
Si en In good Company atacaba el éxito empresarial cuando se convierte en criterio supremo de la vida, en su nuevo film aborda la cuestión de la fama como meta existencial, y también denuncia ese instrumento poderoso para alcanzarla que es la televisión. Aprovecha de paso para ofrecer una singular visión del presidente de los Estados Unidos y de su política exterior.
El argumento parte de un programa televisivo récord de audiencia, American Dreamz, que dirige un famoso presentador, Martin Tweed (Hugh Grant). Se trata de una especie de Operación Triunfo en la que unos cuantos candidatos aspiran a quedar finalistas con sus canciones. Dichos competidores, además de sus "virtudes" musicales, hacen gala de su vida privada para ganarse a los telespectadores, que son quienes, a la postre, deciden su suerte.
Tweed es un hombre sin escrúpulos que utiliza al ser humano y su innata insatisfacción para alcanzar a cualquier precio su éxito personal. Cuando quedan ya sólo dos finalistas, Sally –una mujer maquiavélica y vacía– y Omer –un iraquí perteneciente a una célula terrorista–, la Casa Blanca decide proponer como juez de la final al mismísimo presidente para mejorar su imagen, gravemente perjudicada por su absentismo mediático.
Realmente, la película es muy divertida y fluida, pero en el fondo no tiene ninguna gracia, porque lo se oculta bajo la parodia cómica es verdad: jóvenes cuyo ideal se reduce a una vida de éxito social por encima incluso de una relación amorosa satisfactoria, profesionales que declaran trabajar al margen de cualquier consideración ética, políticos cuyo éxito depende exclusivamente de la imagen y no de los contenidos, personas que entienden el sexo como estrategia laboral para abreviar tiempo en el ascenso…