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¿Un cambio en la estrategia contraterrorista?

Hablar de un cambio en la política antiterrorista norteamericana es quizás demasiado aventurado, porque no todo lo que cuenta se puede contar.

Hace escasamente diez días, un supuesto miembro de Al Qaeda implicado en la planificación de los atentados contra las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania en los años 90, Ansar al Libi, fue capturado en una operación en Trípoli (un centro urbano y no una zona remota en un país en guerra) por efectivos de la fuerza especial Delta del Ejército de EEUU. Algunas horas antes, un equipo SEAL de la Marina norteamericana había participado en una misión contra un líder terrorista de Al Shabab conocido como Ikrima en Somalia (se ha subrayado que nada tuvo que ver con una respuesta por la masacre en el centro comercial de Nairobi), esta vez sin que pudieran practicar detención alguna, pues el riesgo de que hubiera víctimas civiles, y también para del propio equipo, era excesivamente alto. Menos conocida fue la captura, algunos días después, también por efectivos militares de EEUU -aunque aún sin confirmar, pues han trascendido pocos detalles-, de Latif Mehsud, un líder talibán paquistaní miembro de la organización terrorista Tehrik e Talibán.

Las operaciones contraterroristas en Libia y Somalia -planeadas de forma separada y llevadas a cabo a más de 5.000 kilómetros de distancia- han sido alabadas en EEUU como uno de los grandes golpes contra lo que queda del "corazón" de Al Qaeda y como una confirmación de la capacidad militar norteamericana. Este mensaje de fortaleza no le ha venido nada mal a EEUU, sobre todo tras la imagen de debilidad que estos días trasmite tras el cierre parcial del Gobierno federal. Pero estas operaciones son para algunos analistas un síntoma de un posible nuevo enfoque de la política antiterrorista de Obama. Por un lado, hay un creciente uso de la rendition, es decir, la captura de sospechosos terroristas en un país extranjero sin ningún proceso de extradición de por medio, práctica duramente criticada bajo George W. Bush, pero Barack Obama se ha reservado el derecho a utilizarla de manera selectiva. Por otro lado, significa que EEUU no ha desestimado por completo la utilización de los efectivos terrestres, algo que se daba casi por hecho tras el auge de los ataques con drones, tan eficaces y efectivos tácticamente. Y, por último, demuestra que la Administración Obama prefiere ahora la captura a la eliminación de sospechosos terroristas, porque, a pesar de que supone un mayor riesgo para las fuerzas norteamericanas, ofrece la posibilidad de realizar interrogatorios y extraer información que pueda prevenir futuros ataques.

Sin embargo, hablar de un cambio en la política antiterrorista norteamericana es quizás demasiado aventurado, porque no todo lo que cuenta se puede contar, y no todo lo que se puede contar cuenta. Y en el caso del contraterrorismo es más que evidente. Sobre todo porque es muy poco lo que trasciende, y lo que trasciende lo magnifican los medios peligrosamente. La buena noticia es que la lucha contra el terrorismo continúa.

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