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NACIONALISMO IDENTITARIO

La cárcel milenaria

A Pilar Rahola no le gustaría ser escocesa ni inglesa, "porque nos proyectamos en el mundo desde la identidad milenaria que heredamos, y renunciar a ello es renunciar a uno mismo" (La Vanguardia, 13/l/2012).


	A Pilar Rahola no le gustaría ser escocesa ni inglesa, "porque nos proyectamos en el mundo desde la identidad milenaria que heredamos, y renunciar a ello es renunciar a uno mismo" (La Vanguardia, 13/l/2012).

Confieso que no entiendo cómo una mujer culta, inteligente, capaz de ejercitar sus neuronas para hilvanar ideas, aunque éstas sean en muchísimos casos diametralmente opuestas a las mías, puede abjurar del imperio de la racionalidad y los valores para encerrarse, por su propia voluntad, en la cárcel milenaria de la identidad heredada. Identidad contaminada, como mucho (no todo) de lo que procede de hace milenios, por una fuerte carga de ignorancia, superstición, pulsiones guerreras y esos instintos de territorialidad que los científicos sitúan en el paleoencéfalo, heredado, él sí, de nuestros antepasados reptiles. Alguna vez me apropié, en este contexto, de una frase de Arcadi Espada:

Siempre pienso de mis antepasados en unos términos poco amables: los imagino muy cercanos a la animalidad, muy rudimentarios.

Falsa historia

Rahola critica a menudo, con razón, el comportamiento de los inmigrantes que se aferran a costumbres y legislaciones bárbaras, como la sharia, con el argumento de que forman parte de la identidad milenaria que han heredado, y descalifica esas rémoras contrastándolas con los valores de nuestra civilización, que trascienden fronteras, lenguas, creencias y etnias. Pero el encierro en la cárcel milenaria cuando ésta se levanta en nuestro entorno no es menos regresivo. Ya he citado, en relación con este fenómeno, una impecable reflexión de Fernando García de Cortázar (Los mitos de la historia de España, Planeta, 2003):

Sigue resultando desolador pensar que cuando por primera vez en siglos nos ha sido posible disfrutar de un sistema de libertades basado en la igualdad jurídica y en la ciudadanía es cuando más nos hemos volcado en la vindicación de lo primitivo, en la exaltación de un estado de naturaleza en el que se es lo que se es de nacimiento y para siempre, por pertenencia étnica y lingüística, por una especie de pureza ancestral siempre agraviada y sin embargo intacta, originada en un tiempo anterior a la historia. Sigue resultando desolador pensar que lo que los regionalistas y los nacionalistas se disponen a recuperar, muchas veces con la colaboración de una izquierda cegada por la versión franquista del pasado, es una rancia particularidad que los ilustrados del siglo XVIII, los liberales progresistas del XIX, los socialistas de Pablo Iglesias y los republicanos de Azaña quisieron enterrar en el sepulcro del Cid: la pureza de sangre, raza, lengua y territorio, la posibilidad de trazar fronteras entre españoles, de diferenciarnos según procedencia regional, de obligarnos a lealtades místicas, de inaugurar un régimen de servilismo, esta vez a supuestas identidades telúricas, cuando se han acabado otras servidumbres parecidas.

Los muros de la cárcel identitaria donde se complacen en morar los secesionistas están apuntalados por una falsa historia más rica en mitos que en hechos reales, con el añadido de que algunos de estos hechos reales (pogromos medievales, mercenarios almogávares encabezados por Roger de Flor, masacres de mallorquines autóctonos por las huestes de Jaime I, guerras civiles entre usurpadores de coronas y entre austracistas y borbonistas, desinhibido tráfico de esclavos, terrorismo anarquista, checas estalinistas e integrismo del Tercio del Requeté Catalán de Nuestra Señora de Montserrat, etcétera), sería mejor archivarlos en el baúl de las vergüenzas. Rahola también refuerza dichos muros con lo que ella define como "un recorrido en excelencia sorprendente" (LV, 21/4/2011):

Tenemos arquitectos de renombre internacional, pintores de primera categoría, médicos que inventan vacunas o reconstruyen caras o son pioneros en la lucha contra el cáncer, genios de la cocina que escalan los podios del mundo, deportistas de élite y hasta un club de fútbol que culmina el techo de los sueños.

