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LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS Y EL VOTO

Los experimentos, con gaseosa

El chiste de más solera del repertorio conservador es aquel que sostiene que las tres afirmaciones menos verosímiles en lengua inglesa son: "El cheque está en el correo", "Pues claro que te respetaré igual mañana por la mañana" y "Soy del Gobierno y estoy aquí para ayudarte". Lo cual nos lleva a la primorosamente denominada Help America Vote Act (Ley Ayuda a América a Votar).

El chiste de más solera del repertorio conservador es aquel que sostiene que las tres afirmaciones menos verosímiles en lengua inglesa son: "El cheque está en el correo", "Pues claro que te respetaré igual mañana por la mañana" y "Soy del Gobierno y estoy aquí para ayudarte". Lo cual nos lleva a la primorosamente denominada Help America Vote Act (Ley Ayuda a América a Votar).
Tras lo de Irak y lo de Nueva Orleans, el Gobierno federal se dispone ahora a poner remedio a los males registrados en el proceso de votación. Así que puede pasar que, tras el 7 de noviembre, pasen los días, incluso las semanas, y no sepamos qué partido controlará la Cámara de Representantes, o el Senado. Si finalmente cae la breva, puede que uno de los culpables sea la HAVA, ese paradigma de ayuda federal alumbrado en 2002.
 
Antes de que el Congreso aprobara la HAVA, y por más de dos siglos, los americanos votaban. Se lo juro. Y, frente a lo que pasa ahora, aquellos que salían elegidos –Clay, Webster, Lincoln y otros con menos renombre– frecuentemente eran más complejos y sofisticados que la maquinaria electoral.
 
Sirviéndose de lápices para hacer marcas sobre el papel, y más tarde de máquinas que perforaban las papeletas electorales, los votantes –sin ayuda federal, ¡imagínense!– conseguían que los congresistas y presidentes llegaran y se marcharan. Los comicios corrían por cuenta de los estados, y claro, algunos los controlaban mejor que otros. Unas papeletas estaban mejor diseñadas que otras, igual que las máquinas de votación. La mayoría fueron adecuadas. En lo relacionado con las prácticas electorales americanas, los errores más graves fueron las leyes que establecían o consentían discriminaciones y otros abusos de igual calibre. Dichas leyes fueron tardía pero vigorosamente sustituidas por otras, y se puso freno a los otros abusos.
 
Después vino el año 2000 y la Florida, y el cafarnaum montado por los abogados durante 36 días en torno a esa victoria por 537 votos de George Bush. Así las cosas, el Congreso aprobó la HAVA, que en 2006 podría dar lugar a una puesta al día del prudente axioma que dice que lo mejor es enemigo de lo bueno.
 
¿Qué lección debería haberse extraído de lo ocurrido en la Florida? Pues que en la Florida, como en la vida misma, debe perseguirse la precisión hasta donde sea razonable hacerlo, no más. Cuando se da el rarísimo caso de que un electorado muy numeroso, como el que conformaban en el año 2000 los 6,1 millones de votantes de dicho estado, se divide en dos partes prácticamente iguales, los errores y confusiones que indefectiblemente se producirán durante el marcado de los millones de papeletas serán mucho más numerosos, mucho más grandes que la diferencia entre el candidato ganador y el perdedor. Desde luego, se trata de algo desafortunado, pero actuando así no se comete ninguna gran injusticia, con independencia de quién sea declarado vencedor en una competición tan reñida.
 
Lamentablemente, la lección que la nación decidió extraer de los comicios floridanos fue que el genio tecnológico americano podría prevenir tan infrecuentes acontecimientos en el futuro, y que no se debía reparar en gastos para conseguirlo. De ahí la HAVA, que puso en manos de los estados 3.800 millones para que adquirieran los más modernos equipos electorales.
 
Según Election Data Services, el 38% de los electores utilizará el próximo 7 de noviembre unas pantallas sensibles al tacto para grabar su voto. A diferencia de los escáneres ópticos, que leen las marcas dejadas sobre las papeletas, la mayoría de las mencionadas pantallas (incluidas las que, al decir del New York Times, se instalarán en aproximadamente la mitad de los 45 distritos más disputados para hacerse con una banca en la Cámara de Representantes) no emiten recibos susceptibles de ser conservados por si, a la hora de verificar los resultados, se hace necesario un recuento de los votos.
 
El sistema de la pantallita sensible de Maryland, que costó 106 millones de dólares, no resistió el alud de errores mecánicos y humanos en las primarias del mes pasado. Ya se han presentado demandas en cinco estados para que se bloquee el empleo de las máquinas sensibles al tacto.
 
El clima político que se respira –hiperpartidismo trufado de paranoia y explotado por nuestros sobreabundantes abogados– no invita, precisamente, a introducir nuevas tecnologías en este asunto, tecnologías que, por lo demás, quedarían en manos de los miembros de la mesas electorales, entre los que abundan los jubilados, para quienes programar un DVD ya suele representar un desafío de primer orden.
 
Por otra parte, y después de todo, una elección es un programa de gobierno, y los lectores del Génesis saben que el conocimiento de nuevo cuño suele traer consigo una porción de problemas. Así que no deberíamos sorprendernos si el 7 de noviembre la nueva maquinaria tiene lo que han tenido las nuevas tecnologías (los diques, los puentes, los barcos de vapor, los aviones...) desde que el mundo es mundo: problemas de funcionamiento.
 
En su desproporcionada búsqueda de un arbitraje libre de errores, el fútbol americano depende hoy del vídeo, de la repetición de las jugadas. Bueno. Pero es que puede permitírselo. El vídeo, en ese caso, sí reduce los errores humanos. Pero también reduce los partidos a la coagulación, mientras los jugadores aguardan el dictamen de unos árbitros que esperan lograr un grado de precisión verdaderamente más apropiado para la cirugía que para un deporte en el que se miden tipos de envergaduras asombrosas con unas protecciones más asombrosas aún; estamos hablando, pues, y que no nos engañen los rituales cuasijudiciales que rodean a las repeticiones de las jugadas polémicas, de un juego.
 
La democracia, en cambio, no es un juego. Pero tampoco es una actividad en la que se pueda exigir una precisión que vaya más allá de lo que razonablemente puede esperarse de una jornada electoral como la del 7 de noviembre, en la que 100 millones de personas darán cuenta de miles de millones de elecciones políticas.
 
 
© 2006, Washington Post Writers Group.
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