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PRESENTE Y PASADO

Retos y respuestas

La teoría de Toynbee sobre las respuestas de las sociedades a los retos que la vida les plantea tiene interés, a mi juicio, para enfocar globalmente diversas situaciones históricas.

La teoría de Toynbee sobre las respuestas de las sociedades a los retos que la vida les plantea tiene interés, a mi juicio, para enfocar globalmente diversas situaciones históricas.
Así, por ejemplo, en la década de los 30 el gran reto para la sociedad española consistió en un proceso revolucionario in crescendo desde el mismo año de 1930, acompañado de tendencias disgregadoras de la nación. Este proceso cortó la evolución modernizadora procedente de la Restauración y de la dictadura de Primo de Rivera, sustituyéndola por bruscos movimientos epilépticos de corte utópico, dividió drásticamente a la población, derrumbó la legalidad republicana, en principio democrática, y desembocó en una guerra civil buscada a propósito.
 
Gran parte de la sociedad española, sometida a una presión intensísima, reaccionó al desafío y terminó aplastando aquel proceso revolucionario. Este esquema encuadra perfectamente las muy variadas acciones y reacciones políticas de aquellos años.
 
Hay otros enfoques, en particular el de que los revolucionarios representaban la democracia, la modernidad y la libertad, una pretensión sencillamente absurda. Por consiguiente, Franco derrotó a la revolución y no a la democracia, y debemos insistir machaconamente en este punto de vista, porque lo justifican todas las observaciones históricas solventes y porque la perspectiva con que observamos el pasado, y el presente e incluso el porvenir, depende en gran medida de la claridad sobre el pasado. La reacción franquista fue la única capaz de quebrar por entonces el impulso revolucionario, como admitieron Besteiro, Marañón y tantos más, y carece de sentido hablar de otras alternativas, cuando visiblemente no existían.
 
Superado el reto revolucionario, en los años 40 se presenta otro de no menor peligro: la guerra mundial. Si España entrara en ella, probablemente quedaría arruinada, con dos salidas posibles: una contribución decisiva a una victoria alemana, factible en 1940-41, pero a un alto coste y reduciendo el país a la posición de satélite del Reich, o una victoria final de los Aliados, que se habría doblado en una nueva guerra civil (lo cual no estuvo lejos de suceder, pese a la neutralidad hispana). Como sabemos, España no entró en la contienda, lo cual ayudó a la derrota del Eje y libró al país de nuevas destrucciones, así como de una repetición de la contienda civil. Puede decirse que la respuesta al gravísimo reto no pudo ser más afortunada para los intereses españoles en particular y para los europeos en general.
 
El franquismo consistió en un intento de superación de la democracia liberal, que, según parecía, abocaba a una revolución comunista, al menos en España. Durante su larga existencia, el régimen afrontó con éxito la hostilidad de innumerables enemigos y cosechó numerosos éxitos económicos y políticos. Mas, paradójicamente, sus mismos éxitos iban agotando las posibilidades de la dictadura, a la que integraban, social y económicamente, en el conjunto de la Europa occidental. De modo que, al morir Franco sin sucesor dictatorial posible, se presentó al país un nuevo reto de gran alcance: la evolución a una democracia más o menos liberal sin repetir los errores rupturistas que llevaron en 1930-31 a la liquidación de la Monarquía y a una república convulsa. Y nuevamente el reto fue superado, si no con brillantez, de forma bastante aceptable.
 
Treinta años después, a España se le presenta un nuevo desafío, bastante extraño, porque, si hemos de seguir las agudas impresiones de Gabriel Albiac, procede de una caterva de idiotas, "más de lo que todo estoicismo podría hacer tolerable" (Contra los políticos). No por ello menos peligroso, pues esa banda de idiotas está jugando con la convivencia en libertad construida desde la Transición y tensando todas las cuerdas en nombre de una visión falsa y necia del pasado. Lo demuestra, entre tantas cosas, su "ley de memoria histórica", que de ningún modo es un dato marginal, sino un autorretrato y un designio estratégico: identifica a sus autores con la cheka y el terrorismo, y socava la legitimidad de la Monarquía, de la Constitución y de la democracia, heredadas todas ellas, mejor o peor, del franquismo, y por esa razón ilegítimas… según la pandilla de orates.
 
Tal es el desafío, real y muy arriesgado, por más que absurdo, con que se enfrenta la sociedad hoy. Desafío acrecentado en su peligrosidad por un PP sin raíces y que ni remotamente está a la altura de él.
 
 
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