Descarto, en esta enumeración, rayana en la megalomanía racista, todo lo referido al deporte, actividad que no podría serme más ajena y en la que además sobresalen, si no me equivoco, personas de los más diversos orígenes, movidas por la competitividad o la sed de lucro; y a los cocineros, arquitectos y pintores, algunos de los cuales son maestros del camelo. En cuanto a los médicos, sí, los hay admirables, enrolados en un campo, el científico, que suma esfuerzos, sin ceñirse a cárceles milenarias, identitarias, hereditarias o lingüísticas. Son, en verdad, la encarnación del cosmopolitismo, esa cualidad tan odiada por todos los totalitarismos y nacionalismos que han devastado el mundo y que no hay que confundir con su hijo bastardo, el multiculturalismo, trufado de ingredientes retrógrados.

El alma de un pueblo

La cárcel milenaria está ceñida, realmente, por los límites geográficos, únicos que los secesionistas, obsesionados por la territorialidad, toman como punto de referencia. Pueden expandirlos cuando son, además, irredentistas, o dejarlos estáticos, cuando no les queda otra alternativa. Pero esas fronteras, y el espacio que abarcan, o sea la cárcel milenaria, son sagrados. En mi libro Por amor a Cataluña. Con el nacionalismo en la picota (Flor del Viento, 2002) cito extensamente a Josep-Lluís Marfany, quien en su desmitificador ensayo La cultura del catalanisme (Empúries, 1995) reproduce y analiza textos reveladores de comienzos del siglo XX. Marfany comenta uno de ellos, firmado por Bonaventura Riera:

La patria catalana es "este trozo de tierra que la Naturaleza ha colocado bajo un mismo cielo y a orillas de un mismo mar, que hace hablar a sus hijos una misma lengua, que los hace vivir con las mismas costumbres y los hace trabajar con el mismo afán". Hay catalanes, pues –acota Marfany–, porque hay una tierra catalana, no al revés. "Somos catalanes –afirma Riera–, queramos o no". Hasta el punto que "si hoy fuese posible exterminar a todos los catalanes y poblar nuestra tierra con gentes de otros países, en un lapso más o menos remoto volvería a existir el pueblo catalán". No un pueblo catalán –subraya Marfany–, sino el pueblo catalán.

Si los catalanes, entonces, son una nación –deduce Marfany–, es porque viven en una tierra determinada que los ha hecho como son y diferentes de todas las otras naciones. La cuestión de cómo se opera esta acción de la tierra se resuelve en términos vagos e irracionales. Lo más habitual consiste en postular, simplemente, la nación como una emanación directa o por intermedio de un espíritu o alma nacional que en realidad no se puede distinguir de la misma nación, como en la conocida fórmula maragalliana: "El alma de un pueblo es el alma universal que brota a través de un suelo".

Esoterismos telúricos

El culto a la tierra, y a las montañas y los bosques sagrados, está estrechamente asociado a la cárcel milenaria, plagada de ancestrales esoterismos telúricos. Nicholas Goodrick-Clarke describió en Les racines occultistes du nazisme (Pardès, 1989) cómo Guido von List, uno de los padres del racismo ario, celebraba en los años 1870 "el carácter indígena del paisaje. Veneraba los Alpes y el Danubio por su identidad nacional: los ríos, los campos y las colinas representaban para él las figuras de la mitología y el folklore germanos". El sociólogo argentino Juan José Sebreli exploró igualmente en El asedio a la modernidad (Ariel, 1992) el nostálgico retorno a la naturaleza de los precursores del nazismo:

En 1896 surgió el movimiento juvenil Wandervogel (Pájaros errantes), formado por jóvenes berlineses que se iban a los bosques para protestar contra la vida tediosa de la ciudad, de la familia y el colegio, con muchos rasgos similares a los hippies, y que constituyeron el semillero de donde saldrían las juventudes hitlerianas (...) En Ernst Jünger también la montaña juega un papel primordial: en sus cimas se mueven personajes que ejercen poder y hay monasterios donde moran sabios.

