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CONSTITUCIÓN EUROPEA

Mi voto es un No

¿Acaso no habrá llegado el momento de decir “Basta ya” a los imperativos –no sé si categóricos– de quienes hacen la Europa del juego y del reparto del poder? Si algo es el pueblo cristiano, es un pueblo libre. Un pueblo libre, porque para ser libres nos ha liberado Cristo de todo César, emperador, rey, Convención, y herederos de una promesa que nos impele a ser protagonistas de la Historia. Ahora, también.

¿Acaso no habrá llegado el momento de decir “Basta ya” a los imperativos –no sé si categóricos– de quienes hacen la Europa del juego y del reparto del poder? Si algo es el pueblo cristiano, es un pueblo libre. Un pueblo libre, porque para ser libres nos ha liberado Cristo de todo César, emperador, rey, Convención, y herederos de una promesa que nos impele a ser protagonistas de la Historia. Ahora, también.
Giscard d'Estaing, encargado de la redacción del texto
Emery Reves, en el Post-scriptum de la edición ginebrina de su Anatomie de la Paix, nos recordó que “la actitud del mundo civilizado en este trance, que es para él de vida o muerte, no se puede supeditar a la conducta hipotética de nadie”.
 
Son muchas las personas que, cuando comentan los criterios que conformarán su voto el 20 de febrero, te dicen que aún no han sacado una conclusión, y aluden a líderes e intelectuales, que les merecen todo crédito y que no muestran, en esta ocasión, un pensamiento clarificado. Me he preguntado varias veces si yo sería sospechoso de irresponsabilidad si voto no. Una irresponsabilidad por un ejercicio equivocado de libertad. Nos encontramos, con la propuesta del 20 de febrero, ante una libertad manipulada; hay que tener en cuenta que el efecto del voto se circunscribe a una ratificación política, dudo mucho que moral, sin aparente carácter vinculante. Ejercer la libertad es siempre, y más en estos tiempos, un ejercicio peligroso. Máxime cuando el ejercicio de la libertad, teórica y práctica, está desarraigado del principio y del fin de las acciones y de las intenciones. Ahora, la libertad está circunscrita al instante, al presente, se ha perdido en la fascinación de lo inmediato. Por eso hay tanta gente que se considera y se confiesa libre de “hacer lo que quiera, por que me da la gana” que, a veces, da miedo tanta libertad.
 
No soy sospechoso de irresponsable por no haber leído el texto. No es este el caso, aunque advierto que he leído un texto sin los Protocolos finales. Desalentadora lectura de un texto ambiguo, desigual, jurídico por naturaleza y positivista por vocación. De principios nacidos convencionalmente y de efectos propuestos conviccionalmente. Un texto, en suma, en donde predomina una deslizante concepción de la persona; una obsesiva presencia del Estado en detrimento de la sociedad civil, y una barra libre sorprendente al inacabable ejercicio de interpretación, en un tiempo, como el nuestro, también caracterizado porque todo se interpreta y todo está abocado para la interpretación –hasta el hombre mismo y el mismo hombre-.
 
Confieso que soy sospechoso por que me creo lo que Romano Guardini pronunció el 28 de abril de 1962, en Bruselas, y cuando dijo aquello de que “Europa es algo político, económico, técnico, pero ante todo es una disposición de ánimo. Esa disposición de ánimo encuentra graves obstáculos en el camino de su realización...” Y me horrorice darle la razón cuando concluía que “Europa puede perder su hora. Eso significaría que se realizaría una unificación no como un paso hacia la vida más libre, sino como hundimiento en la servidumbre común”.
 
¿Seré sospechoso por creer que la historia no es inevitable? Son nuestros días los de fatalismo moral, antropológico y cultural. Vivimos inmersos en una bruma de incapacidad para convertirnos en protagonistas de la historia. Hemos sistemáticamente delegado el ejercicio de nuestra responsabilidad personal y social; hemos abdicado de nuestra capacidad por llevar las riendas de nuestro destino, de nuestra vida. Nos sentimos, aparentemente, tan influidos que no hemos abandonado las utopías para rendirnos a los encantos de lo pragmático, de lo práctico, de lo útil. Si el Tratado Constitucional, nos sirve, bienvenido sea. Por qué y para qué nos sirva, es otro cantar.
 
Sospecha sobre sospecha, me encuentro con la Nota del Secretario General de la Conferencia Episcopal. Doy más valor, en connivencia con la propuesta “esencial y no solo funcional” para la construcción de Europa, a las razones del No que a las del Sí. ¿Podemos tener claros los principios que se derivan de la naturaleza personal y social del hombre sin, antes, tener nítidamente asentada la concepción del hombre?
 
¿Acaso no habrá llegado el momento de decir “Basta ya” a los imperativos –no sé si categóricos– de quienes hacen la Europa del juego y del reparto del poder? Si algo es el pueblo cristiano, es un pueblo libre. Un pueblo libre, porque para ser libres nos ha liberado Cristo de todo César, emperador, rey, Convención, y herederos de una promesa que nos impele a ser protagonistas de la Historia. Ahora, también.
 
Difícilmente se podrá decir que los cristianos seamos sospechosos de no querer una Europa unida, construida sobre la herencia de un pasado que ineludiblemente nos habla de la fe; de una fe que ha generado cultura, porque es semilla de humanidad, que ha unido a pueblos y a hermanado conciencias en búsqueda de la paz.
 
Aunque sospechen lo que quieran, quienes quieran, votaré No.
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