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GUERRA FRÍA

Las causas del conflicto de Corea

El 25 de junio de 1950 las fuerzas de Corea del Norte invadieron el Sur y comenzó lo que podríamos llamar la primera guerra caliente de la Guerra Fría.


	El 25 de junio de 1950 las fuerzas de Corea del Norte invadieron el Sur y comenzó lo que podríamos llamar la primera guerra caliente de la Guerra Fría.

Desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, norteamericanos y soviéticos habían tenido multitud de ocasiones para pasar de lo frío a lo caliente. Pudieron haberse enfrentado en Irán, pero Stalin prefirió dar marcha atrás. También pudieron hacerlo en Grecia, pero el viejo bolchevique quiso honrar lo pactado con Churchill en el famoso acuerdo de los porcentajes. El calor pudo aflorar en Turquía, un lugar estratégicamente valioso para la URSS, o en Berlín, pero tampoco en estas dos ocasiones llegó la sangre al río. En China fueron los Estados Unidos quienes no quisieron emplearse, a pesar de que Stalin sólo apoyó los comunistas de allí cuando se hizo obvio que prevalecerían. ¿Por qué en Corea no ocurrió lo mismo?

La Segunda Guerra Mundial

Corea vivió aislada del resto del mundo hasta ser invadida por el Japón en 1905 a consecuencia de la Guerra Ruso-Japonesa. La dureza y crueldad del dominio japonés excitó el nacionalismo coreano.

En Yalta, en 1945, los Tres Grandes decidieron que al Japón no se le permitiría conservar Corea. El país sería administrado fiduciariamente por aquéllos, y luego accedería a la independencia. Con el fin de que los otros respetaran lo acordado, lo primero que hicieron los rusos, tras declarar la guerra al imperio japonés el 8 de agosto de 1945, fue invadir la península. Se trataba de estar presentes allí cuando llegara el momento de la rendición nipona. La rápida jugada de Stalin levantó en Washington suspicacias. El 14 de agosto, una semana después de la invasión soviética, Truman convenció a Stalin para que aceptara dividir el país en dos zonas de ocupación, separadas por el paralelo 38.

Como hicieron los estadounidenses en Europa, los soviéticos, cuando llegaron al límite pactado, detuvieron su avance, y esperaron a que los norteamericanos llegaran, cosa que no hicieron hasta primeros de septiembre. No es chocante que Stalin honrara su palabra. Durante esta época lo hizo en multitud de ocasiones en Europa, y es lógico que también lo hiciera en Extremo Oriente. Por entonces, el objetivo principal del exseminarista georgiano era consolidar las conquistas del Ejército Rojo en el Este europeo. Si quería que Londres y Washington le dejaran hacer su voluntad tanto en Budapest y Sofía como en Pyongyang, era esencial que se mostrara absolutamente dispuesto a respetar lo que los occidentales quisieran hacer no sólo en Atenas y Estambul, también en Seúl.

Kim Il Sung.La Guerra Fría

Tras la rendición formal de Japón, el 2 de septiembre de 1945, se presentó con toda su crudeza la cuestión del futuro de la península. En diciembre de ese mismo año, en la conferencia de ministros de Asuntos Exteriores que tuvo lugar en Moscú, se acordó respetar lo que se había pactado en Yalta. Se concretó que se constituiría en principio una comisión soviético-norteamericana, que ostentaría el mando sobre el Gobierno provisional coreano. Tal comisión debería entregar el poder a un cuerpo administrativo en el que estarían representadas las cuatro potencias (los Tres Grandes y China), que prepararía el terreno para que, al cabo de cinco años, hubiera elecciones y Corea accediera a la total independencia.

En la práctica, rusos y norteamericanos impusieron su ley en sus respectivas zonas de ocupación. La URSS no permitió ningún partido político que no fuera el comunista. Los Estados Unidos, por su parte, tuvieron que enfrentarse a un rosario de fuerzas políticas de muy diferente signo que sólo estaban de acuerdo en no querer esperar cinco años para acceder a la independencia. Los únicos dispuestos a esperar fueron los comunistas, obedientes como siempre a Moscú. La administración norteamericana tuvo finalmente que entregarse a los elementos menos populares de la derecha, las élites formadas en Europa y antiguos funcionarios y altos cargos de la administración japonesa que no habían huido tras la rendición de sus señores. No obstante, dio con una especie de mirlo blanco al que poder entregar el país.

Se trataba de Syngman Rhee, un nacionalista coreano formado en los Estados Unidos que se había opuesto a la ocupación japonesa hasta el punto de tener que huir del país. Terminada la guerra, volvió a Corea y Washington vio en él a la persona ideal para dirigir el futuro Gobierno coreano. Pero tampoco Rhee estaba dispuesto a esperar cinco años.

Los soviéticos insistieron en que debía respetarse lo acordado en la conferencia de Moscú y en que no debería permitirse que concurrieran a las elecciones a los partidos que no aceptaran la espera allí acordada. Esto significaba tanto como excluir a todos los partidos salvo a los comunistas. Los norteamericanos no aceptaron y los soviéticos rompieron la baraja.

Truman decidió entonces lavarse las manos y pasó la patata caliente a la ONU. Allí se dispuso que que se celebraran elecciones libres en todo el país, cesara la ocupación y se procediera a la reunificación de las dos zonas. Como en todas partes, los comunistas no hubieran tenido nada que hacer en unas elecciones verdaderamente libres, de forma que Moscú se opuso a la solución de la ONU. En el Norte los rusos impusieron una dictadura comunista, al frente de la cual colocaron a Kim Il Sung. En el Sur, los norteamericanos organizaron unas elecciones en mayo de 1948, en las que obtuvo una victoria fácil Syngman Rhee debido a que la izquierda, espoleada desde Moscú, no aceptó el plan norteamericano y boicoteó las elecciones –además, provocó numerosas agitaciones en todo el país–. El 15 de agosto en Seúl, la Asamblea recién elegida proclamó la República de Corea. El 9 de septiembre, Kim Il Sung anunció en Pyongyang el nacimiento de la República Democrática de Corea.

