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LOS RIESGOS DE LA MAGIA

Harry Potter y la fe cristiana

Ya ha llegado la navidad comercial, que poco tiene que ver con la Navidad litúrgica. Y, como viene siendo habitual en los últimos años, el cine viene lleno de alusiones navideñas, cada vez más trufadas de lo mágico, lo onírico y lo fantástico. Y Harry Potter ha abierto una vez más la temporada.

Ya ha llegado la navidad comercial, que poco tiene que ver con la Navidad litúrgica. Y, como viene siendo habitual en los últimos años, el cine viene lleno de alusiones navideñas, cada vez más trufadas de lo mágico, lo onírico y lo fantástico. Y Harry Potter ha abierto una vez más la temporada.
Harry Potter con su túnica de gala

Harry Potter ha regresado con su cuarta entrega, dirigida por Mike Newell. Y vuelve a plantearse la eterna controversia: ¿Es Harry Potter contrario a la fe cristiana? Ya se sabe que el 7 de marzo de 2003, el entonces Cardenal Ratzinger le remitió una carta a la crítica literaria Gabrielle Kuby, en la que le decía: “Es bueno que usted ilumine a las personas acerca de Harry Potter, ya que este tipo de seducciones pasan sin advertencia y por lo tanto distorsionan el cristianismo en el corazón de los niños antes de que la fe pueda crecer de forma apropiada”.

En línea diversa hablaron en su día varios de los autores del documento Jesucristo, portador de agua viva. Una reflexión cristiana sobre la New Age que editaron dos Consejos Pontificios. Uno de ellos, el sacerdote Peter Fleetwood, precisó que “una cosa es la brujería y otra la fantasía. Todos hemos crecido en un mundo de magos y de hadas que no es anticristiano, sino que ayuda a los niños a entender el conflicto entre el bien y el mal”. Justo lo contrario de lo que afirma Ratzinger en otra carta a la citada escritora: “Que los niños pierden el espíritu de discernimiento entre el bien y el mal y que no tendrán la fortaleza y conocimiento necesarios para comprender las tentaciones del mal”. Según Teresa Osorio, coautora del texto sobre la New Age, “las condenas a los libros de Rowling o Tolkien vienen de fundamentalistas protestantes americanos. Pero cuando un niño vive en un ambiente sano, estas obras no plantean problema alguno”.

¿Quién tiene razón? No se trata de ofrecer respuestas dogmáticas a una cuestión tan abierta y opinable como unos libros infantiles y sus versiones cinematográficas, y mucho menos oponer la opinión de autoridades como la del entonces Cardenal Ratzinger, hoy Papa, con la de otras personas respetables, como el P. Fleetwood y demás. Pero podemos afirmar que quizá ambos tengan razón, desde distintos puntos de vista.

Portada en inglés del cuarto libro de la serie de Harry PotterSi nos fijamos en Harry Potter desde el punto de vista de la construcción de personajes, nos encontramos con héroes de los de toda la vida, y en ese sentido educativos. Harry tiene una meta buena, se topa con obstáculos y seducciones del mal, pero ayudado de sus amigos, consigue la victoria. Una victoria que siempre es mitad alcanzada, mitad dada, como si hubiera una fuerza del Bien que tiende a proteger a Harry en los lances más difíciles (este es el mismo esquema de El Señor de los Anillos o La guerra de las Galaxias). En este primer nivel, los personajes protagonistas de la saga son chicos llenos de buenos sentimientos, con un fuerte sentido de la amistad, del deber y de la obediencia, sin que eso signifique que no hagan de las suyas, como corresponde a cualquier chaval de su edad.

Las críticas de Ratzinger se refieren más bien al contexto de la magia, un contexto ciertamente ambiguo, ya que no hace alusión a la trascendencia. De hecho, en la vida real, las diferencias que se establecen entre magia “blanca” y magia “negra”, tienen que ver con la vinculación de la segunda a las “fuerzas del mal” en un sentido teológico indudablemente cristiano. En Harry Potter esta magia pertenece a un mundo sin “Señor”, y es una magia que ciertamente puede orientarse al bien o al mal, pero sin que se sepa quién define esa maldad o bondad. Por otra parte, ese mundo mágico, en un contexto cultural tan distinto del de Tolkien o C.S. Lewis, por ejemplo, puede crear en el niño una ilusión evasiva a un “mundo paralelo” que nada tiene que ver con las categorías de una fe razonable y adulta. Ni siquiera los milagros de los que habla la Iglesia tienen nada de “mágico” en el sentido harrypotteriano.

Enunciadas estas dos perspectivas, coincido también con la segunda parte del juicio de la Doctora Osorio: un niño que vive en su casa y entre sus amigos y en la escuela un ambiente sincera y explícitamente cristiano, no tiene porque ver en Harry Potter más que una trepidante y amable historia de héroes y aventuras. Pero en fin, ya ven que la cosa no está definitivamente clara.
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