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Gina Montaner

Una vida para contarla

Quién le hubiera dicho a esta alumna aplicada de la Escuela del Hogar que las cárceles de Cuba serían su morada durante más de seis años.

Carmina Trueba de Mestre nunca imaginó que su vida daría para una novela. O para unas memorias cargadas de vivencias que muy pocas personas tienen en su haber. Sin embargo, las maromas de un destino que aparentemente estaba escrito deshicieron su sino de muchacha bien de la burguesía habanera en el triple salto mortal que significó la irrupción del castrismo en la accidentada Cuba republicana. Fue así como surgió el germen de su libro, El intenso aroma del café (E&A Editores).

Tengo el placer de conocer a Carmina hace ya muchos años. Antes de leer estas memorias que con tanto esmero ha publicado su editor, el escritor y columnista Vicente Echerri, ya sabía de la singular trayectoria de esta mujer que fue educada para ser ama de casa y acabó comprometida con la causa de la libertad de su país. Y es que lo que no enseñan las institutrices ni el colegio de monjas es que hay hechos que marcan y le dan un vuelco a la existencia. Así fue para Carmina, una muchacha formada en el seno de una acomodada familia de empresarios cafeteros que, como tantos criollos, emigró de una España convulsa por la guerra civil. En medio de una privilegiada juventud, arropada por su familia y recién casada, todo cambió cuando su querido primo Domingo Trueba fue fusilado una madrugada de abril de 1961. Se trataba de los primeros horrores perpetrados por una dictadura que en aquel entonces muy pocos sospecharon que acabaría pulverizando el ánimo de los cubanos a lo largo de más de medio siglo.

Carmina creció entre sábanas de hilo y acompañada del intenso aroma del café que se tostaba en el negocio familiar –el famoso Regil–, pero, con ese desarrollado sentido del deber que ha sido la impronta de su camino vital, fue ella quien se encargó de rescatar el cadáver tibio de su bien amado primo Mingo. Y, sumida en la soledad de su dolor, llegó a la conclusión de que no podía quedarse cruzada de brazos. Esta joven apolítica y recién aterrizada de su luna de miel supo que había llegado el momento de unirse a la resistencia. Fue, tal vez, una revelación divina, porque Carmina es creyente y su fe nunca la ha abandonado. Ni tan siquiera cuando fue encarcelada, como cuenta con modestia en su relato, tras ser condenada a veinte años de presidio político. Quién le hubiera dicho a esta alumna aplicada de la Escuela del Hogar que las cárceles de Cuba serían su morada durante más de seis años, junto a otras presas que llegaron a ser sus amigas del alma, antes de que se le rebajara la pena.

Como el personaje proustiano en busca del tiempo perdido por medio de la fragancia de las "madalenas" de su infancia, en aquel tenebroso periodo, alejada de sus seres queridos y resignada a un matrimonio que la distancia deshizo, Carmina halló la fortaleza interior para resistir con dignidad las vejaciones de sus cancerberos. Al salir de prisión, decidió permanecer en la Isla para cuidar de su anciano padre y visitar a los opositores que permanecían entre rejas. Una vez más prevaleció su voluntad de servicio. Y, una vez más, el destino le tenía reservada una grata sorpresa: el reencuentro con un amigo de juventud, Ramón Mestre, quien cumplía condena por contrarrevolucionario. En las visitas asiduas, del afecto fraternal pasaron al amor desinteresado. Eran dos seres heridos y unidos por la adversidad.

En el capítulo nueve de sus memorias, titulado acertadamente Camino de la resurrección, la autora relata cómo finalmente pudo salir de Cuba en 1979, gracias a la mediación del entonces presidente de Gobierno español, Adolfo Suárez. El destierro primero la llevó a España, donde se habían asentado sus dos hermanos, Enrique y Pedro. La segunda parada fue Miami, donde se reunió poco después con Ramón, a quien ella define actualmente como "esposo y amigo". Ambos, con el bagaje de quienes han sufrido en carne propia los rigores del Gulag caribeño, han hecho de su hospitalario hogar lugar de reunión de ex presos que compartieron con ellos los sinsabores de la cárcel.

En la presentación que Echerri hizo del libro de Carmina, éste comenzó diciendo que son escasos los individuos que, como ella, han acumulado experiencias que ameritan unas memorias. Le doy la razón. Merece la pena leer El intenso aroma del café para conocer de cerca a una mujer excepcional que siempre ha estado a la altura de los avatares de la vida.

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