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Guillermo Dupuy

Rajoy y el desprecio a la opinión pública

La política también pasa por que el gobernante se moleste en despejar las dudas que los demás tienen sobre él por muy seguro que él esté de si mismo

Aunque sigo creyendo que la mayor corrupción que cabe atribuir a Mariano Rajoy es de índole ideológica, la verdad es que su mutismo ante el caso Bárcenas me está poniendo difícil no creerlo también culpable de lo que le acusan los papeles del extesorero de su partido. Al fin y al cabo, estos papeles, en sí mismos, tienen escaso valor probatorio, por mucho que sirvan muy legítima y comprensiblemente para vender periódicos.

Para empezar, el hecho de que el documento entregado a El Mundo sea el original, y no una fotocopia como la entregada hace meses a El País, no resulta tan decisivo: una fotocopia de un escrito que dice una verdad sigue reflejando esa verdad, de la misma forma que el original de una mentira sigue siendo mentira.

Bárcenas, por otra parte, podrá ser un ladrón, pero eso no le convierte necesariamente en un idiota. Y sólo a un idiota que pretendiese hacer pasar unos apuntes escritos recientemente y de una sentada como si estuviesen redactados en distintos momentos a lo largo de los años 1997, 1998 y 1999 se le ocurriría hacerlo con papel nuevecito, con el mismo bolígrafo y sin alterar un mínimo la letra, como elemental forma de disimular.

Tal vez esos papeles, aunque tengan escaso valor probatorio, sean auténticos y digan la verdad. Pero lo que más me induce a pensarlo, no son, como antes decía, los papeles en sí mismos, sino la reacción –o mejor dicho, la falta de reacción– del presidente Rajoy. Si es inocente, no entiendo cómo no aprovecha la más mínima ocasión para desmentir lo que sería un montaje. No entiendo cómo no convoca una rueda de prensa, no comparece a iniciativa propia en el Congreso o no hace ambas cosas.

A lo mejor todo se deba a ese pésimo manejo de los tiempos que caracteriza a Rajoy y que algunos consideran "magistral"; o al evidente desprecio que el presidente del Gobierno muestra hacia la opinión pública. Si el pasado domingo se quejaba de que las críticas a su gestión no hayan esperado al final de la legislatura, este miércoles se lamentaba de que la prensa se ocupara de cosas que "no son las mejores" en lugar de hablar de "las cosas importantes".

Al margen de que la corrupción es un tema importante, podríamos hablar de cientos de asuntos de extrema gravedad de los que Rajoy tampoco quiere hablar. Rajoy debería saber que la democracia es un régimen de opinión pública y que esta no viene marcada por lo que el Gobierno de turno considera o no "importante".

Por muy inocente que se sepa, Rajoy debe atender las dudas de los demás. Al fin y al cabo, hace ya tiempo que dejó de ser un registrador de la propiedad para convertirse en un político. Y la política en una democracia pasa por que el gobernante se moleste en despejar las dudas que los demás tienen sobre él, por muy seguro que él esté de sí mismo. En democracia no basta con ser honrado. También hay que parecerlo.

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