hasta el tuétano por los dogmas nacionalistas. Una generación, en suma, que no ha sido enseñada para prosperar, progresar y mejorar, sino que ha sido enseñada en el odio. Odio a España. Y odio al que ahora los estrategas del PP, la generación Obama, dice que no tiene más remedio que sumarse para ganar elecciones.

Para la derecha, el peligro de Educación para la Ciudadanía no es menor. Bajo la meliflua y pegajosa cháchara buenista, EpC es la asignatura del odio. Su contenido es una enumeración de todo aquello que deben aprender a odiar los niños para ser tolerantes, democráticos y pacifistas. Se caracteriza en primer lugar, por la cristofobia, la afirmación de que hay que acabar con el cristianismo, con su práctica y con su presencia en la sociedad española. La izquierda está haciendo todo lo posible por acabar con él. Han cambiado los métodos, pero hoy los partidos de la memoria histórica tienen bastante claro que hay que acabar con cualquier oposición moral a la moral progresista.

En segundo lugar, EpC se caracteriza por la eurofobia y la hispanofobia; el rechazo a la historia española y europea, a su pasado y a su aportación al mundo. Por eso la defensa del multiculturalismo, o la Alianza de Civilizaciones, que no es más que el intento de disolver la cultura occidental igualándola a las demás. Desde hace ya tiempo se está educando a nuestros hijos en el autoodio, el odio de la cultura y la tradición de sus padres y familiares. Este rechazo a la herencia recibida, este odio hacia lo propio, alcanza ahora categoría curricular.

En tercer lugar el odio al liberalismo, con todo lo que conlleva. El rechazo a la economía de libre mercado y a su globalización, a quienes se culpa de todos los males del mundo; el rechazo al uso de la fuerza por parte de las democracias liberales (guerra de Irak) y la justificación del terrorismo; la culpabilidad eterna de Estados Unidos, y la disculpa de los regímenes antiliberales; la denuncia continua de Israel, única democracia rodeada de dictaduras; o la denuncia constante del conservadurismo, del neoliberalismo o del neoconservadurismo como doctrinas hacia la que los niños deben estar prevenidos para salvaguardar la democracia.

Educación para la Ciudadanía recoge del socialismo real una cosa: la conversión del odio en materia escolar, estudiable y evaluable. ¿Cabe decir ante todo esto –como hace el PP– que se "reconoce el derecho de los padres a la objeción de conciencia"? ¡Faltaría más! ¿Pero no tiene ninguna otra cosa que decir? Para nosotros está claro. Allá los dirigentes del Partido Popular si son capaces de prescindir de María San Gil y seguir como si aquí no pasara nada; allá ellos si prefieren posar solemnemente con Zapatero como si aquí alguien no hubiese traicionado, a ellos y a los españoles, negociando con ETA; allá ellos si son incapaces de defender la política económica de Aznar ante los desvaríos de dos analfabetos económicos como Zapatero y Blanco; allá ellos, en fin, si esperan que la crisis económica les deposite suavemente en La Moncloa sin ser descubiertos por Prisa.

Pero en lo referente a la asignatura del odio, la responsabilidad histórica del Partido Popular trasciende esta miseria de la política. ¿Hay alguna duda de cómo saldrán las generaciones futuras de la inmersión ideológica de Zapatero? ¿No resulta evidente –a la vista de otras experiencias– qué van a pensar nuestros hijos del liberalismo, de la nación española o del libre mercado después de años de inmersión educativa? ¿Qué efecto van a causar en las mentes de nuestros hijos la cristofobia, la judeofobia y la hispanofobia convertidas en materia de estudio? ¿De verdad alguien piensa que los valores de la derecha española saldrán, no ya favorecidos, sino indemnes de esta escolarización del odio? La irresponsabilidad histórica de los dirigentes del PP es enorme. Por omisión, el Partido Popular está conduciendo alegremente a sus hijos hacia el odio a los principios que representa. O que representaba.

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