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Gina Montaner

Por el silencio de los justos

El poeta explica que uno está preparado para la pérdida de la esposa, convirtiéndose en un viudo; o la desaparición de los padres nos hace huérfanos. Pero cuando te asesinan a un retoño no hay palabra para ello porque desafía el curso de la vida.

 

Era de noche y conducía mientras escuchaba el programa de entrevistas The Story en National Public Radio. En esta ocasión quien contaba su historia era el poeta mexicano Javier Sicilia. No se trataba de un relato feliz y su voz, grabada telefónicamente desde México, era grave, como si le naciera desde el mismísimo corazón. A Sicilia le habían matado a su hijo Juan Francisco hace apenas un mes. "Juanelo", como cariñosamente lo llamaban, tenía 24 años.

Javier Sicilia ya no escribirá más poemas, ha dicho, porque con la muerte de Juanelo se le ha ahogado la inspiración y la musa que siempre lo acompañaba anda de luto y extraviada. Un hombre que toda su vida ha escrito versos ya no puede hacerlo porque cuando se secan las lágrimas de tanto llorar también se vacía la pluma y no queda más por decir. A su hijo lo mataron en Cuernavaca junto a otros inocentes que aparecieron torturados y asesinados en una furgoneta. No es extraño que en México una velada de diversión termine en desenlace sangriento. El poeta Javier Sicilia dice que así no se puede vivir, con más de 35.000 muertos como consecuencia de las guerras entre las facciones del narcotráfico y un ejército ineficiente y corrupto.

Ahora el padre de Juanelo, que era un joven estudiante de administración de empresas cuyos versos eran los números, dedica su tiempo y su energía a manifestaciones por la paz en su país. Sicilia está convencido de que la batalla contra el tráfico de drogas no pasa por las armas y la penalización, sino por la legalización de lo que él considera un problema de la sanidad pública. El presentador de The Story le pregunta si teme por su vida y el poeta le responde que no. A fin de cuentas un hombre que ha perdido a su hijo y no puede escribir poemas ya no le teme al miedo. El poeta explica que uno está preparado para la pérdida de la esposa, convirtiéndose en un viudo; o la desaparición de los padres nos hace huérfanos. Pero cuando te asesinan a un retoño no hay palabra para ello porque desafía el curso y el orden de la vida.

Hay actos injustificables y penas tan grandes que nos enfrentan a caminos bien distintos. Cada persona es una galaxia aparte en el momento de los senderos que se bifurcan. Cuando escucho a Javier Sicilia mientras conduzco en la noche no puedo evitar pensar en otro poeta, el argentino Juan Gelman, a quien la junta militar le asesinó a su hijo y a su nuera. Durante años Gelman buscó sin tregua a su nieta superviviente mientras proseguía escribiendo poemas. Es posible que si hubiese renunciado a la poesía sólo le habría quedado el margen de los abismos. Lo cierto es que escribió y escribió a la par que removía cielo y tierra para que se hiciera justicia. Gelman no halló los cadáveres de sus seres queridos para darles la sepultura que toda persona merece, pero, pasado el tiempo, encontró a su nieta. La suya es una historia donde no hay un final feliz, pero sí un cierto consuelo en el mar del desconsuelo.

Los senderos que se bifurcan. Un poeta continúa escribiendo para no morir cada día. Otro, Javier Sicilia, ya no escribe para poder vivir cada día. Es su ofrenda particular y herida al hijo que ya no volverá. Juanelo. Tan joven y tan distinto a su padre. Un empresario en ciernes cuyo brillante futuro se descalabró un Viernes Santo en las alegres calles de Cuernavaca. No hay poesía que pueda desentrañar el enigma de lo que nunca debió de suceder.

Javier Sicilia declara que "el mundo ya no es mundo de la palabra". Antes de enmudecer para entregarse a la lucha a favor de las víctimas que cada día mueren en México, el poeta hace una promesa: "por el silencio de los justos, sólo por tu silencio y por silencio, Juanelo". Un regalo para el hijo muerto. Su último poema. 

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