Corea se había dividido en dos países distintos, pero los dirigentes políticos de ambos no estaban dispuestos a aceptar que tal división tuviera carácter definitivo e hicieron que el principal objetivo de sus políticas fuera la reunificación.

Para rusos y norteamericanos, la partición podía no ser definitiva, pero desde luego tenía carácter indefinido. Proclamados los dos regímenes, carecía de sentido continuar la ocupación. En diciembre de 1948, los rusos se fueron. En junio del año siguiente los estadounidenses hicieron lo propio. En el mismo momento en que ambos Gobiernos coreanos se vieron libres empezaron a amenazarse uno a otro con la invasión para unir las dos mitades del país. Ni soviéticos ni norteamericanos deseaban un conflicto, pero mientras Moscú había dejado en Pyongyang tanques, artillería y aviones suficientes para montar una ofensiva, Washington había preferido dejar en Seúl tan sólo armas ligeras con el fin de evitar que Rhee cayera en la tentación de atacar el Norte.

Stalin cambia de idea

Kim insistía en que la invasión era viable dada la debilidad del Sur. Pero Stalin no se fiaba y no le atraía nada la idea de provocar a los norteamericanos. Con todo, las circunstancias fueron cambiando a lo largo de 1949 y de la primera mitad de 1950.

En octubre de 1949 ocurrió el acontecimiento esencial que hizo cambiar de opinión a Stalin. Fue entonces cuando se proclamó la República Popular China sin que Washington moviera un músculo. De hecho, Douglas MacArthur, comandante en jefe de las fuerzas norteamericanas en el Pacífico, había declarado en una entrevista que le hicieron en marzo de 1949 para el New York Times que la línea defensiva de los Estados Unidos estaba formada por la cadena de islas que se iniciaba en las Filipinas, seguía por las Ryukyu, luego pasaba por el Japón y acababa en las Aleutianas, lo que dejaba fuera a China y a Corea. La pasividad norteamericana ante la victoria de Mao parecía demostrar que en efecto esa era la visión estratégica en Washington.

Además, el 12 de enero de 1950 el mismísimo secretario de Estado norteamericano, Dean Acheson, declaró expresamente que Corea estaba fuera del perímetro defensivo estadounidense. Encima, en la primavera siguiente Seúl vivió una aguda crisis interior por la fuerte oposición de izquierdas al Gobierno de Rhee. Al final, Stalin autorizó a Kim Il Sung a invadir Corea del Sur, seguro de que el asediado Gobierno de Rhee, desprovisto de armamento pesado, no sería capaz de oponer seria resistencia a los cañones y tanques de Sung y, sobre todo, convencido de que los norteamericanos no harían nada para impedirlo, tal y como había ocurrido en China.

No obstante, Stalin puso sus condiciones. Kim Il Sung no podría dar un paso hasta que obtuviera el beneplácito de Pekín. Y, advirtió el dirigente bolchevique, no cabía esperar ninguna clase de ayuda desde Moscú, mucho menos si los norteamericanos intervenían.

Kim Il Sung logró el plácet chino y el 25 de junio sus tropas cruzaron el paralelo 38. Sin embargo, ocurrió lo que ningún dirigente comunista había esperado. Los norteamericanos reaccionaron enérgicamente y acudieron raudos a rechazar la agresión comunista.

Las razones de Washington que los comunistas no entendieron

¿Fue un error de cálculo de Stalin? ¿O simplemente Pekín y Moscú estaban probando el cuajo de Washington a la hora de repeler expansiones comunistas allí donde no había en juego ningún interés vital para los Estados Unidos?

La Guerra Fría fue, entre otras muchas cosas, un proceso dialéctico por el cual las dos superpotencias estuvieron mandándose recados, tratando de averiguar hasta dónde les permitiría la otra llegar antes de que el conflicto abierto estallara. La Guerra de Corea fue uno de esos recados que Moscú envió a Washington creyendo que éste le dejaría hacer, por las mismas razones por las que no intervino en China. Stalin dedujo de esta indiferencia que Estados Unidos no estaba interesado en asumir el coste de frenar la expansión del comunismo en el Extremo Oriente continental. No se dio cuenta de que, para los norteamericanos, con independencia de sus intereses estratégicos, la revolución china fue una guerra civil, donde intervenir habría sido moralmente discutible, mientras que lo de Corea fue una agresión en toda regla, en la que intervenir era moralmente exigible para acudir en socorro del agredido. Los estadounidenses, sencillamente, habían decidido en marzo de 1947 no ser indiferentes al expansionismo comunista allí donde se produjera. Y si lo habían sido en China fue, entre tras cosas, porque aquello no fue resultado de ese expansionismo, sino de una revolución interna que había degenerado en guerra civil.

Naturalmente, Washington tuvo en cuenta, además de consideraciones morales, otras de orden estratégico. Pero si hubiera sido sólo por éstas, como muy bien calculó Stalin, Corea podría muy bien haber sido entonces reunificada bajo el comunismo. Las consideraciones morales fueron, si no las más importantes, sí las decisivas. El error de Stalin fue creer que todos, incluidos los norteamericanos, eran como él, alguien que prescindía de las consideraciones morales cuando tenía que decidir un curso de acción o una conducta. Por eso hubo Guerra de Corea. El cómo se libró es harina de otro costal.

 

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