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SITUACIÓN DE LA IZQUIERDA

Y en esto llegó Simancas

Sostenía Trotsky que cuando el socialismo se hubiera consolidado plenamente “el hombre medio llegaría a igualarse a un Aristóteles, a un Goethe o a un Marx. Y, por encima de esas cumbres, se alzarían picos aún mayores”. Por desgracia para él, el único pico que se alzó fue el que guardaba en su maletín de viaje el comunista catalán Ramón Mercader.

Lamentablemente, aquel piolet incapacitó al fundador del Ejército Rojo para predecir cómo serían las montañas que emergerían súbitamente de, por ejemplo, la meseta castellana tras, también por ejemplo, trece años de socialismo. Sin duda, debió ser ese objeto el causante de que Trotsky no pudiera anunciar que sólo en ese tiempo el PSOE madrileño sería capaz de producir desde de la nada a todo un Rafael Simancas. El caso es que ni Trotsky ni nadie lo había predicho, pero por algo la sabiduría popular sentencia desde hace siglos que “donde menos se espera, salta la liebre”.
 
Y es que, desde aquella tarde en la que Alfonso Guerra anunciara a los descamisados que las empresas de Rumasa iban a ser “p´al pueblo”, ha habido que esperar a la aparición de este Rafael Simancas para volver a escuchar otra vez por la megafonía de la FSM la buena nueva del “gratis total”, aunque ahora sólo sea para regalar al pueblo un billete de autobús. Dice Simancas que, en caso de ser presidente, los billetes del pueblo los pagarán los ricachones que cometan la imprudencia de morirse en Madrid durante su mandato, y que lo harán a través del dinero que le entreguen a él en concepto de impuesto de sucesiones. Sí, cree Rafael que “el impuesto de los tontos” –así lo llaman en su Alemania natal todos, incluidos los socialdemócratas– lo pagan los ricos. Nadie le debe haber explicado al bueno de Simancas que, para los ricos, es tan fácil eludir ese impuesto como para cualquiera colarse en el Metro a la salida de un partido del Madrid. Para lograrlo les basta  pasar por un notario, crear una sociedad anónima, transferirle su patrimonio personal y convertir en accionistas a sus hijos. Porque no sabe Simancas que ese tributo, fundamentalmente, lo pagan las viudas de Vallecas que – como él– lo ignoran todo sobre el derecho mercantil y la ingeniería financiera. Lo soportan ellas, que sólo saben que compartían en régimen de gananciales la propiedad de las viviendas familiares con sus esposos difuntos y que tienen que pedir un crédito para compensar al Estado por la pérdida de sus consortes. Son esas señoras de luto riguroso las que sobrepasan el mínimo exento de los sesenta mil euros, sin presidir al tiempo consejos de administración de sociedades patrimoniales. Esas antiguas dueñas de aquella Rumasa que fue para el pueblo son las únicas que están llamadas a pagar el afán redistribuidor del candidato cuando hagan cola para subir al autobús. Son muchas las llamada y todas las elegidas para pagarle el ticket a Simancas. Porque este admirador del hermano de Juan Guerra ya ha anunciado formalmente que presentaría su dimisión si, una vez elegido, le impidieran colar su proyecto en los andenes del Metro y las paradas de la EMT.
 
Trotsky se equivocó. Pensaba que la idea alumbraría un nuevo Goethe pero nunca sospechó que era Rafa el que estaba por llegar. La dimensión del error podría no ser baladí, porque algunos piensan que no es lo mismo. Hasta Fernández, el candidato de Izquierda Unida, ha intuido de inmediato que no es exactamente lo mismo, por eso ha saltado en marcha del bus de su aliado. Y no sería lo mismo porque, entre otras diferencias menores, al teutón no le  resultó incompatible crear el Fausto y, simultáneamente, dejar por escrito para la posteridad que “la contabilidad por partida doble es uno de los más admirables descubrimientos de la mente humana”. Ocurre que, el que muchos consideran como el mayor talento que haya producido la Humanidad, no despreciaba por vil y plebeyo el cálculo económico, como sí parece sucederle al acompañante de Ruth Porta en las papeletas electorales de la FSM. Tampoco creía Goethe que el progreso fuese algo “gratis total”, y ésa es la otra línea de bifurcación que separa su pensamiento y su obra del simanquismo teórico. Porque, llegados a este punto, el hombre nuevo con el que nunca soñara Trotsky se distancia de los clásicos sin por ello acercarse a los contemporáneos. Pensaban los antiguos que el progreso material es hijo del esfuerzo, la inventiva individual, los estímulos para el trabajo, las virtudes del laissez faire y los valores morales. Barruntan más de la mitad de los contemporáneos que el progreso, esa óptima novedad que se incorporó a la Historia a partir del siglo XIX, es un proceso automático, algo que se produce por generación espontánea, y que nada tiene que ver con el modelo económico y político que se empezó a implantar en Occidente hace doscientos años. Pero todos, antiguos y modernos, viven en el error si hemos de creer al candidato progresista. Porque ambas líneas de interpretación son refutadas por Simancas en la página 67 de su programa electoral. Allí revela su doctrina sobre tan controvertida cuestión, y sentencia sin ambages que en los pasillos y oficinas del Instituto Madrileño de Desarrollo (IMADE) se esconde la piedra filosofal que cerrará para siempre el secular debate. Anuncia en ese folio Rafael que el tal Instituto, bajo su presidencia, se convertirá nada menos que “en el principal agente del desarrollo económico de la región de Madrid”. Es decir, ni emprendedores, ni sociedad civil, ni déficit cero, ni multinacionales, ni pymes, ni Marx, ni Adam Smith, ni Hayek, ni Shumpeter. El secreto del progreso resulta que lo esconde el IMADE ese. Y seguro que también nos lo entregará de balde, “gratis total”.
 
De todos modos, a pesar de tantos desencuentros, algo tienen en común tanto el autor de Las desventuras del joven Werther  como el no menos desventurado Rafael Simancas. El primero empujó al suicidio a demasiados de sus lectores, y el segundo, que ya ha provocado el óbito civil del joven Pepiño Blanco, está en inmejorables condiciones de forzar el próximo domingo la definitiva extinción política de todos los que lo auparon al número uno de la lista “de progreso”.
 
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