Menú
CIVILIZACIÓN

La guerra del islamismo contra la mujer

El pasado 17 de diciembre el rey Abdulá de Arabia Saudí perdonó a "la chica de Qatif", que había sido condenada a 200 latigazos y seis meses de cárcel luego de presentar una denuncia por violación contra ocho varones. Dos semanas antes, el presidente de Sudán concedía una medida de gracia similar a Gillian Gibbons, la maestra británica condenada por difamar al islam porque sus alumnos –de 7 años– habían llamado Mahoma a un osito de peluche. Gibbons había sido condenada a prisión, pero en las manifestaciones orquestadas por el Gobierno se pedía para ella a voz en grito la pena de muerte.

El pasado 17 de diciembre el rey Abdulá de Arabia Saudí perdonó a "la chica de Qatif", que había sido condenada a 200 latigazos y seis meses de cárcel luego de presentar una denuncia por violación contra ocho varones. Dos semanas antes, el presidente de Sudán concedía una medida de gracia similar a Gillian Gibbons, la maestra británica condenada por difamar al islam porque sus alumnos –de 7 años– habían llamado Mahoma a un osito de peluche. Gibbons había sido condenada a prisión, pero en las manifestaciones orquestadas por el Gobierno se pedía para ella a voz en grito la pena de muerte.
En enero de 2007, Nazanin Fatehi abandonó el presidio iraní en que estaba encerrada luego de que fuera revocada la sentencia de muerte que pesaba sobre ella. Nazanin había sido condenada por asesinato porque había apuñalado a un individuo que, junto con otros dos, intentó violarla, así como a su sobrina, en un parque. Si Nazanin hubiera denunciado a los violadores, podría haber sido flagelada o lapidada por mantener relaciones extramatrimoniales.
 
La generosidad de que han sido beneficiarias Nazanin, Gillian y "la chica de Qatif" fue saludada con satisfacción, como no podía ser de otra forma, y no es casual que, antes, sus casos provocaran sonadas protestas internacionales. Sin embargo, para muchísimas mujeres musulmanas la liberación nunca llega.
 
Ninguna protesta internacional salvó a Aqsa Parvez, una adolescente de Toronto cuyo padre fue acusado el pasado 11 de diciembre de estrangularla hasta la muerte por negarse a llevar el hiyab. "Lo único que quería era parecerse a las demás –declaró una de sus amigas al National Post–, y supongo que su padre tenía problemas con eso".
 
Nadie concedió indulto alguno a Banaz Mahmod, una joven kurda de 20 años que vivía en el Reino Unido y a la que su padre y su tío dieron muerte por renunciar a un matrimonio concertado y abusivo y enamorarse de un hombre que no procedía de la aldea familiar, allá en el Kurdistán. Tras estrangularla con unos cordones, los asesinos de Banaz metieron su cuerpo en una maleta y lo enterraron en un jardín. En los últimos años se han confirmado 25 "crímenes de honor" en el Reino Unido, pero se sospecha que la cifra sea mucho más elevada.
 
No ha habido una sola protesta por las mujeres que han sido amenazadas o asesinadas en Basora por vestir a la manera occidental. De acuerdo con la Policía local, en 2007 los islamistas asesinaron a más de 40 mujeres en la ciudad. Los cadáveres suelen aparecer en vertederos con notas en las que se acusa a las víctimas de tener un comportamiento "antiislámico".
 
Para una mente occidental, la subyugación de la mujer por parte de musulmanes fanáticos, así como la a veces patológica obsesión del islamismo con la sexualidad femenina, resulta increíble. Pero hay que creerlo, porque es el pan nuestro de cada día:
 
En mayo del año pasado, el rector de la célebre universidad cairota de Al Azhar describió ante las cámaras de la televisión cómo debían golpear los hombres a sus esposas. "Bueno, no se trata de golpear –declaraba el jeque Ahmad al Tayyeb ante las cámaras de la televisión egipcia–, sino de darles algún puñetazo".
 
En 2002, un consejo tribal paquistaní ordenó la violación colectiva de una mujer como castigo a la presunta relación que un hermano de ésta había mantenido con una mujer de otra tribu.
 
El mismo año, en Teherán, un hombre decapitó a su hija de 7 años porque sospechaba que había sido violada. El asesino declaró haber actuado así para "defender" su "honor" y "dignidad".
 
También en 2002, la policía islámica que opera en Arabia Saudí impidió que unas niñas abandonaran su escuela en llamas porque no llevaban puestas las preceptivas pañoletas y abayas. Quince de ellas perdieron la vida en el incendio.
 
En 2000, en San Francisco, una joven musulmana fue abatida a tiros después de que mostrara su cabello y se pusiera maquillaje para asistir como dama de honor a la boda de una amiga.
 
Cuando se hicieron con el poder en Afganistán (1996), los talibanes dieron gran preeminencia a la represión de la mujer. Así, evacuaron un decreto por el que se las prohibía salir de casa, lo cual provocó –aparte de un parón brutal de la alfabetización y la inserción laboral femeninas– que colapsaran los servicios sanitarios y educativos del país. "El 40% de los médicos, la mitad de los funcionarios y siete de cada diez profesores eran mujeres", anotaba Lawrence Wright en The Looming Tower, una historia de Al Qaeda que le hizo merecedor del Premio Pulitzer. Y añadía: "Bajo los talibanes, muchas de ellas acabarían convertidas en mendigos".
 
La misoginia rampante de que estamos dando cuenta no sólo afecta a las mujeres. Pensemos, por ejemplo, en Mohamed Halim, un profesor afgano de 46 años al que su propia familia secuestró y asesinó con saña –fue eviscerado y desmembrado– en 2006 por desafiar las órdenes que impedían educar a las niñas.
 
Los ejemplos que he brindado en este artículo no son sino la punta de un iceberg que sólo podrá ser destruido cuando los musulmanes se pongan a ello. En cuanto a los demás, tenemos la obligación de alzar la voz. Fue necesario que el mundo entero gritara enfurecido para que se salvaran "la chica de Qatif" y Nazanin, pero hay incontables mujeres que están como estaban ellas, y nuestro silencio puede condenarlas.
 
 
JEFF JACOBY, columnista del Boston Globe.
0
comentarios