Menú
COMER BIEN

Gastronomía: El yogur griego

Que el yogur tiene propiedades muy beneficiosas y, de hacer caso a los centenarios georgianos o armenios, casi milagrosas, era algo que todos, más o menos, ya sabíamos; pero lo que casi todos ignorábamos es que esas propiedades afectaban también al rendimiento atlético.

Sobre todo, según parece, el yogur griego. Uno no ha sido nunca demasiado receptivo a los mensajes publicitarios, de modo que eso de que el yogur griego sea 'el más bueno del mundo' -¿no sería más correcto decir 'el mejor'?- le deja frío; cosas de la publicidad, piensa. Pues, visto lo visto en Atenas, a lo mejor tiene que cambiar de opinión.

Yo he tomado ese yogur unas cuantas veces, y reconozco que está rico. La verdad es que a mí me ha gustado siempre el yogur, desde el que, en mi infancia, se vendía en las farmacias, como la manzanilla, el té e incluso hasta las aguas minerales, hasta los deliciosos yogures que saboreo cada vez que voy a los Estados Unidos, pasando, claro, por los más normalitos que compro en el supermercado de la esquina.

El yogur, esa alteración de la leche debida al Lactobacilus bulgaricus y su familia, ha sido señalado como 'culpable' de la longevidad de ciertos pueblos caucásicos; luego se ha visto que no era para tanto, pero... la fama ya estaba hecha, y no duden de que esa fama es mucho más 'famosa' que la derivada de las virtudes del yogur en lo tocante a la flora intestinal.

Ahora me temo que el consumo de yogur, sobre todo el griego, va a experimentar un notable aumento. A todas sus innegables o supuestas cualidades hay que añadir la influencia del yogur en la espectacular mejora de marcas atléticas. Porque estarán conmigo en que unas cuantas atletas del país anfitrión en los recién clausurados Juegos de la XXVIII Olimpiada han tenido unos resultados que sólo podía esperar quien estuviese al tanto de los efectos de la ingesta controlada -¿o descontrolada?- de 'yogur griego'.

Es hasta cierto punto normal que los deportistas que 'juegan' en casa tengan mejores resultados; están ante su público, que les anima muchísimo, compiten delante de la familia, de la novia o novio... Todo eso ayuda bastante, quizá un poco más en deportes de equipo que en competición individual.

Pero de ahí a aumentar, de repente, en medio metro tu marca de triple salto, o quedarte a centésimas de batir el récord del mundo de los 400 metros vallas, o ganar los 20 kilómetros marcha dando codazos a las demás participantes... hay un tramo. Y parece que ese tramo se debe al 'yogur griego'. Desde luego, lo ocurrido antes de los Juegos con los dos mejores atletas helenos no es como para inspirar confianza en el equipo anfitrión o en sus médicos.

Vaya, que algo huele mal, y no precisamente en Dinamarca. Claro que lo que no huele mal es el yogur griego, ahora sin comillas: está bueno. Como lo están muchas cosas de la comida griega; no olviden que es, con la turca y alguna más, la gran heredera de una de las cocinas más importantes que jamás han existido: la bizantina.

Pero... fue el propio Imperio quien acabó, en el siglo IV de nuestra Era, con los viejos Juegos, que llevaban disputándose desde el VIII antes de Cristo. O sea, que la comida bizantina no influyó en los campeones olímpicos de los viejos tiempos.

Pero parece que los salmonetes de Mikrolimanos, el palikaro, la musaka, los dolmases y, sobre todo, el yogur, son garantía de medallas de oro o plata en muy diversas y complicadas pruebas atléticas. Ya no basta con la dieta mediterránea: se trata de la dieta helénica.

Miren, en esto del atletismo uno nunca ha creído en los milagros. Sabe que una buena alimentación ayuda, pero... no define, no decide. No por mucho tomar yogur se llega a los ciento diez años ni, mucho menos, se deja la impresión de que uno no ha batido el récord del mundo porque no ha querido.

Conste que me encanta la cocina griega, sobre todo cuando la disfruto en su lugar de origen; en Grecia hay, además, unos aceites de oliva magníficos y, si se tiene la precaución de evitar cuidadosamente el vino con resina, incluso hay vinos muy potables, aunque los griegos se pasen la vida bebiendo agua.

Ahora bien, esa cocina nunca me ha dado alas para mejorar mis paupérrimas marcas atléticas; ni siquiera el yogur, por muy griego que sea. No sé; insistiré, aunque, por supuesto, no tengo la más mínima intención de, a estas alturas, disputar una final olímpica de cien metros lisos.
0
comentarios