La montaña desempeña un papel primordial en el imaginario de la cárcel identitaria catalana, forjada hace mil años, a la que los secesionistas dicen no poder renunciar sin renunciar a sí mismos. Jordi Pujol, que se mueve por esa cárcel como pez en el agua, escaló a los 69 años el Aneto, que no está en Cataluña sino en el Pirineo aragonés, con un objetivo político muy claro. Lluís Foix, a quien nadie atribuiría proclividades lerrouxistas, lo contó así (LV, 24/8/1999):

Los entusiastas de Pujol estarán satisfechos. Se ha subido al pico más alto del Pirineo, se ha comunicado con el móvil con su viejo amigo Joan Raventós para comunicarle que con fecha del lunes había firmado la disolución del Parlament (...) La excursión, con la llamada a Raventós una vez superado el paso de Mahoma, [Xavier] Trías anunciando con gozo al mundo que el president había coronado la cima a las once de la mañana, tienen un cierto aire surrealista, cómico incluso, caricaturesco.

(...)

El objetivo no era subirse a la Pica d'Estats, a la que Mosén Cinto escaló con sotana y cartera de mano, el símbolo más emblemático de la Cataluña pirenaica, el más alto del país. Esta hazaña ya la ha perpetrado en agostos anteriores acampando en las estribaciones altas de Vall Farrera.

La bomba de relojería

De una de las muchas expediciones de Pujol a la Pica d'Estats, llena de contenido reverencial, se conserva una minuciosa crónica escrita por el médico y alpinista catalán Josep A. Pujante, que había escalado el Everest (LV, 11/8/94):

A las 10, tras cuatro horas de ascensión ininterrumpida, coronamos la cumbre, de 3.143 metros (...) Felices, nos reunimos todos en torno a la cruz nueva (la anterior había sido destrozada por unos desaprensivos hace unos meses) y mosén Zayas se dispuso a celebrar la misa (...) Antes de la ceremonia litúrgica, el presidente de la Generalitat improvisó un emotivo parlamento sobre el significado que tenía aquel encuentro en la cumbre tan esperada, resaltando los valores del espíritu excursionista, en Cataluña tan vinculado a la cultura, al sentimiento de amor al país y a la tradición cristiana.

Lo cual recuerda lo que dijo Joan Bardina en una conferencia que cita Marfany:

Explicó la influencia del relieve del terreno sobre la raza, observando que las planicies, con horizontes ilimitados y sin altos ni bajos, producen pueblos idealistas y soñadores, enemigos del detalle y débiles ante las dificultades. Las montañas concentran el espíritu, les hacen mirar la tierra para ver los obstáculos; fomentan la actividad, vigorizan el amor al terruño, producen cuerpos fuertes y sanguíneos y civilizaciones avanzadas.

Para mayor infortunio de quienes viven apegados a los muros que encierran sus identidades milenarias, las pulsiones telúricas no sólo son hereditarias, también contagiosas, y quienes las propalan corren el serio riesgo de que, dentro de su cárcel, afloren metástasis que reproduzcan el mismo fenómeno que desgarra dicha cárcel de su entorno, y que cada celda reivindique su propia identidad, su propia herencia milenaria, su propia pulsión telúrica, su propia mística. En síntesis, cada nacionalismo secesionista puede incubar sus propios nacionalismos interiores encaminados, con los mismos argumentos irracionales, a su propia secesión.

Leo (LV, 31/1/2010) que la antropóloga Montserrat Boquera ha publicado dos libros sobre la nueva identidad de las Tierras del Ebro, en los que expresa la certeza de que "la conciencia de ser zona marginada y deprimida es uno de los factores que ayudan a construir la identidad ebrenca: están lejos del poder, en este caso Barcelona, y no sólo se trata de una distancia física, sino también social y política". El factor clave de la identificación identitaria (sic) ha sido "la revalorización intensa, profunda y sentimental del río Ebro, donde se han mezclado argumentos racionales y científicos con valores absolutamente simbólicos y emocionales". ¡La identidad ebrenca!

Agreguemos a esto que el Coselh Generau (sic) d'Aran aprobó por unanimidad, en febrero del 2005, un documento que afirma: "El Arán es un país con unos derechos históricos similares o equiparables a los de los territorios forales y que hoy quiere seguir manteniendo el derecho a decidir sobre su destino". Ojo: el Valle de Arán tiene 6.000 habitantes.

La conclusión es obvia: el tic tac de la bomba de relojería secesionista amenaza fragmentar no sólo España sino las comarcas que una minoría fanática pretende amputar de España.

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