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ASUNTOS EXTERIORES

Antisemitismo en Francia

El antisemitismo siempre está latente en Europa. El caso francés es particularmente esclarecedor. También es sintomático de lo que puede pasar en el resto del continente. Por una parte, Francia ha sido un país de acogida para los judíos. Pero fueron franceses los que contribuyeron decisivamente a inventar el antisemitismo moderno, a finales del siglo XIX.

La reacción que provocó el caso Dreyfus pareció disolver aquella insania. Su persistencia quedó demostrada durante la Ocupación, cuando fueron deportados y asesinados unos 170.000 judíos franceses. También esta ola se apaciguó y los judíos franceses volvieron a sentirse miembros de la nación. Francia acogió una parte importante de los judíos que salieron de Túnez, Argelia y Marruecos tras la descolonización de los años 50. De ahí procede una gran mayoría del algo más de medio millón de personas que componen hoy en día la comunidad judía francesa.
 
La intensa inmigración de origen magrebí en Francia no varió esta situación de integración. Durante muchos años, Francia fue un ejemplo de cómo un país occidental podía dar pie a la reconstrucción de una convivencia rota años antes, en esa misma nación, y también fuera, en los países de los que procedían los inmigrantes. Gracias a las instituciones de la República, los judíos que no habían podido resistir la presión de la ideología nacionalsocialista panárabe convivían en Francia con los musulmanes a quienes la aplicación de esa misma ideología condenaba a la pobreza.
 
Esta situación presentaba elementos de debilidad, como la difícil integración de la comunidad musulmana en Francia. Estalló a raíz de la “segunda intifada palestina”, en 2000, y se complicó con las consecuencias de 11 S, cuando Francia optó por una posición antiatlantista y antinorteamericana. Los actos de antisemitismo que habían empezado en el 2000 encontraron así un ambiente de relativa comprensión. Dejaron de ser entendidos como lo que son, actos criminales inaceptables de por sí, y además extremadamente peligrosos porque despiertan el miedo a la libertad que siempre está latente en la conciencia europea. A partir de ahí, fueron explicados en el marco del enfrentamiento palestino-israelí y en cierto modo justificados como una consecuencia poco menos que irremediable de un conflicto armado. Un ejemplo reciente es la sentencia que ha revocado la expulsión del liceo de dos muchachos musulmanes por ataques a otro estudiante judío: al final, quien ha tenido que dejar el liceo es el chico judío.
 
El razonamiento en el que se basa esta comprensión —mejor dicho, complicidad— es una falacia completa. En primer lugar, el conflicto entre Israel y Palestina no ha enfrentado hasta ahora a los israelíes y a los palestinos, sino a los israelíes y a grupos terroristas palestinos, entre ellos el encabezado por Yaser Arafat. Además, los actos de violencia antisemita en Francia, como en el resto de Europa, son estrictamente unilaterales, siempre protagonizados por los mismos elementos. Jamás ha mediado provocación ni agresión alguna por parte de los judíos. Eran actos gratuitos propiciados por el islamofascismo difundido por los imanes radicales y algunas cadenas de televisión árabe.
 
Pero la idea caló, como ha calado en España el mensaje de que el 11 M fue consecuencia de nuestro apoyo a la intervención en Irak. Así es como se ha llegado a la situación actual, que alcanzó su máxima gravedad en los últimos dos años. Sólo en los ocho primeros meses de 2002 se produjeron 647 actos de violencia antisemita. Muchos judíos empezaron a sentirse otra vez asediados, y el conjunto de la comunidad judía ha vuelto a revivir el recuerdo angustioso de la persecución. La tentación del repliegue se ha abierto paso otra vez.
 
El gobierno de Raffarin ha sabido reaccionar con una batería de medidas legislativas que han ido reduciendo notablemente los actos antisemitas. En lo que va de año, se han contabilizado “sólo” 180.  Sigue siendo una cifra inaceptable. Además, la virulencia de algunos de estos actos de violencia —la profanación con pintadas nazis de un cementerio judío en una localidad del Este de Francia, el acuchillamiento de un adolescente judío por un fanático al grito de “Alá es grande”— les otorga una gran fuerza simbólica. Pero en cualquier caso, el gobierno francés no parece dispuesto a tolerar otra vez la barbarie. Chirac incluso ha colocado en la cabeza de la lista de su partido para las elecciones europeas al presidente de la Liga Internacional contra el Racismo y el Antisemitismo. No estaría de más que el gobierno francés utilizara su influencia en medios árabes “moderados” para que también estos se implicaran en la condena del antisemitismo. Los progresistas europeos, tan multiculturalistas, también podían echar una mano.
 
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