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LA POLÍTICA, A PESAR DE TODO

Actuaciones ideales

La emergencia de la dictadura de la corrección política coincide en el tiempo con el descalabro ideológico del socialismo real, en gran parte con el propósito de aliviar los daños sufridos. Al quedar la izquierda rota y sin una ideología pasable, tiene que buscar un nuevo libreto y salir a escena disfrazada de socialismo ideal.

La emergencia de la dictadura de la corrección política coincide en el tiempo con el descalabro ideológico del socialismo real, en gran parte con el propósito de aliviar los daños sufridos. Al quedar la izquierda rota y sin una ideología pasable, tiene que buscar un nuevo libreto y salir a escena disfrazada de socialismo ideal.
Lo afirmó hace unos días Rodríguez Zapatero: los socialistas y el actual Gobierno apoyan la resolución 1546 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que legitima (de nuevo) la intervención multinacional en Irak y las tareas tendentes a favorecer y facilitar la reconstrucción y su inserción en la comunidad internacional, a pesar de que no sea la resolución “ideal” que ellos esperaban. En realidad, ni la esperaban ni la deseaban: la temían. ¿Cómo explicarle a este señor que la política no se rige por los deseos sino por la necesidad y la presión de los hechos, y que su praxis no se fija en función de los fines sino de los medios? Inútil empresa, y no porque uno se niegue a enseñar a quien no sabe o a indicar la dirección correcta a quien anda desorientado, sino porque en este caso sería un empeño fútil.
 
Zapatero dice lo que dice no por ignorancia ni por ingenuidad, sino desde una clarísima estrategia impolítica que le procura pingües beneficios políticos, aunque semejante prodigio pueda parecer paradójico. Lo hemos visto repetido en las intervenciones de los ministros y ministras que le hacen coro y el corro de la patata al presidente, sea a cuento de la retirada de las tropas de Irak, las “soluciones habitacionales” que remedien los problemas de la vivienda o la rebaja del IVA en las “actuaciones” culturales —antes productos culturales, jamás mercancías—, pero que tanto enriquecen, por ejemplo, a los bardemes y anabelenes del ramo y a la del manojo de rosas en el puño, actualmente al frente (a ver si se instruye un poco) de la Biblioteca Nacional: lo suyo no es la política real sino los buenos deseos y las actuaciones ideales. Ellas y ellos actúan siempre con buena intención, y si las cosas se tuercen es por mala suerte o por la acción malévola de los otros (“el infierno son los otros”; bajando a la derecha). Pero su buena intención y su voluntad racional están probadas, por algo son fieles seguidores de la ética kantiana, aunque a menudo se confunda con una ética de cantina de cuartel español por lo que tiene de disciplinada y de proclive a la paz perpetua.
 
No cabe lamentarse de este subterfugio, ni golpearse el pecho clamando lo malvados que son algunos, ni mortificarse pensando por qué no serán de otra manera, ni rogar al cielo para que se corrijan. Suena a dependencia narcótica la línea jeremíaca de gran parte de la derecha española especializada en “denunciar” las travesuras y desmanes de sus oponentes, pero sin ponerles coto con decisión. Aquellos que nos arrimamos más a la enseñanza de Spinoza que a la de Kant (por seguir homenajeando al autor de la Crítica de la razón pura, ya que se celebra este año su aniversario) tenemos presente en todo momento una verdad muy clara y distinta: el estado de cosas existente no se enmienda con santas voluntades, inanes protestas o vanas esperanzas; lo real debe entenderse conociendo sus causas, al objeto de hacerse cargo de lo que hay con inteligencia y saber cómo actuar. Una de las causas de la intrepidez y descaro con que actúa la izquierda se halla en la apropiación que ha hecho de la corrección política como vehículo de expresión de consignas y lemas ideologizados, los cuales con la fuerza de la costumbre y las técnicas probadas del totalitarismo, saturan la red de la sociedad a través de mensajes “correctos” hasta convertirse en tristes tópicos y lugares comunes que se pegan en la piel de los individuos como la melaza.
 
He aquí por qué los artistas de la corrección política se mueven con tanta soltura con mensajes cortos y eslóganes. Su pensamiento mínimo y débil pega (y se pega) con fuerza. Con suma facilidad, taladra la mente y el corazón de la gente, y los conduce hasta el abismo con la galanura y frescura con los que el flautista de Hamelín componía una fila musical o el etólogo Lorenz armaba una cuerda de ánades. En realidad, el impacto y la recepción de las frases hechas y de las divinas palabras no precisan de argumentos ni de muchas explicaciones para extenderse. Una pegatina del “No a la guerra” vence por K.O. a los más depurados estudios sobre la guerra justa y a los más trabados análisis sobre política internacional; basta con hacer correr la voz de que la paz es buena y la guerra mala. Ven que fácil. Cuanto más simple y tontorrón mejor cuela. Hay más. Las iniciativas tendentes a consumar la política de “cuotas de género” tienen el paso franco, sólo con dejarse llevar por el bel canto del igualitarismo. La discusión sobre la regulación del calendario y horario de los comercios sólo se sostiene si previamente los sujetos han asimilado el prejuicio de que los “negocios” y el afán de ganar dinero son propios de seres groseros y viciosos vendidos al “capitalismo salvaje”. El terrorismo islamista es más difícil de vencer cuando se reviste de inocente multiculturalismo. La reciente polémica acerca de los debates electorales (que si TVE, que si Antena 3) resbala suavemente como propaganda ideológica en una conciencia tenazmente barnizada de “públicas virtudes” y refractaria a los “vicios privados” (“de la privada”).
 
Basten estos pocos ejemplos para entendernos, aunque el problema que señalo es mayor y más serio. Urge atacar de raíz la propaganda y el totalitarismo del pensamiento único, débil y “correcto”, pues una vez asentado es difícil de neutralizar. Las escuelas, universidades y medios de comunicación son reservas de una corrección política que extiende sus redes a diestro y siniestro, embaucando al más despierto, a poco que se deje llevar por la corriente. No se crea que esta lucha de ideas (en realidad, de ideas frente a creencias, por decirlo con Ortega) esté perdida porque hoy abrume el prontuario del socialismo ideal. A finales de los ochenta, los intelectuales de izquierdas se arrastraban por las alcantarillas o se ocultaban a la mirada crítica, avergonzados. Pero, reaccionaron con presteza, dándose cuenta de que para sobrevivir, los hechos tenían que ser de otro modo… Cuando lo real duele, se inventa lo ideal.
 
Ante este envite, no hay que acobardarse. Hay que responder con reflejos ante la mentira cursi y mentecata. Se trata, en fin, en lugar de quejarse y lloriquear, de no dejar pasar ni una. Pásalo.
 
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