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Gina Montaner

Las dictaduras son lo que son

¿Valen menos los fusilamientos masivos en La Habana de la euforia revolucionaria que los que se perpetraron en los estadios de Santiago de Chile en el fervor antiallendista tras el golpe? ¿O viceversa?

Las cosas son lo que son. Eso quiso decir la autora estadounidense Gertrude Stein cuando escribió Rosa es una rosa es una rosa es una rosa en su poema "Sacred Emily".

¿Por qué me viene a la mente la gurú intelectual del París de entreguerras al leer acerca de la polémica desatada en Chile al conocerse que se quiere sustituir la palabra "dictadura" de los libros de texto escolares por la de "régimen militar"? Es un razonamiento muy sencillo: las dictaduras son lo que son y eso es lo que fue el gobierno de mano dura del general Augusto Pinochet. Ahora, con el paso del tiempo y el afán de desmemoria de quienes todavía reivindican un modelo despótico que se prolongó durante 17 años, algunos pueden caer en la tentación de descafeinar un sistema que, sobre todo en los primeros años después del derrocamiento por la fuerza del fallido modelo allendista, mató a los opositores de manera calculada con el triste saldo de más de 3.000 muertos y desaparecidos. Fue una época de sangre, terror y fuego que no debe confundirse con un desfile militar para poner orden en una rápida transición a la democracia.

Habrá quien conserve fresca en la memoria los últimos días de Allende y los cacerolazos de gran parte de la sociedad chilena en contra del giro marxista que dio el entonces electo presidente, con el apoyo no tan a la sombra de Fidel Castro. Pero aquella turbulencia política nunca valdrá para justificar la barbarie que se desencadenó con el coup d’etat pinochetista. Por esa simplista y demagógica regla de tres podría justificarse el más de medio siglo de dictadura castrista que se instauró en Cuba a finales de los años cincuenta como consecuencia del clamor popular contra el régimen autoritario de Batista. En el país caribeño también se sucedieron los cacerolazos y se celebró por lo grande el triunfo de unos barbudos que sustituyeron una dictablanda por una dictadura. Ambos, regímenes militares, el del general Batista y el del comandante Fidel Castro. Conviene recordar que "dictadura" proviene del latín dicta, cuyo significado es "duro, forzado, por mandato obligatorio".

A los maestros de rizar el rizo de la inmoralidad política les gusta matizar aquello de "bueno, pero lo nuestro fue dictablanda y no dictadura", restándole más o menos importancia al horror de jugar con la vida de los otros con menor o mayor intensidad. ¿Acaso hablamos de la oscilación en el voltaje de las picanas? ¿Pongamos que nos referimos a los años que un disidente puede permanecer en presidio político? ¿Valen menos los fusilamientos masivos en La Habana de la euforia revolucionaria que los que se perpetraron en los estadios de Santiago de Chile en el fervor antiallendista tras el golpe? ¿O viceversa?

Ante el previsible revuelo que ha causado el innecesario cambalache de términos a la hora de no querer nombrar por su nombre a la dictadura de Pinochet, el actual ministro de Educación de Chile ha reconocido que, en efecto, aquello fue un gobierno dictatorial. Podríamos denominarlo régimen militar, pero qué sentido tiene, salvo el de alejarnos de la veracidad, aguar la espesura del terror de la Operación Cóndor y el trasiego de desaparecidos en el fondo del mar o en las fosas comunes que las juntas militares de Suramérica intercambiaban como cromos de muertos. Llamar a las cosas por su nombre es fundamental para vacunar a la sociedad de los errores del pasado. "El Nunca Jamás" que proclaman los judíos frente a las peligroso revisionismo de quienes minimizan o incluso niegan el espanto del Holocausto y sus seis millones de almas exterminadas. Perversión es una perversión es una perversión es una perversión.

Augusto Pinochet fue un dictador sanguinario que durante casi veinte años les arrebató a los chilenos la posibilidad de acudir a las urnas y cambiar su destino. Bajo su férrea bota militar miles de personas sucumbieron, acabaron en la cárcel o tuvieron que exiliarse. Por todos aquellos crímenes de lesa humanidad más de 700 exmilitares están procesados judicialmente. Entonces, ¿a santo de qué habría que buscar una denominación más inexacta y amable de lo que sin duda fue una cruel dictadura? Se le haría un flaco favor a los jóvenes de Chile si no se les enseña con rigor y exactitud el daño tan grande que inflige en la sociedad la interrupción de los valores democráticos. Desde la vocación comunista de un Allende desnortado hasta el injustificable golpe militar de un dictador cuyo nombre era Augusto Pinochet.

Cuando Gertrude Stein escribió Rosa es una rosa es una rosa una rosa su intención era recuperar con viveza lo que se queda agazapado y diluido en la buhardilla de los recuerdos. No permitamos nunca que los horrores que nos infligieron impunemente se deshagan en la distorsión de las impresiones. Las dictaduras son lo que son.

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