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VÍCTIMAS Y VICTIMARIOS

La equidistancia como problema moral

Cada vez estamos más imbuidos de la equidistancia política, fruto del relativismo moral. ¿Hay la misma distancia de un terrorista a una víctima que de una víctima a un terrorista? La distancia del terrorista a la víctima es la del desprecio a la dignidad de la persona y la de un nihilismo ensordecedor. La distancia de la víctima al terrorista es la de la dignidad de quien ha sufrido los efectos de la violencia perversa y permanece en la historia como testigo de la libertad. Por ésta y otras razones, una sociedad y unos responsables políticos que inviten a la equidistancia sistemática se pierden en el desierto moral.

El perdón cristiano tiene su contexto y sus referentes, y el primero de ellos es la concepción de la persona. Ahora, el Gobierno parece estar más cerca de quienes han apretado el gatillo, de quienes lo han legitimado o no lo han condenado, que de quienes están sufriendo la violencia terrorista. Si así fuera, la sociedad se polariza en la piel de sus concepciones morales. Las caducas categorías de derecha e izquierda están haciendo su agosto transformándose en los unos y los otros, los revisionistas y los fundamentalistas, los que han ganado y los que han perdido. La más pura confrontación de contrarios en España no es entre los partidos políticos, es entre categorías morales.
 
Fernando Savater dijo una vez –de lo poco que ha afirmado con coherencia– que la antropología de los terroristas es "demencial". La clarificación de la respuesta al terrorismo es una batalla con las ideas morales. El teólogo Javier Prades nos ha recordado recientemente que el hombre ha desaparecido como sujeto, su única tarea residual es el problematicismo crítico. Heidegger preconizó la superación de la subjetividad como constitutiva del hombre, cediendo a estructuras suprapersonales más poderosas que él: el destino histórico, el ser. El sujeto histórico se disuelve en el superpoder tecnocrático. El único actor posible del cambio social es la clase y no el individuo, siempre desde la praxis revolucionaria. Ésta es la radiografía del terrorista.
 
En una reciente conferencia de la Semana Social Ricardo Alberdi, el obispo de San Sebastián, monseñor Juan María Uriarte, delineaba la hoja de ruta de la Iglesia en el País Vasco ante la tregua de ETA. De entre sus afirmaciones podemos recordar las que siguen:
 
"Víctimas son, en nuestro contexto actual, aquellos seres humanos que han tenido la experiencia personal o familiar de un sufrimiento hondo, grave, irreversible, provocado por la violencia desatada en la confrontación destructiva que hemos venido padeciendo con independencia del signo u origen de esta violencia (…) Hay víctimas provocadas por le terrorismo y víctimas generadas por abusos de las fuerzas del orden. Todas ellas necesitan ser atendidas de manera diferenciada y proporcionada".
 
El clamor de las víctimas es el clamor de la dignidad. No están los tiempos para tener ni la más mínima sombra en el juicio moral del terrorismo, ni para sostener ambigüedades, ni para dilatar decisiones. El relativismo político ambiental confiesa por doquier que es lo mismo hablar que no hablar, mientras se camine por la senda de la conquista de la paz. La paz se constituye en una especie de bien absoluto que fagocita cualesquiera otros de los valores morales con los que pudiera entrar en conflicto, por ejemplo, o con la justicia, la historia o la dignidad. No podemos, ni queremos, una paz a cualquier precio.
 
Para no caer en la trampa de las estrategias del poder debemos tener en cuenta que, como ha señalado recientemente el cardenal Rouco Varela, "hay que distinguir la dimensión moral y ética del problema de la dimensión técnico política del mismo. Pero lo que sí es obligado afirmar es que, si no se resuelve bien el problema desde un punto de vista ético y moral, no quedará bien resuelto tampoco políticamente. Ésa es la gran cuestión, la gran pregunta que hay que hacerse en este momento".
 
La Iglesia cree que la palabra heredada de los muertos es la memoria de los vivos. Sólo quien está envuelto en la impunidad de la historia puede llegar a pensar que cerca de mil muertos, cuarenta años de historia de España contemporánea, sufrimientos, violencias sistemáticas no han dejado su huella profunda en generaciones y generaciones de ciudadanos. ¿A quién en su sano juicio se le ocurriría ponerse a negociar, sin un estado previo de claudicación, una tregua con Hitler y con su partido? ETA sostiene un totalitarismo, de cuño marxista, que no está lejos de la aniquilación de lo humano que emprendió le nazismo.
 
El P. Martínez Camino, antiguo profesor de Teología, escribió, hace ya un tiempo:
 
"Si al dolor, e incluso a la indignación de las víctimas y de la sociedad, se añade la disidencia manifiesta de católicos que ejecutan el terror o que le prestan de algún modo cobertura ideológica, como sucede sobre todo en algunos casos y partidos del ámbito nacionalista vasco, entonces podría parecer más comprensible aún que se les pida a los obispos medidas de gobierno pastoral más o menos drásticas. Por otro lado, hay que reconocer que ciertas imprudencias pastorales, como, por ejemplo, aludir a los derechos de los presos en la homilía del funeral de un asesinado por ETA, parecen abonar esa petición e incluso la falsa idea de que se equipara doctrinalmente la violencia asesina con la justa represión policial y penal de la misma".
 
Palabras que, hoy, tienen una renovada vigencia.
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